Santos Domínguez Ramos
“Es curioso que el propio concepto «Edad Oscura» proceda del mundo medieval. Los primeros cristianos habían escrito sobre la oscuridad pagana anterior al nacimiento de Jesús. Los eruditos y humanistas de la Italia del siglo XIV tomaron esa vieja metáfora cristiana y le dieron la vuelta. Describieron la oscuridad de una supuesta decadencia cultural entre la caída del Imperio romano alrededor del año 400 y su propio Renacimiento del aprendizaje clásico. Los eruditos, deseosos de dividir la historia de la humanidad en cómodas porciones, dispusieron de una etiqueta tan conveniente como evocadora que, además, les brindaba un enemigo contra el que distanciarse y, por ende, definirse. […] Pero a medida que los historiadores comenzaban a apreciar la brillantez de la cultura y el saber medievales, el término «Edad Oscura» empezó a declinar.[…]
Sin embargo, este fantasma sigue acechando cuando se menciona el mundo medieval y, especialmente, sus logros científicos. El término «medieval» suele usarse para adjetivar los crímenes salvajes de los grupos terroristas. Políticos, periodistas o jueces lo blanden metafóricamente para condenar la tortura o la mutilación genital femenina, tachar una investigación de «caza de brujas» (aunque los juicios por brujería pertenecen sin duda a las a los inicios de la Edad Moderna) e incluso para lamentar la mala cobertura de los teléfonos móviles”, escribe Seb Falk en el prólogo de La luz de la Edad Media, que publica Ático de los libros en una espléndida edición ilustrada con traducción de Claudia Casanova.
A desmentir el tópico de la época medieval como una edad de tinieblas dedica Seb Falk, investigador de la historia en Cambridge, este híbrido de ensayo y narración, subtitulado La historia de la ciencia medieval, en el que usa la figura de un monje de finales del siglo XIV, John de Westwyk, inventor y astrónomo, como guía para recorrer la ciencia medieval en un viaje iluminador desde el monasterio de Saint Albans, el monasterio más grandioso de Inglaterra, donde estuvo el reloj astronómico más avanzado del mundo:
Como estudiante de astronomía y usuario de instrumentos, John de Westwyk representa bien este encuentro de teoría y práctica. En este libro haremos ciencia con él, y aprenderemos la ciencia como y cuando él la aprendió. Desde contar hasta 9999 con los dedos hasta elaborar un horóscopo o curar la disentería. Comprenderemos cómo se hacía la ciencia medieval, no solo la ideada, sino la puesta en práctica: más allá de admirar el astrolabio, sentir el peso de latón en las manos es esencial para apreciar sus logros.
En ese sentido, La luz de la Edad Media se ofrece como un fascinante recorrido por los logros científicos y tecnológicos de la época medieval, en la que se fundan las primeras universidades europeas y se crea en España la Escuela de traductores de Toledo, tan decisiva en la recuperación desde el árabe de la sabiduría de la antigüedad (Euclides, Ptolomeo, Galeno, Aristóteles) y en el conocimiento de la ciencia oriental.
Los avances en astronomía y la invención del astrolabio (“el instrumento científico medieval por antonomasia”), un dispositivo móvil imprescindible en el cálculo de las rotaciones astrales; la importancia de la medida del tiempo astronómico en los ciclos agrícolas o en los ritmos de la vida monástica y los primeros relojes mecánicos (“el invento más significativo de la Edad Media”), la adopción del sistema arábigo de numeración a partir del siglo XII o el desarrollo de las matemáticas y la aritmética, la trigonometría y la química, la cartografía y la medicina son episodios centrales en La luz de la Edad Media, un libro que, como señala Seb Falk en el Epílogo, intenta “contar la historia de la ciencia medieval, menos como parte de una larga historia de la ciencia desde la Antigüedad hasta nuestros días y más como parte integrante de la vida y la cultura medievales.”
Porque “estudiar los errores de los eruditos medievales, así como sus magníficos logros, nos ayudará a apreciar el esfuerzo humano en toda su fascinante complejidad.”