Si pudiera saberse por anticipado el tiempo que aún puede arrastrarse la feroz disputa entre políticos que tratan de capitalizar el reclamo colectivo por el censo, podría aliviarse, al menos un pedacito, de la angustia de las miles y miles de familias atrapadas por la dura cuarentena económica que ha superado el mes de duración en Santa Cruz.
La maligna mezcla de mezquindades y mediocridad que lleva a extender artificialmente los plazos para atender la protesta, no alcanza a tapar que, ya en este punto, su potencia ha modificado hondamente la relación social de fuerzas, volviendo a triturar el maltrecho sistema de representación política, alcanzando al MAS, que era la única organización que pudo mantenerse casi intacta estos últimos años.
El movimiento social embanderado detrás de la demanda tan sencilla y modesta, va todavía más allá de la debacle de partidos, sindicatos, comités cívicos, cámaras empresariales, ampliamente sobrepasados y atontados, porque desnuda que su descontrol es una manifestación más del desnudamiento del Estado, como una estructura parasitaria ajena y contrapuesta a la sociedad.
La ineptitud combinada de los que tienen copados la mayor parte de los aparatos estatales, con la de la dirigencia que supone que puede conminar y darles plazos de horas o días “a los demás departamentos”, pone a la luz del sol que la tarea de descolonizar al Estado, ni siquiera empezó. Esa descolonización se resume en acompañe al intenso impulso democrático de nuestro pueblo, con el diseño y construcción de instituciones que dejen de copiar burdamente las de otras experiencias y realidades históricas.
Esa necesidad no la entendió el régimen entronizado desde 2006 y, mucho menos, la casta patronal, alienada y enajenadora, que propone una u otra reforma administrativa, bajo la idea que una nueva copia o un cambio de nombre, alcanzaría para que entiendan y asimilen una realidad social a la que temen y desprecian.
Los ejemplos de la permanente inadecuación del parlamento; el intrínseco torcimiento de nuestro sistema de administración de justicia; la facilidad con que la Policía se acopla al crimen y el entusiasmo con que ejerce la violencia contra la sociedad movilizada; o la aparente imposibilidad de equilibrar poderes relativamente autónomos, son las evidencias de que la colonización anida en la triste adaptación de esas organizaciones y en las maneras en que se administra el poder, al margen de los justificativos y disfraces ideológicos de los que se especializan en conquistarlo.
Esos males no cambiarán, modificando las etiquetas de las estructuras. Nuestra Constitución ha definido la irresuelta tarea de asimilar y ejercer nuestra característica pluralidad -de pueblos ya que no de “naciones”- como base de un nuevo orden estatal con autonomías, participación y control social.
No está planteado abolir el estado, pero nuestra democracia tiene un camino por recorrer para vigilar e impedir el desborde abusivo del poder que se ejerce desde su seno.
La movilización por un censo oportuno, transparente y veraz, rescata nuevamente esos principios, sepultados por el régimen y su oposición profesionalizada, igual que las autonomías, cuyo verdadero origen antecede a la existencia de departamentos, provincias y municipios, puesto que nació con la rebeldía indoblegable de los pueblos originarios ante una Corona, que no tuvo otro remedio que reconocer la existencia de otra república (la de los indios) distinta a la suya.
La ceguera de los “operadores” políticos les impide reconocer que la nueva correlación social permitirá que acumule y avance la fuerza que tenga mayor aptitud para buscar y cultivar, por encima de diferencias y rencores, verdaderos entendimientos y respetarlos. Al no entenderlo, cada uno grita más fuerte y destempladamente acusando y condenando a las fracciones o tendencias más abiertas y amplias.
A contramano de lo que necesita y busca nuestra sociedad, los alaridos sectarios y el narcisismo de los que ejercen el poder y los que se mueren por recuperarlo, aumenta las fragmentaciones y copa la escena política y las noticias.
Pese a las importantes modificaciones que trae la protesta, el peso fundamental de impedir el colapso completo de nuestras libertades, la recuperación de las melladas y la atención de los verdaderos y profundos retos de construir una nueva economía se cargan sobre la sociedad, dada la deserción generalizada que se expande entre los profesionales políticos.