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Roz, la falla de la robot que aprendió a amar

Viviana Gonzales

Hoy escuché en una clase una pregunta, aparentemente, sin respuesta: ¿qué es lo que nos hace humanos? Podría decir, y es lo primero que se me ocurre, que nos hace humanos todo aquello que va más allá de lo descriptible, es decir, lo innombrable, el amor, por ejemplo. Sí, ese sentimiento que, dicen, es el que mueve al mundo, que nos hace creer en algo, aquello que nos invita a no perder la fe y en esperar algo mejor, siempre.

Nos hace humanos el saber que alguien nos espera, la memoria inquebrantable, el recuerdo, la añoranza…Hay una imagen que a mi me hace sentirme humana (para bien): una tarde en Obrajes cuando yo tenía nueve o diez años, el helado de limón con mi abuela, no había nada especial, no era un día importante, pero esa simple imagen de una niña y una abuela es, para mi, lo innombrable, el recuerdo de mi infancia, la felicidad, a lo mejor dios atrapado en una banca de la zona sur.

Esa sensación que va más allá de todo está profundamente ligada a la poesía y a la palabra escrita. Hoy mi hijo y yo hemos terminado un maravilloso libro (catalogado como literatura infantil, en términos comerciales) titulado Robot Salvaje.

Esta historia es la primera novela del ilustrador y escritor Peter Brown, un maravilloso relato de amor; la historia de una robot, Roz quien llega a un bosque habitado por una serie de personajes entrañables, animales salvajes.

Un libro de ciencia ficción que supone una suerte de análisis a la época que atravesamos o, incluso, yendo más allá, del mundo que vendrá. ¿Qué robots habitarán nuestro planeta? (Asimov y otros tantos escritores ya se habían hecho esa pregunta); ¿cómo serán?; ¿podremos convivir con ellos?; ¿cómo nos entenderemos con unos seres carentes de sentimientos?

La historia no presenta un mundo distópico (propio de las novelas de ciencia ficción), al contrario, lo salvaje (ligado al mundo natural, al bosque) permite que una robot conozca el amor. Una novela que conmueve por su sencillez y naturalidad, una madre (Roz, la robot) y un indefenso ganso bebé (Diamantino, su hijo adoptivo) aprenden a vivir rodeados de una naturaleza salvaje y fascinante en las mismas proporciones.

La protagonista, una robot (en género femenino) que se hace mamá y que, dice la novela, fue creada con alguna falla y gracias a ésta es capaz de amar, de entender la importancia de la naturaleza y la comunidad.

Hoy, hemos terminado este libro llorando porque, a lo mejor, nos ha hablado sutilmente de la muerte, de las despedidas, pero también de la selva y la naturaleza que tristemente hoy está siendo devorada por las llamas ante la pasividad de los gobiernos (es decir, de los hombres). La pregunta, a lo mejor, debería ser ¿en qué momento hemos perdido nuestra humanidad?, ¿en qué momento hemos dejado de ver en la naturaleza la presencia de lo divino?, ¿por qué el mundo le llora a los edificios y no es capaz de llorar por sus prójimos?

No puedo decir mucho más, no he buscado en ningún momento hacer un análisis profundo, simplemente hoy la literatura ha vuelto a tocar nuestra puerta para hablar de un mundo que, a lo mejor, puede salvarse desde la trinchera de las letras, desde la historia de una robot sin corazón que aprendió a amar a un hijo, a sentirse salvaje, a entender la vida, es decir, de alguna forma, a salvarse.

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