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Superemos a la democracia y al aburrimiento intelectual

Carlos Battaglini

Hace poco, alguien fue insultado masivamente en un foro por preguntar (ni siquiera cuestionar) de manera indirecta por la calidad de la literatura africana. Este hecho infortunado ha hecho que vuelva a reflexionar sobre las imperfecciones de la democracia. Quizás pensé ingenuamente que se había llegado a un estadio de democracia total donde todo el mundo era libre, donde podías decir abiertamente lo que pensabas. Sí, libre, porque se nos dijo que la democracia era la libertad. Eso fue lo que nos prometieron, eso es lo que nos dicen, eso fue lo que creímos y eso es lo que queremos creer.

Craso error, vana ilusión.

Hagamos un pequeño esfuerzo y detengámonos un segundo para definir de un modo sencillo qué es la democracia. La etimología de la palabra nos informa que la democracia equivale al poder del pueblo. Algo tan bonito como utópico. Partimos por tanto, de un defecto de forma. Porque el pueblo es diverso, distinto, con aspiraciones y sueños variados. Mucha gente aspira a casarse, tener hijos, convertirse en políticos, independizarse, ser escritores o empresarios, cuando no payasos de circo.

Pero también hay gente que sueña con una dictadura, un golpe de estado y otras oscuridades. ¿Cómo dar cabida a todas estas aspiraciones en una misma sociedad? No sólo es imposible, sino que en muchas ocasiones resulta inadecuado. Por ello existen unas reglas que tratan de salvaguardar a la democracia. Y aquí es donde comienza la trampilla, el juego, la ‘dictadura blanda’. Y es que se supone que las reglas y las leyes están ahí para preservar la igualdad, los valores sociales, las conquistas plurales que se han ido consagrando a través de la evolución de las sociedades precedentes que han dado lugar al escenario actual.

Algo de eso hay, pero hoy ya sabemos que no todo es tan armónico como se nos quiere hacer creer. Después de unos buenos años ya implementando un sistema democrático, se sabe que éste indefectiblemente favorece a los poderosos y castiga a los débiles. Como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia.

Ya que la democracia no puede integrar todos los sueños (y claro, sería peligrosísimo que así lo hiciese) se producen unos altos grados de frustración. Se prometió un éxito rápido, una fiesta, que luego se vio tenía mucho de virtual, de burbuja, incapaz de superar la fórmula de toda la vida que conduce al éxito: el esfuerzo. De ahí la frustración. La frustración que observamos a diario por ejemplo en las redes sociales, en los periódicos o en la calle. Sin embargo, la esperanza nos dice que toda esta rabia debería llevarnos a un sistema mejor en un futuro no muy lejano. Así ocurrió con el régimen feudalburgués o comunista que fueron superados por la democracia en muchas partes del mundo.

Ocurre que hoy en día aún no existe una alternativa sólida al sistema democrático, si acaso ciertas esferas reclaman una intensificación del mismo, con todas las dificultades operacionales que experimentan por ejemplo las asambleas populares, donde además, son inevitables las desigualdades de poder. A pesar de todo, la democracia sigue siendo el sistema preferido por la mayoría. No es tan fácil batirla. Y es que ésta viene arropada por un discurso, por unos valores que a día de hoy se consideran prácticamente incuestionables.

Derechos humanosigualdad de génerolibertad religiosalibertad de expresión… ¿Quién se atreve a cuestionar estos principios? ¿Quién se atreve a superarlos? Los altos mandatorios, los grandes periódicos, todo el mundo, saben que esas son las reglas y por ello se evita traspasar los preceptos democráticos, so pena de que ‘los hooligans de la democracia’ no se le tiren encima.

La ‘dictadura de la democracia’ ha tenido también un fuerte impacto en el arte, el periodismo, la literatura actuales, muchas veces pernicioso. Emparanoiados por intentar no cometer ningún desliz que les lleven a ser acusados de intolerantes, machistas, fascistas o lo que sea (por poner sólo algunos ejemplos) el periodista conocido o el escritor de éxito, acaba desplegando un texto homogéneo, pacato, aburrido, donde conocemos el final desde el principio.

Cualquier intento de acercarse a la compleja naturaleza del hombre, a sus circunstancias, que implique un intento de comprensión de ‘lo malo’ puede hacer traspasar la rígida, frágil (e intransigente) línea demócrata y por ende recibir un duro ataque de los guardianes demócratas, cuando no un despido o la marginación. En este contexto, uno se pregunta si existe alguien más encorsetado que un periodista que escribe para un gran medio o un escritor que junta letras bajo los designios de una poderosa editorial.

Ellos y ellas saben perfectamente donde está el límite, o por lo menos donde empiezan las aguas movedizas. Si quieren ser radicales, impulsivos, vehementes, pueden serlo, pero siempre deberán contra los enemigos declarados por la democracia. De ahí esas polémicas calculadas, esos gritos medidos a los que asistimos a diario.

Surge entonces el aburrimiento, la falta de imaginación, se dan vueltas alrededor de los espacios conocidos, se repite un manido discurso demócrata. Ojo, no se trata de destruir todo lo que se ha conseguido ni mucho menos, sino de innovar, de dar un paso para delante. Es por tanto responsabilidad de esta generación, escarbar en la imaginación, en la creatividad, para así explorar nuevos campos, nuevas ideas, un nuevo mundo que nos permita pasar a un estadio superior y dejar la democracia atrás. El arte, la literatura, sería uno de sus primeros beneficiados. Pongámonos de una vez a ello.

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