Enraizado en lo tribal, el historicismo es la Trayectoria de una flecha que la humanidad está destinada a seguir (Popper). El hombre camina en el tiempo para descubrir la Clave de la Historia (Macmurray) o el Significado de la Historia. Desde Platón, pasando por Hegel, hasta Marx, se diviniza el devenir aunque no concurra nuestra voluntad: el esclavismo, el feudalismo, el industrialismo/capitalismo y el profetizado comunismo. Esta rueda cuadrada debería girar pese a quien pese. Más aún: contra la realidad. Pero Inglaterra se rebeló y se reinventó al interior mismo del capitalismo; China se saltó el capitalismo y se convirtió en algo que no entendemos bien; Rusia, país de campesinos, no de proletarios, se erigió en sociedad comunista por setenta años, luego se derrumbó para abrazar el capitalismo. La racionalidad nos dice que, en realidad, la prestigiosa flecha no existe.
Poco importa que los partidos comunistas hayan desaparecido en la gran mayoría de los países; los seguidores de Marx son aún numerosos y esperan que la rueda gire y que esa trayectoria de la flecha mantenga algún sentido. Mientras, las sociedades capitalistas han sabido absorber demandas de los distintos sectores sociales: abolición del trabajo infantil que mantuvo su apogeo hasta el siglo XIX; igual remuneración para igual trabajo; renta de vejez, de discapacidad, sueldos de cesantía, aguinaldos, etcétera, lo que irritó en sumo al marxista Engels: el capitalismo estaba aburguesando a los compañeros proletarios. Apenas un tiempo atrás, Marx había culpado muy en serio al capitalismo de proletarizar a la clase media, de “descender” a la burguesía y de reducir a los trabajadores al pauperismo. Los comunistas apoyaron a los trabajadores en su lucha, pero, contra todo lo pronosticado, la lucha tuvo éxito y las exigencias fueron satisfechas; pensaron, entonces, que habían sido muy modestos y que había que exigir más. Cosa extraña: las exigencias fueron nuevamente satisfechas. A medida que disminuye la miseria, los trabajadores van perdiendo parte de su amargura y se sienten más dispuestos a negociar aumentos de salarios que a conjurarse para una revolución (Popper). Este mismo autor dice: “La razón del fracaso de Marx como profeta reside en la pobreza del historicismo: lo que hoy parece una inclinación histórica, no sabemos si mañana habrá de tener la apariencia igual”.
¿Qué es, entonces, el “historicismo”? Una filosofía, no una ciencia, y tampoco una ley social. Pero el historicismo asevera que la historia tiene leyes. No sólo eso: que sus pensadores las han descubierto e, incluso, dicen hasta ahora, verificado. No hay pruebas a su favor, las hay en contra. Los estudiosos indican que el historicismo tiene sus raíces en la sociedad tribal: pensamiento mágico, espíritu colectivista, beneficiarios y víctimas de leyes sobrenaturales; y en Grecia, que si bien dio pasos firmes en dirección a la sociedad abierta, consolidó el historicismo (considerando la esclavitud y la libertad como inamovibles) con el filósofo Platón, el hombre que abogaba contra el cambio; la profundización de esta convicción continuó con Hegel, con Marx y Engels, como queda dicho, hasta arraigar en millones de seres humanos que, antes de trabajar su sociedad con su propia racionalidad, con su propia estrategia política, esperan que el devenir (Historia, con H) de sus sueños llegue a Tierra pronto. Algunos de ellos han aceptado que al menos lleva su retraso.
Y, ¿qué es la historia? Popper dice que “se habla de la historia de la humanidad, pero es (en realidad) la historia del poder político: egipcios, babilonios, persas, macedonios, griegos, romanos…” Más: que la historia de la humanidad no existe. Es lapidatorio: “La historia del poder político es la historia de la delincuencia internacional”. Con esa misma frialdad indica que la historia de la humanidad sería la historia de todos los hombres, y que eso es imposible. Pregunta: ¿acaso sólo cuenta el poder político? El hombre anodino es parte de la humanidad, como es inmensa mayoría, pero nadie ha escrito sobre él. La historia del poder es de “las peores idolatrías, resabio del tiempo de las cadenas, de cualquier servidumbre y de esclavitud”. Sin embargo, incluso en este siglo, existe la espontánea genuflexión hacia el hombre del poder político. ¿Será que subyace en nuestra intimidad el temor al castigo?
El historicismo se fractura y rompe con la intervención inteligente de la política en las democracias. Estas saben que, pese a la concentración de la riqueza en pocas manos, las leyes pueden redistribuirla arrancando hombres de la miseria y desigualdad. Es distinto a esperar que la flecha continúe su vuelo.