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El nuevo señor de Palmasola

El acusado de narcotráfico Pedro Montenegro entraba la semana pasada a la cárcel de Palmasola, en Santa Cruz, y a su paso iba asentando su posición como nuevo señor del recinto carcelario considerado como el más peligroso de Bolivia, según un relato realizado por el diario El Deber. ¿Por qué sólo hay hombres señores en las cárceles? ¿Qué pasa con las mujeres?

La violencia es potestad masculina y hasta ahora el poder también. Es un hecho de que los hombres, en una sociedad como la boliviana, están criados bajo el criterio de una masculinidad violenta, de resolverlo todo a golpes o intimidaciones. En un espacio como una cárcel esto se acentúa, donde las pugnas por el poder son permanentes y donde la autoridad de la institución estatal es escasa.

Las cárceles también son lugar de constantes estudios académicos y también relatos periodísticos en diversos formatos. El periodista Tomás Molina Céspedes, por ejemplo, hace un relato de los “dueños de Palmasola”, como “el Chichuriro”, “el Vinchita”, Víctor Hugo Escobar alias “el Oti” o Hardy Gómez. El enfrentamiento de estos dos últimos los llevó a la cárcel de mayor seguridad en La Paz, Chonchocoro, donde ambos se mataron.

También tuvo una muerte violenta el ex policía Edgar Tancara en la cárcel de El Abra, asesinado por otros reclusos hartos de tener que pagarle un tributo sexual a través de sus mujeres para lograr un buen “seguro de vida”, según un reciente estudio etnográfico de la antropóloga Alison Spedding, donde afirma que este tributo no es muy habitual.

Sin embargo, pagos sexuales con “sus” mujeres, no es algo único en Bolivia, pasa en Latinoamérica, por lo que tampoco es tan extraño. Jorge Núñez Vega (2017), otro antropólogo, sobre las cárceles en el Ecuador explica el concepto “refile” como una compraventa de privilegios, “es una transacción que no solo se realiza con dinero, se puede adquirir privilegios,…», es así que puede darse que alguien «tiene una visita que le gusta al guardia, y entonces yo le permito que corteje a mi hermana, mi mujer, mi tía, mi lo que sea, y con ese refile yo me garantizo algo».

Además de ser ellas voceras, portadoras de recados, de alimentos y otras necesidades, como contactos con las redes fuera, el cuerpo de las mujeres se convierte así también en objeto de intercambio, en una posesión que se tiene y se presta, se vende o cambia por favores, tanto entre reclusos como entre el preso y el guardia de turno.

En cambio, sexo es lo que no tienen las reclusas porque no se considera que sea una necesidad femenina, no hay visitas conyugales ni mucho menos se permite la entrada de prostitutos en las cárceles de mujeres, como pasa con los varones. Spedding explica que la reducida población femenina en las prisiones hace que tengan una mínima organización al interior de los recintos y la que hay está más enfocada a tener una vida más cómoda, dentro de lo que cabe, y también la de sus hijos cuando estos están con ellas. Así como la violencia esta naturalizada entre los varones, entre las mujeres cualquier salida de tono, dentro de los roles femeninos pasivos, es considerada de mayor problematicidad.

Es difícil que haya pugnas por un poder que no existe, salvo a niveles básicos. Por ello, en general, el hecho de que sean madres es uno de los aspectos más resaltados de las mujeres presas, a costa de otros elementos importantes en sus vidas, como es sostener desde prisión a sus familias o no tener asistencia judicial correcta, o las relaciones de pareja, entre otros.

Las mujeres presas viven marginadas por el hecho de ser reclusas y porque casi no se las toma en cuenta ni en estadísticas ni en políticas específicas para ellas.

La antropóloga Marcela Lagarde dice: “El cautiverio define políticamente a las mujeres, se concreta en la relación específica de las mujeres con el poder, y se caracteriza por la privación de la libertad, por la opresión”, o sea “todas las mujeres están cautivas por el solo hecho de ser mujeres en un mundo patriarcal”.

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