Definitivamente, un sector muy afectado en Bolivia desde hace cinco años atrás es el de los estudiantes. Primero, tuvieron que soportar los conflictos políticos y sociales del 2019 que condujo a gran parte a la educación virtual, amanecidas, violencia psicológica desmedida y sobresaltos provocados por el anterior gobierno del MAS, que llegó a su fin con la huida del ex presidente de la nación, Evo Morales y su vicepresidente, Álvaro García.
Casi seguido, en el 2020, se vino la cruel pandemia que dejó cansados, estresados, con poca motivación por el aprendizaje y gran desazón, entre algunos síntomas que varios especialistas en psicología encontraron en niños, adolescentes y jóvenes en muchos establecimientos educativos. El encierro de dos años, provocado por el virus Covid 19, golpeó muy fuerte en la sensibilidad de los estudiantes de todo el mundo y Bolivia no fue la excepción.
Según resultados de un sondeo de opinión realizado por U-Report de UNICEF Bolivia, 8 de cada 10 adolescentes y jóvenes, expresaron sentir angustia, depresión y ansiedad a causa del nuevo contexto social, familiar y personal producto de la pandemia. Los problemas originados o profundizados en la cuarentena les impidieron dormir, socializar y realizar diversas actividades debido a la enorme cantidad de pensamientos que les generaron intranquilidad.
La investigación agrega que 6 de cada 10 adolescentes y jóvenes percibieron algún grado de quiebre en la relación con sus propias familias, situación atizada por la terrible enfermedad. Adicionalmente, el estudio y rendimiento escolar fue motivo de extrema preocupación porque los encuestados (en gran mayoría) afirmaron estar “agobiados y angustiados”.
El caos político y la pandemia hicieron estragos en materia educativa porque la modalidad virtual no sólo demostró la desigualdad en cuanto al acceso a internet y herramientas o equipos necesarios para el aprendizaje; sino que se vieron afectados métodos así como conocimientos impartidos y adquiridos, siendo las metas cumplidas de forma parcial o desigual.
Los escenarios fueron diferentes: numerosos estudiantes perdieron horas de estudio y se sacrificaron por recuperarlas; la mayoría de los profesores hizo un trabajo titánico para cumplir con lo programado por el Ministerio de Educación; las familias especialmente los padres y madres, apoyaron a los maestros improvisando procesos de enseñanza y sumando responsabilidades al margen de sus quehaceres diarios.
Por si fuera poco, el 2022 desde inicios de la gestión escolar, se trató de hacer un compendio de tres años en uno. La nivelación en las distintas materias resultó complicada. Se dieron muchos vacíos académicos y para los profesores su labor se puso cuesta arriba al tener que reforzar hábitos de estudio, distintas habilidades y encargarse de los temas socioemocionales de centenares de alumnos.
Además, esa paralización repercutió en la mala alimentación de los estudiantes; poca o nula preparación de las familias para enseñar; desigualdad en las clases digitales (el satélite Tupac Katari y los equipos de la empresa Quipus no prestaron ayuda alguna); aumento del abandono escolar y -lo peor- violencia doméstica y abusos.
Para rematar, este año nuevamente se dio un gran golpe a niños, adolescentes y jóvenes porque debieron enfrentarse a una realidad adversa, por la contaminación ambiental que se dio producto de los incendios provocados por gente perversa, contando -lo peor- con protección de leyes incendiarias que datan de años atrás.
La pésima calidad del aire; la pérdida de flora y fauna así como las evacuaciones que tuvieron que realizar muchas familias afectadas, ocasionaron un nuevo desmoronamiento en la educación. Algunos alumnos dejaron de asistir a clases y otros debieron volver a la virtualidad temporal.
Esta combinación de problemas deja a muchos estudiantes sin el apoyo necesario para enfrentar los retos de su porvenir. Debe planificarse mejor la educación en Bolivia para que los educandos no se consideren desamparados o se dejen llevar por los peligrosos vicios del alcoholismo, el tabaco y las drogas que proliferan por doquier.
Es necesario que la sociedad en su conjunto conozca el sentir de los estudiantes no sólo cada 21 de septiembre; sino todos los días y se los apoye incondicionalmente para que puedan festejar esta fecha como lo merecen.
Ojalá a futuro sea realmente un ¡Feliz Día del Estudiante!