La virgen puta. Una novela negra y punk por entregas de Patxi Irurzun con ilustraciones de Juan Kalvellido.
Angelita era como un osito de peluche. Pequeñita, regordeta, con pelusa por la cara y aquellos dos ojazos enormes de color marrón, uno no podía evitar sentir ternura por ella, más todavía si como entonces se echaba a llorar y lagrimones como gotas de miel le recorrían las mejillas.
-Ay, que desgracia- repetía, colgada del cuello de Picio, y no acertaba a articular más palabras que esas.
Estábamos en el portal y ella señalaba en dirección a mi piso. Subí las escaleras despacito, con el corazón en un puño. Se me escurrió entre los dedos cuando encontré la puerta de mi casa hecha astillas y dentro aquel desbarajuste.
Por los suelos, sobre un mar de cristales rotos -los cristales de la pantalla del ordenador-, flotaban los cadáveres destripados de la cama, el sillón, el tocadiscos… Un maremágnum de cables, papeles revueltos, discos rotos… Las paredes y el techo aparecían desconchados y en el ambiente flotaba una nubecita de polvo que lamía los pulmones como la lengua de un gato.
Olía a mierda.
Dí
dos o tres pasos en dirección al baño y escuché crujir bajo mis pies
los añicos de cristal, los trozos de vinilo… Era como si le pisara las
costillas al mundo. Abrí la puerta y me dirigí a la taza. Lo que me
imaginaba. La habían taponado con cemento. Aquello era el certificado de
defunción de una casa okupada.
-Mira- dijo Picio a mis espaldas.
Señaló el espejo. Sobre él aparecía embadurnado con excrementos la siguiente frase:
“deja de azer preguntas”.
Decididamente el comisario Pedernal era un hijoputa. Y también un poco tontorrón. Con aquella amenaza me revelaba que en el asesinato de Gloria había algo sucio y que quizás la policía estaba implicada. O tal vez era que me subestimaba.
-Ay, que desgracia- repitió una vez más Angelita, y el lengüetazo rasposo del gato se le enroscó a la garganta.
Comenzó a toser vehementemente.
-Anda, vámonos fuera- dije.
Bajamos a la casa de Angelita. Ella bebió dos otres vasos de agua y entonces le pregunté si había visto algo. Entre hipidos logró contestar que creía que el tipo era el mismo de la tarde anterior, el que había matado a Gloria, pero que tampoco había conseguido verle la cara.
-Sólo… sólo…- trató de explicar algo más, pero no pudo, se echaba a llorar cada vez que intentaba arrancarse.
-Tranquila- dije-,¿te importa que nos hagamos un canutito?
-¿Un porro?- preguntó asustada.
-Sí, mujer, no pasa nada, así se te pasa el susto- fue Picio quien habló, y eso bastó para convencerla.
Incluso consiguió que le pegara unas caladas. Aquella situación nos hizo olvidar por un momento lo que teníamos arriba. Era la primera vez que Angelita fumaba un porro, quizás era la primera vez que hacía una travesura. Nos encontrábamos pues en uno de esos momentos trascendentales de una vida y eso requería su exclusividad.
-¿Qué tal?- preguntó Picio.
-Uy, no sé, me encuentro… rara- dijo Angelita, y terminó la frase con una risita como un cascabel.
Nosotros también nos reímos. Había algo divertido en aquello, y también morboso, te hacía sentir como el repetidor que ofrecía cigarrillos en el baño a sus compañeros, o como el exhibicionista que enseñaba su polla tiesa y dura a unas monjitas…
Fumamos otro.
Conseguí relajarme, ordenar las ideas en mi cabeza.
-Bien, Angelita ¿recuerdas algo ahora?- volví a la carga.
-Pues sí, mira- contestó ella muy resuelta-. Ahora recuerdo, el tipo llevaba una venda, o un esparadrapo, o algo así en un pómulo.
Yo pensé en la punta metálica ensangrentada del paraguas de Gloria.
-Por eso no le vi la cara al cabrón- Angelita pronunció esta última palabra enérgicamente, golpeando con el puño cerrado sobre la mesa.
-Muy bien, Angelita, gracias- dije, levantándome -Bueno, yo me voy, tengo que buscar un sitio donde dormir.
Angelita y Picio, que vivía con su madre, me ofrecieron una cama, pero me negué.
-¿Quieres que te acompañe?- preguntó Picio.
-No, lo mejor es que te quedes aquí y saques unas fotos. Y si quieres puedes intentar recuperar algo. Yo vendré dentro de un rato a trasladar lo que se pueda.
-Venga, sí. Yo te hecho una mano- le animó Angelita, y rodeó su cuello con el brazo, desgarbadamente. Estaba muy graciosa.
Salí de casa oyendo a los dos intercambiar bromas.
-Que, Angelita ¿nos hacemos otro?- decía Picio.
Y Angelita, como el niño que busca en el diccionario teta-culo-pito respondía:
-Bueno, vale, otro… porro, ji, ji.