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El hombre moderno: entre la libertad y el estado

En un libro titulado Hombres y engranajes, Ernesto Sábato reflexiona sobre cómo el avance de la ciencia, la razón y la máquina, en vez de liberar al ser humano y aliviarlo de sus problemas, en realidad lo fue esclavizando gradualmente y le genera otras preocupaciones. El filósofo argentino se pone a pensar si realmente la diosa Razón pudo dar al hombre todas las facilidades que le prometió. En primer lugar, habría que recordar que las máquinas, las comunicaciones y los transportes, lo que hicieron en realidad fue acortar nuestro tiempo, ponernos más ansiosos e instaurar una especie de nueva ética del trabajo: la productividad sin freno. En segundo lugar, que la idolatría de la ciencia y la razón fue alejándonos de la sensibilidad ante la naturaleza y el arte y dejándonos en una especie de isla del sinsentido, en una telaraña de preguntas existencialistas o sencillamente en la banalidad (la idiotez). Empero, el dogma del Progreso sigue en pie: a la humanidad le espera una Edad de Oro, en que todos seremos iguales y la felicidad será alcanzada. El ser humano sigue embriagado del infinito dominio pensando que todo habrá de rendirse ante sus deseos.

En este sentido, es interesante reflexionar que fueron las corrientes filosóficas y científicas occidentales (que desembocarían en el liberalismo moderno tal como hoy lo conocemos), aquellas que prometían un paraíso de libertad en el que la ciencia (la medicina, la ingeniería, la estadística) se encargaría de ir solucionando los problemas del mundo, las que fueron, en muchos sentidos, esclavizando al ser humano. Por ejemplo, la ciencia moderna, al mismo tiempo que eliminó pestes, fue la causante de nuevas enfermedades y, al mismo tiempo que posibilitó el entretenimiento de masas y nuevas formas de acceder a la cultura, fue deshumanizando al ser humano, pues lo fue aislando de la naturaleza y la contemplación de esta. La mercantilización del espacio y el tiempo (“time is money”), fenómeno que se vio fomentado por la ética capitalista protestante, hizo que el ser humano se afanara más por el trabajo que por su bienestar psicológico y espiritual y la progresiva tecnificación del conocimiento fue alejando cada vez más la posibilidad de una visión global (y sensible) del todo, la cual había sido el objeto del uomo universale del Renacimiento.

Con todo esto, no quiero satanizar, ni mucho menos, al liberalismo, doctrina de principios que creo que sigue siendo la menos mala o la que ha traído menos desdichas a la humanidad. Lo que me propongo más bien es ponerla bajo el tamiz de la crítica, para que quien lea esto no piense que el liberalismo —que, si es llevado a los extremos, es una religión laica— es la respuesta a todos y cada uno de los sufrimientos de la especie. Como vimos, los males psicológicos y espirituales que hoy padece no son paliados por aquel, sino más bien agravados.

En el libro del que hablaba, Sábato intuye que el futuro de la humanidad no será liberal, sino, por el contrario, estatizante, ya que paradojalmente la ciencia liberal, aquella que nació como fruto de la crítica y el debate, hoy brinda al estado una serie de recursos casi ilimitados para ejercer un control coercitivo sobre las sociedades: premios e incentivos materiales, gases lacrimógenos y armas, cine y periodismo de masas, cárceles ultramodernas, etc. Y hoy podríamos decir que también le otorga inteligencia artificial, bioingeniería y mecanismos digitales de vigilancia. Todos estos elementos pueden ser —y de hecho están siendo— utilizados por los amantes del estado omnímodo o autócratas inescrupulosos para controlar a las sociedades que gobiernan. Entonces, ¿por qué pensar que el futuro podría ser liberal, si las tendencias no apuntan hacia ello? A lo mucho podríamos desearlo, pero no profetizarlo.

Así, podemos comprender que la historia no es unidireccional ni tiene un sentido hacia una meta concreta: no es ni liberal, ni feminista, ni socialista. Más bien parece ser que es un caos que se va haciendo al día, según las pulsiones y tendencias individuales y colectivas, pero siempre al día. La libertad y la esclavitud están en entredicho, pese a que siempre habrá que luchar por la primera. Desde mi punto de vista, la libertad, la mayor que experimentó el ser humano, tiene que ver con la conciliación racional y sentimental del individuo con la comunidad y, sobre todo, con un regreso a la espiritualidad, que lo conecta con la trascendencia y está más allá del yugo espaciotemporal que seguirá sobre nosotros en tanto habitemos este mundo.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario

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