Mauro Gatica Salamanca
“Mira en lo profundo del
ojo los trazos que cruzan
el abismo”.
Con estos versos comienza ORÁCULO ELÉCTRICO (libro de Lucia Carvalho, `publicado por Editorial Ascdnte, este 2024), versos que resuenan como un mantra, como invitación a un viaje que implica la despersonalización, o quizás la pérdida de perspectiva tras el afán de confrontar lo desconocido que significa la vida para el cuerpo que la habita. Un cuerpo que se descompone, que se moldea en un loop interminable de posibilidades. Un cuerpo que se reinventa en su materialidad y ésta, a la vez, reinventa la manera en que lo determina.
Este oráculo nos presenta un único ojo, uno que nos ofrece una dualidad al plantearnos una visión a medias, una verdad parcial respecto a las cosas, respecto a nosotros mismos. Un ojo que se funda en el error. Este ojo, que oficia de canal entre lo terrenal y lo digital a través de un nuevo lenguaje, termina siendo aquello que nos protege y purifica. Aquello que nos ofrece una eternidad amparada en la imagen, la cual esculpe nuestras vidas traduciéndolo todo en representaciones de datos. Es ella y su nuevo lenguaje:
“Mira por lo plano de la pantalla bases de puntos de color escalas de grises
señales divinas de la profundidad”
Vale preguntarse ¿qué hay detrás de esta búsqueda? ¿Verdad o conformación? Quizás y una dependencia y fe ciega. Lo que antes fuera divinidad, es hoy tecnología. Y es este no lugar y no otra parte donde, al parecer, se define nuestra existencia. Fungiendo ésta como lenguaje y a la vez como mediador entre los individuos y la realidad. Realidad que se estructura a través de la organización y jerarquización de la información, lo que crea una realidad editada, curada, que no necesariamente refleja lo que sucede más allá de los píxeles.
Pero el Oráculo Eléctrico nos advierte que estamos frente a una nueva manera de mirarse, de comprenderse un cuerpo que transita la existencia mediado por la tecnología, lo que amplifica, en cierta manera, nuestra capacidad de observar y experimentar el mundo. Mediación que termina creando realidades que compiten con las experiencias adquiridas en el mundo físico. Esto deja en evidencia la delgada línea que separa lo real de lo virtual. Virtualidad que podría entenderse como una nueva forma de divinidad. Virtualidad divina que paralelamente funge como desmontaje de la propia realidad.
El libro me invita a preguntarme sobre qué parte de lo real perdemos al mediar la realidad a través de la tecnología:
“La biología no es suficiente”, no dice;
“el oráculo eléctrico sabrá mostrar la belleza que me contiene”.
Vaciarse en el vacío, eso me sugieren finalmente estos poemas. Imagino apagar la pantalla y que este acto incida “realmente” en lo virtual, como el árbol que cae en medio del bosque y que nadie escucha. ¿Podría ser efectivo este escenario? ¿Incidir con esta especie de inmaterialidad reflejada en la superficie de una burbuja? ¿Podríamos pensar que esta fragilidad la define y controla?
Entonces, qué es la realidad a la vista de este ojo, de este oráculo eléctrico, sino un virus que busca desbaratar esta reconstrucción editada de la vida, esta manera nueva de existir, de concebir la existencia más allá de su biología. Esta lucha entre lo divino y lo terrenal, entre la experiencia y los bits, entre la tecnología y la carne se hace evidente a lo largo del texto.
Si bien es Apolo quien nos abre la puerta a este libro, no es sino Teresías, el hombre ciego, premiado con el poder de la clarividencia y la sabiduría por Zeus. Es este individuo de carne y hueso que, desde la irónica oscuridad que habita, nos señala el camino hacia lo profundo de este desierto que habitamos, desierto que se sustenta en el vacío, necesario, al menos eso sugieren estos poemas, como espacio para crear nuestra propia manera de estar.