Esta semana recordamos el golpe militar de Hugo Banzer de 1971 que significó la cárcel, la persecución, el exilio para decenas de periodistas. El mismo tono que el 17 de julio de 1980 cuando las tropas asaltaron radios y periódicos antes de ingresar al Palacio de Gobierno. Anteriormente, en los sesenta, militares asesinaron al periodista Alfredo Alexander.
En el nuevo siglo, los ataques contra la prensa boliviana son diferentes, pero siguen influenciados por los servicios de inteligencia- aunque la CIA fue reemplazada por otros foráneos- y por las Fuerzas Armadas que cogobiernan con el MAS.
Los militares estuvieron relacionados con la comunicación masiva en diferentes momentos, fomentaron “Radio Illimani” en vísperas de la guerra y la usaron para anunciar sus cuartelazos. Como otras dictaduras abrieron el canal estatal con fines de propaganda. Sin olvidar que Internet es también una creación relacionada con la guerra.
No es casual que el gabinete de propaganda esté conformado por un capitán entrenado en la Escuela de las Américas; exguerrilleros y otros simpatizantes de la lucha armada. Es interesante revisar el lenguaje que emplean tanto el comandante Kalimán como ellos, típicamente castrense: estrategia (envolvente), enemigo, desestabilizadores, antipatriotas (adjetivo preferido). Sus asesores sudamericanos vienen de grupos armados.
Ahora sacan sus huestes escondidas en páginas electrónicas anónimas para atacar a los medios de prensa y a los periodistas más prestigiosos, como ya fue denunciado. Se esconden bajo el nombre de “guerreros digitales”, auspiciados por el Estado.
Actualmente los líderes de las protestas en Hong Kong enfrentan una temible campaña digitalizada desde China, ¿casualidad? Si EEUU aprendió en la Guerra de Viet Nam cómo controlar a la prensa en la Guerra del Golfo y sucesivas invasiones, los estalinistas dejaron la acción directa para usar la sutil.
Aunque usan el manual de Trump de declaraciones estrepitosas para tener siempre titulares, el modelo preferido es el que Vladimiro Montecinos desarrolló en Perú en los 90. Sus directrices las podemos encontrar en los discursos y ataques del MAS contra instituciones, periodistas y candidatos.
El objetivo primero es controlar la información utilizando métodos variados, incluso los más vedados y sobre todo la calumnia. Falsificación de datos, manejo de medias verdades, declaraciones o documentos fuera de contexto, acusaciones anónimas que otros repiten responsabilizando a esa fuente (“las redes, un comentario, el analista, etc). Aprovechan la complicidad, el miedo, el silencio o la ingenuidad de otros medios para dar eco infinito a la calumnia, a la media verdad.
Algunas noticias son simplemente inventadas como acusar a alguien de recibir dinero del narcotráfico; para bajar la moral de un periodista considerado enemigo atacan incluso a su madre; o para dañar al alcalde opositor no dudan en presionar a la esposa que acaba de tener una guagua.
Análisis aparte merecen las caricaturas, las fotos, los titulares en portada.
Pese a todo ese poder que desborda dinero, la comunidad resiste, primero porque Bolivia no es una sociedad anónima y sabe quién es quién; porque hay instituciones firmes y porque hay personas- periodistas- (aunque cada vez menos) que no dudan en decir lo que saben y lo que piensan a pesar de que las amenazas directas o vedadas.