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Historia clínica

“¿Qué opinas de la repostulación?”, me preguntó con algo de ansiedad. Respondí que no estaba de acuerdo y que aquel era uno de los errores más graves del “proceso”.  Entonces le dibujé una salida: “Vos deberías ser el candidato”.  “Imposible”, fue su reacción relámpago, “el Presidente está enfermo”. Su diagnóstico me dejó boquiabierto y le pedí más datos sobre aquella dolencia. “No va a poder soportar la pérdida. Él ya está acostumbrado a tener esa vida, a los autos esperando, al avión encendido, a las entregas de obras. El día que no tenga eso, se va a volver loco”.  “Y te va a volver loco a ti”, pensé al imaginar la escena de un Evo Morales jubilado y con energías para sentir el mismo síndrome de abstinencia que ahora socava a Rafael Correa en el Ecuador.

Dejar de ser presidente debe ser desesperante, más aún cuando se cumple la tarea sin los sobresaltos vividos por un Gualberto Villarroel o un Gonzalo Sánchez de Lozada.  Evo Morales está letalmente infectado por el virus del poder total. La narrativa que lo puso como el gestor de las más grandes transformaciones del país ha terminado por acoplarse a su código genético. La pasada semana, cuando se paró en las escalinatas de Palacio para opinar ante los periodistas sobre el fallo del Tribunal Constitucional que le entregó su certificado de candidato a perpetuidad, dijo que aquella era “la voluntad del pueblo boliviano”. No se refería, por supuesto, al resultado ajustado del referéndum del 21 de febrero de 2016, sino al último Congreso del MAS, en el que se plantearon cuatro vías para conseguir lo que los magistrados le han regalado el pasado 28 de noviembre.  El síntoma es inequívoco: Evo confunde al pueblo boliviano con los militantes de su partido. “Un pueblo, un reino, un rey”. Es el fin de la lucidez política y el principio del deslumbramiento por imagen propia.  “Espejito, espejito…”.

De modo que estamos avisados. La demencia presidencial es la amenaza que pende sobre las cabezas de los dirigentes intermedios del MAS. Ésta solo puede evitarse mediante la continuidad de la misma persona en el poder. Estamos ante la evo-dependencia aguda, esa que ha devenido en incurable. Este simple hecho ha transformado al MAS en un movimiento reñido con la democracia en su consecuencia más profunda: la saludable resignación del perdedor y su posibilidad infinita de recuperar el terreno perdido en el siguiente escrutinio. Hoy, para el MAS, una derrota en las urnas es un cataclismo y no solo para sus privilegios arduamente atesorados, sino para el curso de la Revolución Mundial. De ahí nace esa su ansiosa búsqueda del más mínimo acto hostil desde Washington. El antiimperialismo es la receta para revolver intereses individuales con anhelos patrióticos.

El Pacto de San José es una carta interamericana de derechos. Los países del hemisferio han puesto su firma al pie del documento. Con excepción de Honduras, Nicaragua y ahora Bolivia, todos decidieron limitar la prerrogativa de los gobernantes a candidatear más de una vez para ser reelegidos. Bolivia es el único país que incluso votó para ratificar que quien ocupa el sitial más alto del Estado, no gobierne más de diez años continuos. Y es precisamente en este país en el que magistrados infra-votados declaran que por encima del derecho de los bolivianos a decidir, está el de dos personas a ser candidatos sin pausa. Es verdad, esto es refundacional, pero en un sentido grotesco.

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