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Tempestad de sangre

Márcia Batista Ramos

Lo que escribo a continuación parece un cuento siniestro. Pero no lo es. Para nada es cuento, aunque sea infausto. Ocurrió hace unos días y lo registro para tratar de entender ¿qué bestia es capaz de hacer tanto daño?

A veces, el destino cambia de un momento a otro y la ayuda nunca llega. Sábado siete, fue un día de terror para muchas mujeres que estaban ahí desesperadas o paralizadas, éstas malditas horas de desesperación, fueron las últimas horas de sus vidas.

Apenas amanecía, casi no había viento y todos tenían la ilusión de que vivían en un lugar seguro, se habían olvidado que no existen vacunas para nadie, pues, a cualquier momento llega una enfermedad, un accidente, un desastre natural o una guerra… Soplan vientos desgarrados y el destino cambia de rumbo y uno no puede esquivar. Entonces la brisa suave se transforma en tormenta y te persigue. Algo así, pasó el sábado siete. En pocas horas quemaron las casas, los niños en sus camas, las cortinas y las alfombras… Todos se ocultaban en el “mamad” la habitación segura, sin percibir que la vida había cambiado de rumbo. Y el mal con sus fuerzas destructivas e inmorales se apoderó del jardín, del pórtico, de la sala, de la cocina y de todos los espacios posibles y los hombres que lo representaban, hacían todo lo que consideraban perjudicial, causando sufrimiento moral y físico. Todas las perversidades que ellos pudieron cometer, las cometieron y como una tormenta de sangre, movieron todo, destruyeron, liquidaron vidas… Y ante el dolor de las mujeres y de los niños, estos hombres reían y decían cosas macabras.

La desconexión moral, de los invasores, era tal, que no sintieron remordimiento alguno al decapitar a los niños; y a su manera vivían su instante de gloria, demostrando un sentimiento de superioridad ante los padres que imploraban por la vida de sus pequeños hijos. Con arrogancia, falta de empatía y sadismo ejecutaban a los pequeños a la vista de sus desesperados padres, derramando allí la sangre caliente y roja, para que jamás sean olvidados.

Y la razón para la tormenta de sangre que llegó con la muerte desde la primera hora del amanecer, es cualquier cosa que pierde el sentido ante tanta destruición y contravención deliberada de los códigos de conducta, ya que la razón pierde su condición cuando está acompañada de destructividad y disposición a causar daño a otros.

Esta tempestad de sangre, sin sol, ni luna, rompió el lienzo donde se dibujaba la vida para aquellos que estaban allí y creían que estaban seguros. Ahora, allí sólo hay cenizas y polvo de huesos, junto a jardines y casas destruidos. Aquellos que no fueron engullidos por las fuerzas maléficas, lamentan haber sobrevivido, por todo el horror impregnado que tienen en sus retinas. No se imaginan cómo lograran sobrevivir hasta el próximo año. No saben qué significa ser fuerte y, además, ya no saben, siquiera, quiénes son.

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