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Selección de poemas de Irma Verolín

Habitación

I

Un despliegue de cartas españolas
sobre la superficie tambaleante de la colcha
que cubre el cuerpo de mi madre
movedizo
increíblemente movedizo dentro de su enfermedad
ese vasto sitio donde todo confluye: nuestras conversaciones
el miedo
las manos de los médicos
las de mi madre que dicen ay.
Montones de cartas resguardan ese cuerpo
ahora
y quieren abrigarlo
mamá las ha echado alzando su brazo con brusquedad
–revoltijo en el aire cara y ceca sin pronunciación–
para dar un salto hacia el futuro
ese otro lugar que no existirá para ella
aunque las cartas vaticinen fabulados prodigios
lunas fosforescentes en la ventana quieta
luces para repartir como caramelitos en un cumpleaños.
Todos aquí
nos asomamos al futuro de mamá
estirando el cuello hacia la colcha
que ya no soporta el colorido de las barajas
ni el temblor rudimentario de su cuerpo.
Está hecho de nácar su cuerpo
deshecho su cuerpo
lábil entre las sábanas
que apenas recuerdan sus perfiles
las líneas
las rugosidades
ese cuerpo que se adelgaza en una precipitación
que no conoce límites.
Grande es el sitio que la espera apenas su cuerpo logre olvidar
cada una de las cosas que hoy la alimentan y cobijan
nácar como piedra o interior de caracola
nácar los diminutos botones de su camisón

 II
Dice que no quiere morir
y lo dice en medio de cualquier conversación
mientras acaricia el borde sedoso de la frazada al pasar
así
soltando un apretado pensamiento
que no termina de ser pensamiento
en el interior de su desmoronada cabeza
frase mordida que al ser soltada
despedaza el aire de esta habitación
donde todos respiramos mirándola a ella
que acaricia el borde de la frazada y habla.

III
Qué es morir, me pregunto
¿que el cuerpo esté en un lugar
y la voz en otro distinto?
Morir.
Irse a lugares donde los ecos de las voces se copian
en una interminable secuencia
y no hay quién escuche


Fuego y agua

Me ahogo en el fuego 
y me quemo con el aire
mi voz se solaza en la mentira
grita dentro de mí el silencio
soy una mujer que habita
el país de Nunca Jamás
gateo sobre mis propias palabras
que son muelle
ancla
puente
me deslizo sobre los afilados márgenes
no quiero estar aquí
no puedo irme allá.

Fuego y aire
trastocaron su sustancia
para mí
que estoy hecha y deshecha
por lo que no sabe crear
ni puede destruir.

Un mudo balbucea mi nombre
yo voy hasta su boca
y me vuelco en ella
con toda mi humanidad
desmadrada
incierta
insustancial
mujer armada con tiritas de viento
sola en la compañía de sí misma
ahuecada
y despierta
con los ojos anhelantes
desvestidos
y anhelantes.

Maceta en la terraza  

En esa maceta olvidada en un rincón de la terraza 
las lluvias del verano
hicieron brotar unas cuantas hojas verdes
bastante grandes
que demostraron mucha voluntad de vivir
 e insistieron en multiplicarse 
con cierta alegría. Nadie dejó
caer en la tierra una semilla
-sólo tierra oscura y terca había en esa maceta- 
 nadie esperó con impaciencia
que surgiera  un brote de aquel fondo negro
ni  le echó agua
día a día
inclinando un cacharrito averiado
alimentado por esa confianza
con que el porvenir nos alumbra
cuando regamos una  rústica maceta,
las hojas salieron a la luz sin testigos
solas
despejadas ante la espesura de un aire
que las recibió a sus anchas
en ese rincón sin  nada de sol y poco abrigo.

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