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El litio, el guano, el Litoral y el carnaval

Maurizio Bagatin

Ayer Mathilde, una periodista berlinesa, me hacía preguntas sobre la historia boliviana. Recorrimos un buen tramo de Historia, lo que conozco y lo que recuerdo, moviéndonos en tiempos geográficos y en tiempos sociales, los verdaderos motores de la Historia. Era el 14 de febrero y más que San Valentín recordé la invasión de Antofagasta del 14 de febrero de 1879. Luego vendrán las especulaciones y las interpretaciones, el tiempo individual que para algunos es otro de los motores de la Historia. Me voy buscando una lectura en quien de la Historia ha hecho el pathos de su vida, en Carlos Medinaceli. A Mathilde le hablé de La Chaskañawi, su gran novela que amé mucho desde que la leí por primera vez al llegar en Bolivia, luego me concentré en cuanta verdad iba destilando en Chaupi p’unchaipi tutayarka (A mediodía anocheció), un texto delirante sobre las muchas tragedias bolivianas, ahí, le recordé a Mathilde, vive aún una prosa que ya pocos logran conservar, ahí ondula una lucidez que desespera no encontrar hoy. Potosí, germen de nuestra nacionalidad es un texto que resume mucha historia, la boliviana y la de la Colonia, la del capitalismo y mucha explicación a cuanto aun conservamos enterrado en nuestro olvido colectivo. “Cosa sabida, la conquista de América por España se hizo por las minas. La creación de Bolivia como nación, se explica por Potosí. Potosí fue el eje – durante la Colonia – alrededor del cual giró la vida de la Audiencia de Charcas, germen de la nacionalidad”, es el resumen de cuanto sigue siendo hoy esta tierra, y mucho más. Se cruzan recuerdos de narraciones oídas y de historias leídas, fracasos y hazañas que al voltear una página de nuestra historia son ya arqueología, nuestra memoria colectiva es siempre mala, me quedo en la memoria de Carlos Medinaceli. En otro texto muy recomendable, Atrevámonos a ser bolivianos, le comento a Mathilde, una visionaria epístola entre Carlos Medinaceli y algunos de sus amigos más íntimos, sale una profética carta escrita a Alberto Saavedra el día 28 de noviembre de 1923, donde el escritor chuquisaqueño escribe: “Esto está muy decaído. Es un pueblo que marcha a su decadencia: hay mucha pobreza y las familias bien, aquellos últimos reductos de patriarcas e hidalgos de provincia, van siendo suplantados por la cholocracia triunfante, por los cocanis negociantes, enriquecidos y que aspiran al gobierno y la sociedad”.

En el año 2000, hace 25 años, en Bolivia se estaba viviendo La Guerra del agua, un momento histórico que confirmó la rebelión innata del pueblo boliviano, preludio a una esperanza para muchos, a una infame oportunidad para algunos. Se perfiló un catastrófico cambio gattopardesco, con mucho ruido y mucho show. Nada más. Cuanto vio Christopher Isherwood en su viaje a Bolivia antes de la revolución del ’52 sigue frente a nuestros ojos, el circo enfermo sigue enfrentándose y candidateándose, y viceversa. En mi memoria sigue el recuerdo de lo vivido, de lo oído y de lo leído. Lo que ayer fue el guano del Litoral o la sed del Chaco, mañana puede ser el litio de la sempiterna y olvidada Potosí. Claro, carnaval permitiendo y antes que otra Chaupi p’unchaipi tutayarka nos inunde de oscuridad.

Mathilde se va, le ofrezco otro café, Berlín la espera, no conoció el Chekpoint Charlie, ella se queda siempre, me dijo con mucho énfasis, con la evidencia incierta del tiempo pasado, el Muro de Berlín es algo abstracto, oído y leído, como para mí una novela de Heinrich Böll o de Enrique María Remarque. Así es para muchos la Historia de Bolivia.

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