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Turbokid y el recuerdo sadomasoquista

De: Daniel Averanga / Para Inmediaciones

Ver “Turbokid”, significó un viaje nostálgico al pasado. A veces rememoro algo, un año y un lugar en donde mi familia todavía seguía unida y los tíos no estaban peleados con mi padre por estupideces como el honor, y sonrío con cierta franqueza, pero también con algo de tristeza.

Creamos lazos, nada más que lazos y a pesar de estar seguro que estos son invisibles, pueden sentirse y algunos incluso nos cortan la respiración o la circulación de esa sangre arcana que avinagra todo el presente en resabios que incomodan pero están ahí, tan oníricos como cualquier parranda de lunes por la tarde.

Los lazos son parte de la naturaleza humana, como cuando escucho a Iberia y recuerdo cómo, una noche hace más de veintiocho años, mi madre y yo salimos en silencio, mientras mi padre dormía su borrachera, para ir a visitar la feria de Alasitas; allí, en Villa Tejada, fue donde comí mi primer anticucho, mientras “El soñador” sonaba a todo volumen y bañaba a los demás de la tristeza del incomprendido que cantaba la letra, sin prejuicios, tanto para borrachos como para mi madre y para mí.

Y al ver esta película no pude más que recordar esos lazos que me unían a las películas ochenteras, esas de las series “B” o “Z”, que RTP emitía los jueves, viernes y sábados, cuando no había niñera o tía que nos cuidara a mis hermanos y a mí, mientras mi padre se dedicaba a salir con sus amigos y llegaba rozando el día siguiente, o cuando mi madre iba a vender sándwiches de queso de chancho a los locales de la periferia, a veces sola, a veces con la compañía de mi hermana mayor; no había viernes o sábado en la noche que estuviéramos “Full house”, así que no nos quedaba más que intentar concentrarnos en las películas de terror de esos tiempos: ver que a otros les iba mal, nos reconfortaba de cierta forma.

La televisión basura abundaba entonces y siempre será así; mientras en unos canales daban tops de música tropical y el canal estatal emitía (una y otra vez) películas indescifrables, en RTP abundaban Goulies, Critters, Gremmlins, asesinos seriales, futuros distópicos, niñeras acosadas, fantasmas crueles y hasta muertos vivientes obscenos. Recuerdo que nos partíamos de risa, siempre que veíamos que una pareja, en la película de turno, aprovechaba las sombras para hacer cochinadas y era interrumpida de improviso por Michael Myers o Jason Vorhees. Perder la preocupación por los padres ocupados, sea por borracheras o trabajo, no es un eufemismo: irónicamente, esas películas nos evitaron, con sangre y violencia gratuitas, traumas verdaderos.

Y me topé hace unos meses con “Turbokid” (2015, de los directores Anouk Whissell, François Simard y Yoann-Karl Whissell), una película tan loca como brillante en su ejecución. Distopía, violencia gratuita, casi surreal, y sale Michael cara-de-malo Ironside. Creo que si Ironside no hubiera estado, sería casi igual la sensación de nostalgia que esta película despertó en mí, y no porque sea una obra maestra, sino porque se le nota el cariño, muy adentro en su carne de utilería.

¿De qué va?: Un niño que vive en un futuro distópico, muy al estilo de las películas de George Miller, descubre un secreto sobre un personaje de cómic llamado “Turbokid”, y en medio de su conflicto por sobrevivir, encuentra a una muchacha muy extraña, quien le cambiará la vida.

Trama de literatura infantojuvenil, en la que el personaje central cambia su vida con un descubrimiento, es la de “Turbokid”; pero esto no significa que será una pérdida de tiempo. Los directores, a la par de ser también guionistas, juegan con esa bien conocida nostalgia, y todo resulta tan doloroso, tan cercano a esos lazos que creamos a principios de los noventas todos los amigos de mi generación, que no hace falta ser un crítico a quien le excite Kaurismäki para disfrutarla.

¿Cómo encontrarla?: En DVD pirata, donde sea, creo yo.

Curiosidad: Su banda sonora ganó múltiples premios, incluso algunos críticos a quienes les excita ver a Kaurismäki, la toman en cuenta al momento de sugerir música.

Hay otra curiosidad, tan metida en mis cutículas como en mi alma, “Turbokid” se emite, casi siempre, en api-vídeos de la Ceja, de la avenida Tihuanacu de la ciudad de El Alto, y hasta en los que están en la feria de la 16 de Julio.

Un detalle más: “Turbokid” me hizo recuerdo cómo las películas de serie “B” nos salvaron de ser unos mojigatos amargados y caóticos; ahora solo somos unos amargados caóticos sin censura.

Puntuación: 9/10


Alteño re-sentido.
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