Andrés Canedo

(Para leer mientras se escucha la música del notable compositor)

Aquí estamos, desnudos, cuerpo contra cuerpo, y yo que refriego tu piel de sueños, tu fragante piel de mujer, y tú que te curvas, que empiezas a incendiarte.

Aquí estamos, tú y yo desnudos, y siento tu cuerpo de hombre, tu piel insolente, rozar la mía y yo que me curvo, y yo que me enarco, en una premonición, en la oferta todavía prematura pero cierta, de ofrecerte el hueco gozoso de mi vientre.

Toco con mis pies tus pies de fémina, esa escultura perfecta de huesos, carne, venas, de dedos tensos, que en su tensión traducen los impulsos de tu espíritu. Hay en su forma, en su precisión perversa y cálida, la expresión secreta de tus incendios y tus pulsiones. Y mi boca sueña con ir hacia ellos, pero me contengo porque no tengo prisas, y eso será más tarde.

Tus pies tocan los míos, recorren su geografía, se engarzan con los dedos de los míos, y yo ya sueño tu boca de hombre, posándose sobre ellos, besándolos, sorbiéndolos, como una promesa de fuego, como actores primarios pero un tanto lejanos de este acto de amor. Pero sé, o presiento, que eso será más tarde, que se integrará a las caricias y a los sueños. Sé que ellos, mis pies de mujer, integran y completan tu universo de deseos. Pero no te apresures mi amor, no te desboques. Deja que todo fluya como música.

Rozo con mi pubis el tuyo y la visión de paraíso, todavía lejano pero inminente, hace que te empuje y tú te encorves, acercándote, pegándote a mi ariete, ansiándolo, pero todavía esquivándome. Y te siento gemir, y siento el golpeteo de tu corazón, que junto con el mío, van llevando el ritmo, que no debe encabritarse.

Me rozas en el centro de mí misma con tu antorcha de carne y de lumbre, y yo me curvo hacia ella, porque la ansío, pero cuando se acerca a la boca de mi caverna, le escapo, porque quiero gozarte, hombre, en presentimientos, en vaticinios, en todas las sensaciones preliminares, en esta introducción que todavía no debe introducir, sino sólo anunciar. Y siento el galope de tu corazón que corre junto al mío y que todavía no debe desbocarse.

Mi pecho aprieta el tuyo, mujer, y la suavidad de tus senos, de tus pezones erectos, le abren dos huecos por donde me ilumina la luz de tu carne y las delicias de tu naturaleza jugando a las escondidas, pero sin ocultarse, me invaden, me avasallan, me hacen saber que ese será otro de los destinos de mi boca, pero más adelante, porque esta no es noche de apresuramientos, sino de conocimientos, de descubrimientos arrebatadores.

Tu pecho, hombre, aprieta mis pechos, y yo, desde su vértice radiante, penetro en ti, te abro senderos de placer y te inyecto los mensajes de mi alma y busco en tu oquedad, los avisos de la tuya.  Te toco y me escapo, pero no me oculto porque te estoy esperando, aunque sé que no debo precipitarme porque esta noche debo conocerte, debo graduarme en tu forma humana, en cada recoveco, en cada protuberancia, debo saberte de hoy para siempre.

Mis muslos se enredan en los tuyos, en esas columnas mágicas de seda y mármol, los tocan intensamente, los sienten, los disfrutan y los ven desde los ojos ocultos que poseen y que ven más que los otros ojos con los que te miro y los miro cada día. El lenguaje de esta mirada que de ellos me llega, es otro, ya que está hecho de tacto, de gusto, de sonido, de aromas que sólo ellos perciben al tocar los tuyos.

La parte alta y robusta de tus piernas, se enlaza con la de las mías, y desde allí, te siento y te presiento. Es que estas mis columnas de fuego y ébano, que son objeto de tu codicia, tienen el don de transmitir y de aprender, de gozar de cada parte tuya, mi hombre, de conocer los misterios de tu cuerpo, y los mensajes de tu boca y de tu lengua que pronto llegarán a posarse sobre ellas. Esta parte de mí, que es tan importante para ti, te aprende y te aprehende y te descubre y te revela.

Tu boca y tus labios, y tus dientes, y tu lengua, todo ese conjunto de sabores y sensaciones que ahora me absorben y que absorbo mientras mis brazos y tus brazos aprietan, todo ese prodigio de sensaciones que me comunicas y me haces vivir mientras tu lengua rosada y dulce, va generando floraciones que se me manifiestan en el cénit de mi percepción, en el idioma radiante de tu saliva que disfruto como la hidromiel de los griegos antiguos, como el elixir de la vida.

Tu boca, amado mío, ahora ha invadido la mía, y me deleito con tus labios, con tu lengua que aprisiono, que mezclo, que aprisiono, que succiono, que descifro. Y es, desde el sabor dulce de tu saliva, de donde me embriago, empiezo a perderme, a salir de mí para llegar hasta la cima de mis sensaciones. El jugo de tu boca me habla, me conversa de secretas fuentes donde radican la vida y la multiplicación de la vida.

