El 14 de mayo de 2011, Nafissatou Diallo, de 32 años, inmigrante guineana y mucama del hotel Sofitel de Nueva York, ingresó a la suite 2806. Minutos antes había golpeado tres veces a la puerta. Al no percibir reacción desde el interior, usó su llave maestra. En la penumbra, se dispuso a limpiar el desorden dejado. Cubierto por una bata y a la espera de su presa, el dueño provisional del lugar decidió violarla. Según la víctima, el asalto fue posible gracias al pánico de ella y la corpulencia del atacante.
Las imágenes vuelven a dar la vuelta al mundo. Netflix acaba de estrenar un recuento de esos hechos. Volviendo a la pantalla, el hombre acelera las diligencias de su salida del hotel. Sin demoras, gira hacia su maleta rodante y liquida a zancadas la distancia que lo separa de su taxi, asignado para cruzar los puentes rumbo al aeropuerto. Es una fuga. Sobresaltada, Diallo intenta, pisos arriba, asimilar lo sucedido. Luego se entera de que su presunto violador dirige nada menos que el Fondo Monetario Internacional (FMI) y que es el principal aspirante a ganar las próximas elecciones en Francia.
A partir de aquella mañana, los dos extremos distantes de cualquier sociedad compartirán titulares escandalosos a lo largo de meses. En el banquillo: Dominique Strauss Kahn, más conocido como DSK, y, del otro lado, aquella mujer africana, cuyos pasos sobre la alfombra se toparon con aquella enérgica personalidad del mundo de las finanzas.
El mismo 14 de mayo, DSK es arrestado dentro del avión listo para despegar hacia París. Aquella noche vive su peor pesadilla: tener que dormir en el complejo carcelario de la isla de Rikers. Dados sus finos modales, aquella breve sanción es considerada el equivalente a la pena capital. Por cuatro noches, muchos pueblos de la tierra se sintieron reivindicados, mientras la policía neoyorquina tocaba el cielo con las manos.
El resto de la historia es aún más sorprendente, sobre todo para quienes no retuvimos los detalles. El despacho legal más despiadado de la ciudad consigue en cuestión de días enlodar a la parte acusadora. Los sabuesos contratados por DSK hacen un recuento de las mentiras que Diallo habría contado para poder gozar de asilo en los Estados Unidos. Los reporteros no se concentran en el delito, sino en la biografía de la víctima. Revisan su cuenta bancaria, registran sus contactos telefónicos, sospechan de su novio y de su pobreza. Peor aún, en Francia especulan con la posibilidad de que la mucama haya sido una agente del presidente Sarkozy, desafiado por la candidatura del seductor DSK, que, dicho sea de paso, era militante del Partido Socialista.
Tras su incómoda estadía en Rikers, el ya renunciante jefe del FMI se guarece en un lujoso departamento, iniciando su corto arresto domiciliario. Las mucamas de Manhattan se aglomeran en la puerta del tribunal exigiendo ser creídas por los reporteros. Cada una de ellas tiene un asalto similar grabado en la piel y en la memoria.
DSK regresó a París con apenas tres meses de retraso y de la mano de su esposa, quien, en 2013, terminaría por dejarlo. Dado que las muestras de semen en la ropa de Diallo correspondían al suyo, al jerarca no le quedó otra que reconocer el encuentro sexual, al que calificó de “estúpido”. Aclaró que todo fue acordado. También fueron acordadas sus fiestas sexuales en la ciudad de Lille o las entrevistas que usó como celada para violar reporteras cuando les pedía que antes de hacerle las preguntas le tomaran de la mano. Así de consensuado y estúpido puede ser a veces el FMI.
Rafael Archondo es periodista.