Se acaba el año, llega la Navidad y la occidentalizada costumbre de darse regalos se ha apoderado de casi todo el orbe, incluso del numeroso mundo islámico, donde personalmente pude comprobar que Papá Noel es el “responsable” de irrogar los gastos del nacimiento divino.
Claro que para recibirlos había que portarse bien durante los casi doce meses que a la llegada del Señor le precedieron, y sin tapujos, con certeza, se puede afirmar que Bolivia (entendida como el conjunto de nacionalidades, grupos étnicos, razas, clases sociales, gremios y especialmente políticos) realmente se ha portado mal. Entonces, corriendo el riesgo de caer en la siempre antipática postura del pesimismo, y aunque —cómo no— mis deseos son diametralmente opuestos, creo que el año 2024 no será mejor que el que estamos a punto de terminar. Y es que, conociendo la idiosincrasia de nuestra gente, la incultura que desde siempre en el país ha imperado, la perfidia de los poderosos, la ambición de los políticos, el odio de algunos líderes, la purulencia de la justicia, la inmoralidad de algunos clérigos, la falta de ética de unos cuantos deportistas, la ineptitud del primer órgano del Estado, la incapacidad del gabinete de ministros, el vergonzoso servicio exterior, la corrupción endémica y todavía muchas otras cosas, conociendo todo esto, decíamos, no hay señales para pensar que algo cambiará.
Pero, contrariamente a lo que la tradición ha impuesto respecto a merecer o no los regalos de Papá Noel, esa crisis integral del país más bien amerita que los bolivianos sí merezcamos mejores días, quizá ya no quienes ya han vivido mucho o los que están en la recta final de la vida, pero sí los jóvenes y los hijos de ellos, quienes no fueron partícipes de la descomposición nacional. Así, ansío un cambio radical de actitud de nuestros políticos, que, en lugar en enfrascarse en luchas enteramente de interés sectario, este 2024 piensen en el rezago de Bolivia, renunciando a la mezquindad que los caracteriza.
Deseo que el año que viene se piense decididamente en una reforma de la Constitución Política del Estado, de redacción inane y espíritu demagógico. Quisiera la renovación de todo el servicio exterior por hombres y mujeres de carrera, en lugar de cantantes, políticos, dirigentes sindicales o deportistas.
Para Bolivia, pido que los partidos o políticos que vayan a terciar en las elecciones de 2025 mediten profundamente en las listas de parlamentarios capaces, en lugar de los ignaros que se benefician del pueblo sólo por haber hecho reventar dinamitas o haber sembrado coca. Sueño con una Policía científica y honesta, que deje atrás la corruptela que la ha manchado desde muy antes, ensombreciendo la vocación de servicio de muchos otros que la componen.
Que el Viejito Pascuero se acuerde de que el principal pilar para el desarrollo de un país es la educación, de manera que se erradique el adoctrinamiento que ha sustituido a la transmisión del saber. Deseo que Santa dé sabiduría a quienes, hasta hoy y desde hace varios años, nos quieren hacer creer que tenemos el mayor crecimiento económico de la región, y que de verdad se abstengan de robar y de hacer malas inversiones. Que el Gobierno se dedique a gobernar y no a hacer empresa.
Ojalá que en el 2024 impere en el país una auténtica libertad de expresión, dejando de lado el favorecimiento injusto a determinados medios de comunicación con la otorgación de publicidad estatal a cambio de una irrestricta parcialización de su línea editorial con el Gobierno.
Todo eso… si fuera Papá Noel quien hiciera realidad nuestros deseos. Mas desde el fondo del corazón pido al único Dios, al encarnado en su Hijo, porque todos nosotros, los gobernantes y los gobernados, los que imparten justicia y los justiciables, los que detentan el poder y los débiles, los ricos y los pobres, depongamos actitudes innobles, egoístas y enrumbemos hacia una meta común y promisoria, de respeto y de tolerancia al que disiente, y paz entre los bolivianos.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor
