“El valor y la valía de la persona siempre han de estar ahí, como fuente de comunión y avance”.
Tenemos que reconducirnos, buscar tiempo y espacio para la restauración física y mental, si en verdad queremos posibilitar el encuentro y salir de este caos en el que nos movemos con espíritu comercial, más que humano, que es lo que favorece el acercamiento con la naturaleza y con nosotros mismos. Sin duda, lo trascendente es brotar cuanto antes con otras energías renovadas para poder salir de este mercado egoísta, y practicar actitudes de escucha y contemplación, de tolerancia y sosiego, de diálogo y armonía en medio de la diversidad y el desconcierto. Indudablemente, el valor y la valía de la persona siempre han de estar ahí, como fuente de comunión y avance.
Para empezar, hay que dejar todo aquello que nos esclaviza, pues solo los aires puros y libres que se someten al abecedario del amor, naciente del corazón, nos llevan a un destino de bondad y verdad. Ojalá aprendamos a retomar ese viaje interior que todos nos merecemos como seres pensantes y podamos descubrir ese ser activo, dispuesto a afrontar los grandes desafíos de nuestro tiempo, en base a ese espíritu democrático centrado en las personas. Quizás, nuestra gran asignatura pendiente, sea pasar del buen decir de los valores de la libertad, del respeto a los derechos humanos, a un obrar coherente con esos principios. Nos resta, por tanto, esa toma de conciencia que se desarrolla sobre el hilo de la pedagogía del conocerse y reconocerse.
No se trata de hablar por hablar, sino de comprometernos a defender aquello que nos dignifica como ciudadanos de bien, mediante los principios de igualdad, participación y solidaridad, para así poder evitar mejor los futuros trances del camino. No olvidemos jamás que ese bien colectivo, con el que se nos llena la boca a diario, requiere de otra visión más auténtica, en el pleno respeto de la mente y abierta a la sutileza, permitiendo conjugar gratamente derechos y obligaciones. El ayer va a continuar en nosotros, pero el hoy nos llama a realizar otros caminos con otros talantes; pues queramos admitirlo o no, cada época es distinta y nosotros somos diferentes también.
Por eso, en este mundo atormentado en que vivimos, se vuelve cada vez más necesario poner en valor a la persona, reeducarnos en el crecimiento armonioso, en la prevención y en la resolución de conflictos, promoviendo el estado de derecho en las naciones, reduciendo la corrupción y el soborno en todas sus formas, creando a todos los niveles instituciones eficaces y transparentes capaces de rendir cuentas, garantizando la adopción en todos los niveles de decisiones inclusivas, participativas y representativas que respondan a las muchas necesidades que hoy tiene la humanidad en su conjunto.
Es cierto que la democracia es un ideal universalmente reconocido y uno de los cauces fundamentales de las Naciones Unidas; no en vano la ONU promueve la buena gobernanza, supervisa las elecciones, apoyando también a la sociedad civil para fortalecer los organismos demócratas, pero también es importante que la ciudadanía esté en disposición de practicar la entrega generosa, para ser auténticos mensajeros cooperantes de justicia y de paz. Considerando que cada persona es única; son, precisamente, esas conjunciones de pulsos salidos del alma, los que nos hacen grandes, hasta el punto que yo jamás hallé a nadie tan ignorante del que no pude aprender algo.