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El cigarrillo y yo

Cristina Wayar Soux

A este cuadro de Miles Johnston lo llamo «El cigarrillo y yo». En su monstruosidad, preciso.

He fumado desde mi más tierna adolescencia, sin pausa y con prisa, aguijoneada primero por ser adulta y fuerte, sometida luego por el vicio. Agresivo, inconciente, terriblemente ansioso, solo a medias latigazo químico y solo a medias ilusión. Bocanada a bocanada lo he alimentado, muy débil para resistirme a complacerlo. Relación tóxica, darle humo y sumirme en él para no tener que verme la cara. Sí, vicio que es fuga, compañero abusivo, espejismo que doblega en repetidas promesas, cilíndricas y con filtro.

Veintisiete años después una caída, una pérdida y el hallazgo es el abismo.

Ni un cigarrillo más.

Caer y caer, sin humo, sin filtro, sin manos ni labios, sin monótona rutina ritmando mi destino.

No más, fin.

Caer vapuleada, aturdida en sus chillidos,  llorando a gritos por sus zarandeos desesperados exigiéndome un poquito. Ni una billa, ni una calada, ni un mínimo humo que le dé un respiro.

A los tres días, los dos agotados. Yo dando alaridos en un mundo que me es desconocido. Él débil, juntando fuerzas para doblegarme al menor descuido.

No.

Cuatro noches y yo llorando descontrolada, preguntándome cómo es posible tanto vacío. Él desfalleciente, adelgazado a punta de negarle nicotina y mi ser sumiso.

Almuerzo del sexto día yo tiesa y triste, sabiéndome asesina de mi ficción valiente, sin más plan que mantenerme en pie mientras él agoniza. Mi vicio. Ay, mi vicio.

Viuda de mí en la larga noche del duelo

siento frío y aromas cada vez más intensos

Dos meses después

Camino sola

Camino

Reseña biografía

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