Te beso los pies, uno a uno, y su estructura que es casi la síntesis de mis sueños, se tensa y me avisa de tus deseos. Recorro con las manos y la boca tus piernas morenas y te vuelco para sentir el arco sublime de tu pantorrilla y la depresión alucinante de tu rodilla. Te vuelvo a girar, mujer perfecta, y mis manos, mi boca, mi lengua, se deslizan por la tersura incendiaria de tus muslos. Me detengo en su parte interna, allí cerca de donde todos los sueños se precipitan, y su suavidad de pluma leve me estremece y me desbarranco en imágenes de aves transitorias, mientras te siento también a ti vibrar. Ahora mi boca invade tu sexo con aroma de limón, con sabor de manjares que únicamente pueden existir en el soñar. Lo exploro con la nariz, con los dedos, y en este momento empieza a revelarse el porqué de mi vida y mi destino. Te giro otra vez, y allí están la parte posterior de  tus muslos de terciopelo, tus nalgas como dos montañas mágicas y resplandecientes, y mi boca les va comunicando todas las lenguas remotas y extrañas del universo, que también le digo a la parte  baja y estrecha de tu espalda, aquella donde se forman guitarras, violines y chelos, y que ya están emitiendo una música nueva. Otra vez, contigo de espaldas, recorro tu vientre y llego a tus senos y allí me quedo a retozar en su circunferencia de cono de una geometría esotérica, en su vértice que crece junto a mi lengua. Y así, pasando por el cuello, llego otra vez a tu boca que ya está abierta para recibirme, pero que ahora tiene una exaltación y una potencia exacerbadas. Finalizo en tus ojos, que a pesar de estar cerrados, me envían sus comunicaciones que son como la luz acumulada de todos los astros.

Desatas en mí, hombre mío, todo un frenesí de sensaciones, porque te siento lamer los dedos de mis pies, porque el transcurrir de tu lengua por mis piernas y mis muslos, me abre a un mundo de placer y de sensaciones, sobre todo cuando te detienes e investigas e inquieres en la parte interna de los mismos, y yo te respondo en todos los idiomas que ahora, de pronto, conozco, y porque ya adivino el próximo destino en que se posará tu boca. Y allí, aquí estás, en el núcleo, en el centro de mí misma, ese destino de semillas y de vuelos, de tu vuelo que aterrizará en el punto exacto de mi cuerpo que ya ansío colmar ya que se me desatan todas las fiebres, todos los ensueños, ya que millones de palabras nuevas y exactas se me revelan desde ahí y todas significan tu nombre. Pero sé que debo esperar, que te debo disfrutar para conocerte y que me conozcas. Te siento ahora besar mis nalgas y luego la parte baja de mi espalda, y ahora ya no es arrebato, ahora es delicia, delicadeza y ternura. Y otra vez me das vuelta y subes hasta mis pechos y los enardecimientos retornan, y terminas llegando a mi boca que actúa por sí misma, que quiere sorber no sólo tus labios, tu lengua y la miel de tu saliva, sino que intenta atraparte por entero, saborearte, deglutirte, hacerte mi nutriente del alma que asombrada me observa. Así llegas a mis ojos y con tus besos estableces una momentánea paz a la que yo respondo desde mi propia luz.

Ahora se abren, mujer mía, mi dueña, las compuertas de tus piernas, y desde la encrucijada donde ellas nacen, el canto arcano de tu vivir me llama. Y entro en ti, penetro suavemente, en tu calor, en tu humedad, en el molde armonioso y preciso y único. Allí empiezo a perforarte en busca del tesoro de la luz de tus orígenes. Aunque tengo ganas de precipitarme, me contengo, lo hago con serenidad y con mesura, debido a que te voy encontrando y a que tengo conciencia plena de que esto es la forma de expresarte mi amor. Siento entonces, la presencia del ritmo que no debe alterarse todavía para dar así origen a la música que nos sintetice. Debo mantenerme allí, en ese tempo que avanza pero que no se apresura.

Porque estoy dispuesta y porque eres tú, el que amo, me abro. Estoy segura de que al abrirte mi cuerpo, te abro también mi alma. Tú me pediste que así fuera y me dijiste, que mientras cavaras en mí me entregarías la tuya.  Entonces entra en mí un aluvión de sol y de dulzura inédita, y yo le hago el molde, le sigo el movimiento, el compás sereno, aunque tengo ganas de desenfrenarme. Pinceladas de luz y fuego me restriegan y van haciendo visibles para mi cuerpo y para mi espíritu, esclarecimientos de mensajes reveladores. Soy la vaina y soy la cuna, y desde ella, desde toda mi vibración, trato de integrarte a mi propio resplandecer para que sumemos luminosidad.

Vamos lentamente creciendo en intensidad, no en premura, vamos avanzando hacia la culminación, hacia el fin que puede ser el principio de todas las verdades. Te siento en cada espacio de mí, te reconozco en todos los puntos de este cosmos recién inaugurado. Así, lenta pero indefectiblemente, en este conjunto cabalgar por los prados más deleitables, nos vamos asomando a un amanecer insólito y refulgente. Crezco, creces, crecemos. Soles, lunas, resplandores, tachonan el cielo de estos instantes.

Me muevo contigo y no hay un despeñarme en la locura, sino una apertura hacia una deliciosa serenidad. Y aunque el ritmo se sostiene, es más intenso y comienza a colmarme. Más allá, donde pronto llegaremos, se avizora un sol nuevo, un alba de flores y pájaros, de perfumes y suavidades. Estrellas, estrellas que brillan, que derraman resplandores.

Tú, en este cuerpo de carne que me aferra, terminas de develarte y eres luminaria y aposento, y siento que voy a caer en el mar hondo y límpido de tu vida y de tus más ocultas aspiraciones, en la afirmación de este amor, mientras todo fluye, emana, se despeña, se retuerce y trasciende. Gozo enorme y múltiple, río colmado de peces que se lanza al infinito.

Tú, que me tomas, que me colmas, que me alumbras, que me descifras. Tú te agitas, te abres, te agrietas sin dolor, y me permites ver tu fulgor, tus misterios abiertos, y me inundas, me riegas, me anegas,  me empapas, y contigo caigo, y caigo, y caigo en el placer abismal y rotundo, contigo caigo en un tierno mar de rosas, y empiezo a trascender.