Roberto Navia Gabriel
El verano se nos ha escurrido entre las manos y es bueno caer en cuenta que nos la hemos pasado quejándonos del sol, como si el calor fuera una gran noticia o un virus desalmado. El otoño entra a esta parte del mundo con el sonido de sus propios timbales y tenemos la gran oportunidad, no planificada, para sentirlo en las hojas que caerán de los árboles que no habíamos disfrutado su sombra hasta antes de este desastre.
Ayer me he puesto a ver unas fotos. En todas había personas queridas con la felicidad rebosante. Una de ellas me llevó a una fiesta cálida que organizaron el año pasado Anita Copa y su esposo catalán Jaume Risquete, que habían llegado de visita desde Barcelona. Una foto espléndida: todos con la sonrisa en la cara y abrazados en un abrazo perfecto, de amistad a prueba del tiempo. Parecía una foto lejana, inmortalizada en otro planeta.
Jaume y Anita ahora están en su apartamento de Barcelona, cumpliendo la cuarentena para que la pandemia no ose atacarlos. Se la he mandado a Jaume esa foto por whatsapp, con un pie que estuviera a la altura de la gráfica: “Que los lindos recuerdos nos ayuden a soportar estos días, querido amigo”. Él me ha respondido: Siete días ya confinados. Duro. Lo mejor será cuando esto acabe: una explosión de energía y vitalidad”.
Antes, había leído que Jaume escribió en su cuenta de Twitter algo que me dibujó el momento que estamos viviendo: “Caminar hasta la playa para ver el horizonte esférico y volver a darme cuenta de lo solo que estamos, de nuestra enorme fragilidad, de lo vulnerables que somos y lo pequeño que es el ser humano ante el poder de la naturaleza y la inmensidad del universo. Somos nada”. Esas palabras me llevaron a otro recuerdo y se lo hice saber a través de un trineo: “Me acuerdo el día cuando te visitamos y nos llevaste a caminar por la playa. Traer ese recuerdo da esperanzas de que esto pase pronto, y de que habrá más visitas a Bolivia y a España y que nos acordaremos de estos momentos como algo que se fue”. A Jaume me lo imaginé leyendo y escribiendo al lado de Anita en su refugio catalán. Desde ahí respondió un emotivo deseo: “Volveremos a pasear junto al mar por acá y a comer churrasco en una de esas cálidas noches en tu hogar de Santa Cruz. Valoraremos aún más esos verdaderos placeres de la vida”.
Como el mar que está cerca de Jaume y de Anita, hay muchas otras joyas de la vida que no podemos tocar por más próximas que estén. Mientras dure este encierro queda la memoria para desempolvarla, y cuando todo pase, la memoria estará ahí para recordar este presente como una foto macabra que habrá que mirar para evitar que otros veranos se nos escurra entre las manos.