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Microrrelatos – Colección de literatura breve XLII

Bailarinita

Zulma Fraga – Argentina

Bailarinita a veces toca el acordeón en el subte, reparte besos y espera monedas. Tiene la piel dorada, los ojos color miel, el pelo apenas rojo, enmarañado y un poco sucio. Del escueto pantalón emergen sus piernas rotundas, que mira el pasajero de saco y corbata. Ávidamente.

Absolución

Norma Yurié Ordóñez – Guatemala

La turba había desaparecido en las montañas. Después de haber recorrido grandes distancias, el hombre recuperaba el aliento tras un árido peñasco. Tenía las manos ensangrentadas y la daga refulgía con gesto malévolo en el muslo izquierdo. Al encontrarse solo, en medio del silencio, una sonrisa sardónica le cruzó el rostro.

—La mejor rehabilitación es el fin de todo —replicó una bala perdida mientras lo envolvía en un destello.

Naturaleza muerta

Norma Mayorga – Bolivia

Juró su amor a las plantas y plantó un pequeño árbol para cuidar el medio ambiente, sabía que al crecer le daría sombra y cobijo. A medio día sacó sus frutos para saciar su hambre. Al atardecer sintió que necesitaría madera para viajar por el río eterno.

Libertad

Silvia Carùs – España

Ellos desconocen límites e ignoran fronteras. Se mueven libremente entre todos los continentes, sin que nadie les requiera papeles, pasaportes o testes. Al llegar el otoño vuelan lejos entre desiertos, mares y montañas. Algunos los envidian y otros los admiran porque los pájaros sonríen al cielo en su búsqueda por la libertad concedida.

Contagio

Maribel García Morales – Colombia

Invocada por su inveterada curiosidad, Pandora abrió una vez más la caja y de allí emergió el mortal virus.

Todas las ventanas

Manuela Vicente Fernández – España

Esa mañana todas las batas de plástico tenían una ventana a la altura del pecho. En el alfeizar aparecían unos tiestos de los que brotaban unas flores con el rostro de sus tres hijos que, cual girasoles risueños o caléndulas generosas, alargaban sus tallos hasta engancharse al hilo de la música que sonaba por el altavoz. Canciones infantiles, tarareadas a coro desde el lejano cuarto de los años, llenaban de oxígeno su corazón.

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