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Carol

Eliana Soza Martínez

Gabriel obsequió a Carol, como regalo de bodas, un viaje a una playa chilena. Él sabía que no conocía el mar a pesar de haber nacido allá. Su madre a los pocos días de haber dado a luz viajó con ella en brazos hasta Bolivia, país sin salida marítima. Toda su vida Carol vivió en este terruño sin tener la oportunidad de conocer las olas, la arena, y todos los animales marinos que soñaba disfrutar desde que tuvo uso de razón.

Después de una sobria ceremonia, ambos eran huérfanos y tenían pocos amigos, tomaron el vuelo hasta una hermosa playa en Valparaíso y se hospedaron en una cabaña cerca al océano. Carol, apenas sus pies tocaron la arena, se sintió en el edén, más cuando pudo sentir el aroma a mar y mojar su cuerpo en sus aguas.

Gabriel la entendió, sabía que ése fue el sueño de toda su vida. La dejó y fue a acomodar el equipaje. Al terminar de hacerlo y preparar unos sándwiches para comer, se preocupó porque Carol no regresaba. La fue a buscar donde la dejó, mas no había ni un solo rastro suyo, ni siquiera su ropa o las sandalias que usaba. ¿Habría ido a  buscar comida? Por un momento se le ocurrió que las olas se la llevaron; luego se tranquilizó, pensando que si fuera así la ropa seguiría sobre la arena.

Caminó por toda la playa, fue a los lugares cercanos preguntando por su esposa. Nadie la había visto. Estaba cansado y hambriento, así que volvió a la cabaña esperando encontrarla allá. Abrió la puerta esperanzado. Nada, ni el aroma a su perfume, ni una señal de que hubiera vuelto. Estaba enloqueciendo y no sabía qué hacer. Como iba a nadar no llevaba su celular. Se puso a buscar algo en el aparato que le diera un indicio de dónde podría estar su mujer.

Le pasó por la mente que lo había abandonado, que todo fue un engaño para que la llevase hasta allá, que tenía otro hombre esperándola en esa playa. No encontró nada en el móvil, ni mensajes, tampoco fotos, ni correos, solo fotografías del mar.

Esa noche no pudo dormir, esperando a Carol. Recordó uno a uno sus encuentros, sus besos, su pasión, su cuerpo embriagador y mientras más pensaba cuánto la amaba, más crecía su rabia por haberlo dejado. Esa primera noche casados, debió haber sido inolvidable por una buena razón y no porque estaba solo en una cabaña cerca al mar.

Al día siguiente, después de haber llamado a los amigos más cercanos de Carol, se decidió por ir a la policía a denunciar su desaparición. Como en todo el mundo, no se podía hacer nada hasta que pasaran 72 horas, porque ella era mayor de edad. Todas las teorías imaginables pasaron por la mente de Gabriel. Lo habían abandonado en su noche de luna de miel, su esposa había sido secuestrada, sufrió un accidente, qué otra explicación podría haber.

Decidió actuar, fue a imprimir una foto de su amada, con un mensaje de extraviada y un número de celular, los fue a pegar por todos lados. Muchos lo veían extrañados. Además con la foto en mano preguntaba, a quien se le cruzaba, si no había visto a su mujer.

Un día más y no había señales de Carol. Gabriel no comía ni dormía, era un manojo de nervios. Hasta que recibió una extraña llamada. Era la voz de Carol pero parecía distante.

  • Gabriel, sé que ahora me odias. No puedo explicarte nada, pero te prometo que estoy bien. Por favor ya no me busques.
  • ¡Carol estás loca! Crees que esta llamada me calma, que puedo estar tranquilo sin saber por qué me abandonaste. Lo siento, seguiré buscándote aunque tú no quieras. 

Ella colgó de inmediato. Aquella llamada avivó su dolor y rabia. Fue a un bar a emborracharse. Regresó a la  cabaña a pie y en la madrugada. Antes de entrar se quedó admirando el mar, justo donde hace unos días había dejado a Carol. No pudo contenerse más y lloró como un niño. Por supuesto que no solo por la ausencia de la mujer a la que amaba sino por su ego, ¿qué dirían los demás, cuando volviera sin su esposa? ¿Qué pensarían sus amigos de él?

Su mente tejió historias intrincadas y fatalistas. Hasta que ideó la única manera de acabar con este dolor que lo carcomía desde adentro. Se sacó lentamente la ropa y los zapatos, fue caminando hacia las olas, aunque sabía nadar tenía pensado dejarse llevar y no luchar. Sintió el frío del agua, pero no le pareció desagradable, más bien sintió placer por la humedad fresca del líquido inundando su cuerpo. Dejó fluir su ser por las olas, que lo fueron meciendo hasta varios metros lejos de la orilla.

Sintió miedo. Por un momento pensó en pelear por su vida. Recordó que no tenía quien le espere en la maldita cabaña así que no peleó. Su cuerpo se fue hundiendo. Unos segundos antes de perder el conocimiento pudo ver el rostro de Carol. ¿Sería un sueño? ¿Había llegado su final?

Después de varias horas despertó en la orilla donde su plan suicida había empezado. No entendió nada, ¿quién lo había salvado? ¿Podría haber sido Carol? Escuchó una dulce melodía tarareada por una hermosa voz femenina. Iluminada por los tenues rayos de la luna vio un ser hermoso en las aguas donde casi muere. Era Carol, más hermosa que de costumbre. Se vieron por tan solo unos segundos. Ella sonrió como nunca lo había hecho, sus ojos se iluminaron. En ese momento Gabriel se dio cuenta que el amor de su vida era feliz, aunque no a su lado. Ella dio un salto dejando ver una impresiónate cola de pez cuyas escamas brillaron multicolores a la luz del amanecer y se perdió en las aguas, hundiéndose en el fondo del océano.

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