Andrés Canedo / Bolivia.
He vivido una larga, y a la vez muy corta vida, con todas sus alegrías y abatimientos. Me ha tocado ver y vivir mucho, tal vez para todos los gustos. He visto la pobreza, la desigualdad y el dolor. Además, ahora ya en el ocaso, creo que estoy siendo testigo de algo enormemente importante: un cambio de mundo. Quiero decir, que este mundo maravilloso y atroz en el que vivimos, está cambiando. Ya no viviremos en un mundo con un hegemón que todo lo determina, sino que empieza la multipolaridad. Es posible que hasta nuestros pequeños países, puedan construir su propio destino. Eso nos brinda la esperanza de mayor equidad, justicia y, posiblemente, de felicidad. Pero claro, es esperanza, “la sucia, la cochina esperanza”, como decía la desesperanzada Antígona. No es que yo me haya sentido esclavo (el filósofo coreano Byung Chul Han, dice que de alguna manera nos imponemos la vigilancia y el control, en una coacción sistémica), aunque quizá lo haya sido sin darme cuenta, bajo una apariencia de libertad. Pero creo que he sido singular. No lo sé, pues como siempre, soy más sensible que inteligente. Así, con todas esas dudas, como Neruda, confieso que he vivido.
No voy a hablar de los pesares, que han sido intensos y variados; sí, muy brevemente, de los momentos de exaltación. Al principio, estuvo la niña de cabellos rubios y ojos azules, que vivía frente a la casa de mis padres, en el pueblo de mis orígenes. Esa niña, que ya mujer y lejos de mí, persiguió la utopía y finalmente cayó a balazos mientras empuñaba un arma, en una tarde de la que no tengo el recuerdo y de la que sólo supe por referencias, en un tiempo en el que yo también perseguía la utopía con mucho menor coraje. Lo fue después, la mujer, el gran amor de mi vida, con la que viví algunos años, con la que empecé a hacer teatro, con la que construimos espacios de alegría y hasta de felicidad, hasta que la muerte, inesperadamente se la llevó. También, las otras mujeres que amé, que me acompañaron en fragmentos de mi vida, y claro, asimismo, las mujeres que estuvieron fugazmente conmigo, en intercambios efímeros de placer y, por qué no, también de sueños. Estuvieron asimismo los libros, que me brindaron fantasía, ensoñación, conocimiento, desde los primeros importantes, Symphonie Pathetique (Klaus Mann), Lehrbuch der Philosophie (Johannes Hessen), este que no entendía mucho, pero que algo me iba dejando. Fueron abundantes los libros en mi vida, pero en realidad fueron pocos, sobre todo cuando sé de amigos que han leído cantidades apabullantes de autores y se regocijan en citarlos, quizás, con pleno derecho.
El arte, claro que sí. He visto y sentido una buena cantidad de pinturas, he sido amigo de varios pintores. La música, desde luego, que me hacía ver y apreciar cosas que de otra manera serían imposibles. Oyendo y viendo, por ejemplo, a Vinicius de Moraes y Toquinho, en vivo; a Astor Piazzolla, a algunos trovadores contemporáneos. Las orquestas sinfónicas en La Paz y en Berlín. El buen folklore, el nuestro (digo América Latina), algo del africano. La música de verdad, claro. El ballet y la danza contemporánea, no todo de esta última. Pero la danza, siempre me pareció la más completa forma de expresión de todo aquello humano que nos moviliza. El buen cine, relativamente escaso. El cine polaco de ayer, no las estupideces de hoy. El cine francés, el sueco, el ruso, el italiano, el latinoamericano; incluso, algo del cine estadounidense. El teatro… en el que fui protagonista, aunque sea en el pequeño país en que vivimos. Calígula, Antígona, Medea, Final de Partida… y tanto más. La escritura, que sigo intentando.
Mis visiones y sensaciones del mundo, de este, han ido cambiando. Durante mucho tiempo mi norte estaba situado en Europa, especialmente en Francia y Alemania, países donde viví un tiempito. Hoy, esos países son guerreristas, opresores, y esa Europa se ha transformado en un verdadero horror. Es que talvez ese cariño, no me permitió advertir, que la mayoría de los estados de ese continente, habían sido causantes de las más horribles tragedias a través de los tiempos, aunque claro, afortunadamente, quedaban y quedan sus enormes artistas. Como los artistas de todo el orbe, como los artistas de los EE.UU. Hablando de ello, es posible que pueda afirmar que me salvé por el arte. He tratado de reír, más allá de las angustias, más allá de los pesares. Recuerdo la frase de Nietzche, “El hombre es un animal que se ha visto obligado a inventar la risa”. Afortunadamente, he encontrado siempre un propósito por el cual vivir… las mujeres que amé, los hijos, los amigos. Pareciera ser, que al final de todo, y no es ninguna novedad, el amor es lo que nos sostiene. Todo lo que vengo nombrando sobre lo que me ha ayudado, se apoya en el amor, esa fuerza vital, esa pasión que nos hace construir. Es que para mí sigue existiendo el otro. Aunque Schopenhauer nos diga que las mujeres son algún tipo de hechiceras (no por maldad, sino por su naturaleza), incapaces de amar de la manera en que lo hacemos nosotros, no queda sino creer en el amor. Nuevamente, Nietzche: “Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal”. El amor, claro que sí, fuente de toda felicidad, origen de tragedia, pero sostén de la vida, al menos de la mía.