Blog Post

News > Etcétera > El sueño de la razón produce políticos

El sueño de la razón produce políticos

Homero Carvalho Oliva


Para bautizar esta columna parafraseé el título de un grabado del pintor español Francisco de Goya: “El sueño de la razón produce monstruos”, de esa manera pude adecuarla a la ocasión festiva que cada año nos enmascara para revelar nuestro verdadero rostro, carnal, humano y pecador: el carnaval. Y es que anoche tuve un mal sueño, soñé con el carnaval de los políticos que dura todo el año, pero que los días 4 y 5 marzo serán los feriados oficiales aunque hayan muchos más porque ahora Bolivia es plurimultituttifruti; en esas carnestolendas el país celebra, cada año, su preste en varios e intensos días que cada quien festeja a sus propios santos/diablos.

Las comparsas fundadoras

En mi sueño o pesadilla, mejor dicho, desfilaron muchos de los personajes principales de nuestra historia nacional, al primero que vi entrando al desfile de carnaval fue al inefable Casimiro Olañeta, investido de Rey Momo presidiendo el corso nacional luciendo el disfraz de Dos caras, el enemigo de Batman, muy propio para su ambiguo papel en la creación de Bolivia; detrás de él venía el cholo Andrés de Santa Cruz, muy elegante con su uniforme de príncipe europeo, intentando ocultar su pasado indígena, repartía sus famosos códigos; con él venían muchos militares choleros, como José Ballivián que les hacía guiños a las esposas de su amigos y camaradas de armas. Como salido de una caricatura aparecía Mariano Melgarejo montado en Holofernes, su blanco y amado corcel, atusaba su negra barba y con sus oscuros y malignos ojos observaba perversamente a los “miracorsos”; agarrada de la cola del magnífico alazán venía Juana Sánchez, su hermosa amante, repartiendo condones a diestra y siniestra para evitar que el Pepino paceño ocasione embarazos indeseados.

Comparsas bélicas

Les seguía la comparsa un grupo de viejas solteronas enmantonadas que hacían de plañideras rezándole al Tata Belzu, pidiéndole que les consiga marido, aunque sea un escritor feo, desempleado y bohemio, imploraban refiriéndose a Homero Carvalho y a otros como él. Detrás de ellas venían los militares que carnavalearon en las guerras del Pacífico, del Acre y del Chaco, todos unos orgullosos veteranos que jugaban con pistolas y chisguetes de agua; al cual más valiente, llenos de colgandijos y medallas, se lanzaban globos como si fueran granadas; un camión caimán les precedía cargando vinos, cervezas, jamones, chicha, mote y chuño que no invitaban a nadie.

Comparsas tradicionales

La comparsa más ingeniosa, que despertaba muchos aplausos, porque sus integrantes no necesitaban disfraces ni antifaces, era la comparsa de la Revolución Nacional en la que se destacaban un mono, un conejo, un pepino con cara de diablo y orejas puntiagudas a lo Mister Spock, esta comparsa traía su propia banda y bailaba al ritmo de la canción “En el puente de la Villa/ hice un juramento…”, un grupo de milicianos acompañaba la música disparando su fusiles Máuser; muy cerca de ellos los seguía un dandy de bigotito bien cuidado, pinta de sultán y pucho en la boca, dueño de la comparsa COB, repartía besos entre las damitas del palco oficial que se derretían a su paso.

Los auténticos dictadores

Atropellando a los curiosos entró la auténtica comparsa “Dictadores”, ingresaron apurados, a codazos entre ellos, al cual más aguerrido, se disputaban la primera fila, el más apuesto era un tal Gallientos que afirmaba tener hijos por aquí y por allá; había un petiso cabezón que no se cansaba de gritar que era no era de la comparsa de Dictadores que estaba allí por error, que a él lo invitaron a salvar a Bolivia de los “comunistas mata viejos y come guaguas”, aclaraba que era de la comparsa ADN, un partido que respetaba la Constitución Política de Estado.  Un milico con cara de caballo y apellido de mesa se jactaba de que él sí era Dictador y que no le daba vergüenza; mientras tanto un gordo con cara de sapo repartía testamentos bajo el brazo; a su temible paso, las niñas y niños no sabían si esconderse o llorar. Había otros dictadorzuelos, de los que ni siquiera me acordaba sus nombres, pobres olvidados de la historia.

Las comparsas de la democracia

Los más entusiastas y alegres carnavaleros eran los de la multicomparsa “Demócratas en general”, que se peleaban entre ellos intentando demostrar quién era el más genuino y sacrificado demócrata que merecía ocupar la gigantesca “Silla presidencial” que iba entronada en un carro con la alegoría de un palacio quemado. Si bien venían en tropa, cada uno de ellos tenía sus colores partidarios y un pequeño séquito de seguidores a quienes les tomaban lista para que no se fueran del corso, cada integrante vestía casacas con los colores de su partido político que es sinónimo de comparsa carnavalera.

Sentarse en la Silla presidencial parecía un juego, pero no lo era porque la pelea por ocuparla era terrible, se ensuciaban con tinta de tinterillos, polvo blanco de las estrellas, se tiraban los frutos podridos del árbol del bien y del mal y se gritaban calumnias de todo tipo. Como si fuera un carrusel se sentaban, a su turno, un conejo, un mono, un gringo altanero y soberbio y al rato un gallo chamuscado le hacía capuja invitándole a Sevilla; mientras un joven bufón con cara de Kiko se la pasaba rimando patatas con latas (aclarando: no es que hable en verso, sino que es la forma como converso), mientras tanto un solemne historiador, que estaba de mosquetero los observaba de reojo buscando un momento oportuno para sentarse en la Silla y luego renunciar como un disco rayado. Un gordito con cara de Toby, heredero de Superman (recuerden el coqueto robacorazón que lucía el padre de nombre Max), regalaba cerveza en lata. Otro gordito de barba muy cuidada, lucía muy serio y parecía que estaba en un velorio en vez de en una entrada carnavalera, el pobre parecía tan desubicado como chulupi en gallinero. Detrás de ellos, haciéndoles morisquetas y burlándose de los blancos k’aras, venían un elegante aymara con apellido español y cara de Tupac Katari, vestía de doctor Honoris causa, lo acompañaba un joven y canoso playboy burgués, al que no se le movía el copete mientras repetía de memoria la tabla de multiplicar y arrastraba una carretilla repleta de libros de Maquiavelo que los repartía gratuitamente como si fueran confites, anunciando que si ellos nos participan del carnaval ya no saldría el sol y que la luna se ocultaría porque los pecadores de la oposición habían mentido, cada vez que lo decía le crecía un poquito su hermosa naricita de niño bien. Alrededor de ellos grupos de jovenzuelos malintencionados, pequeñoburgueses, coreaban Bolivia dijo NO, Bolivia dijo NO, pero el aymara y el playboy burgués se tapaban los oídos y les sacaban la lengua.

Terminaron de pasar y el cambódromo quedó más sucio que relleno sanitario, Pasaron todos ellos y, por fin, pude apreciar a quien era la dueña de todos mis deseos y sueños carnales: la Reina del Carnaval, que llevaba solamente un zapato de vidrio esperando que aparezca su príncipe azul o verde o celeste o multicolor. Cuando desperté, el carnaval todavía estaba allí y recordé que según Milan Kundera para algunos países el monstruo se llama historia.

error

Te gusta lo que ves?, suscribete a nuestras redes para mantenerte siempre informado

YouTube
Instagram
WhatsApp
Verificado por MonsterInsights