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Y con Chile…. ¿ahora qué?

Hace unos días, los presidentes de Chile y Bolivia tuvieron una corta conversación, a propósito de la elección del nuevo presidente Luis Arce Catacora. El presidente de Chile, Sebastián Piñera, le manifestó: “Estoy seguro que trabajaremos con voluntad para reencaminar unas nuevas relaciones bilaterales entre ambos países”. El presidente boliviano coincidió expresando: “Reencaminaremos las políticas de unidad entre los pueblos de la región para establecer una buena vecindad”.

 Al día siguiente, el canciller Andres Allamand, precisó: “Hemos visto con buenos ojos de que se ha hablado de la necesidad de una buena vecindad entre Chile y Bolivia: por nuestra parte, hemos hablado de una aproximación progresiva. Existen las condiciones,  para iniciar, sin precipitaciones, con cautela, una nueva etapa en la relación bilateral”.

 Ahora, la pelota está en cancha boliviana, si es que se quiere avanzar en este torneo diplomático con miras a superar la amarga experiencia del fiasco en la Corte Internacional de Justicia. Consecuentemente, se estima oportuno y pertinente reflexionar sobre a dónde queremos llegar, cuándo y cómo encaminar nuestras relaciones o no relaciones con Chile. 

 Es conveniente partir, no de una premisa tradicional –aunque no debemos olvidar la historia–, sino que el punto de inicio debe ser realista y en función de futuro y no estancarnos en una perspectiva plañidera de persistente retrospectiva.

 Hay un concepto que debemos tomar en cuenta si es que queremos avanzar: el espacio-tiempo histórico como contexto para un futuro accionar. En el espacio, que es la geografía, las cosas cambian de lugar. En el tiempo, que es la historia, las cosas también cambian por su constante devenir. El tiempo de uno no es el mismo que el de los antepasados. La expresión  espacio-tiempo  recoge la noción de que el espacio y el tiempo ya no pueden ser considerados entidades independientes o absolutas, sino, más bien, fuertemente interrelacionadas y relativas.

 Cambiar la historia es relativamente difícil, pero no absolutamente imposible. Con Chile, hasta ahora, la historia nos separa, pero la geografía nos une y la economía podría complementarnos. En materia internacional, el tiempo histórico no se mide por relojes, sino, más bien, por intereses que son sazonados e impulsados por la geografía y la economía.

 Rescato, inicialmente un concepto de los presidentes: “Reencaminar las políticas de unidad en las nuevas relaciones entre ambos países”. Se percibe una voluntad de trascender ese marco confrontacional que ha dominado los últimos tiempos. Recupero también la precisión del canciller chileno de que hay condiciones para iniciar esa nueva etapa y de que se debe avanzar con cautela y sin precipitaciones.

 Nuestra Cancillería seguramente –hay que ser optimistas– está analizando esas condiciones señaladas por Chile, antes de pronunciarse al respecto. Debemos ser prudentes, aprovechar la oportunidad que se nos presenta y actuar con sindéresis, sin prisa, pero tampoco con demasiada pausa. Nadie, sin embargo, va a descubrir la pólvora en esta materia, máxime si ya experimentamos costosas improvisaciones judiciales que, en vez de avanzar, nos hicieron retroceder.

 La ruta ha sido trazada hace tiempo y pasa por (1) un contexto internacional favorable; (2) la construcción de confianza mutua y el cambio de mentalidad; (3) coincidencia de intereses; (4) restablecimiento de relaciones diplomáticas; (5) disminución de asimetrías de factores de poder; y (6) propuestas de solución concretas y viables.

 El espacio-tiempo histórico nos ha colocado en el punto (4). Hasta ahora, la realidad nos ha demostrado que no tener relaciones diplomáticas con Chile nos ha reportado muy escaso beneficio; por el contrario, no incidió positivamente en lo más mínimo en el relacionamiento bilateral. En tal sentido, es un imperativo preguntarnos ¿qué gana Bolivia con mantener la ruptura de relaciones con Chile?

Más bien se coloca en posición de desventaja para ejecutar cualquier estrategia que requiere de una vivencia directa y permanente del proceso de toma de decisiones y la posibilidad de influenciarlo, además de promover el apoyo de la opinión pública chilena. Planteadas así las cosas, se debe trabajar en una nueva forma de abordar la relación con el vecino país y ésta puede darse, inicialmente, a partir de la reanudación de las relaciones diplomáticas.

Fernando Salazar Paredes es abogado internacionalista.

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