Sagrario García Sanz
La pequeña Valentina quería tocar una estrella,
era su gran ilusión aunque estaba muy alta.
Lo intentaba estirando su brazo y su mano chiquitita
pero, a pesar de sus esfuerzos, nunca llegaba.
En una mañana de invierno, Valentina quiso tocar el sol,
sabía que no podía mirarle, pero quería sentir su calor.
Se puso de puntillas y se estiró y se estiró,
y aun subiéndose a una silla, tampoco lo consiguió.
Valentina pensó, “quizás cuando sea mayor,
entonces seré más alta y tocaré las estrellas y el sol”.
Pero cuando Valentina creció, se olvidó de mirar al cielo,
porque las ilusiones que tuvo de niña se desvanecieron.
La espontaneidad infantil poco a poco fue desapareciendo
dando paso a preocupaciones y, en ocasiones, al desaliento.
Pero un día trabajando en la fábrica, Valentina miró al cielo
y entonces sus antiguas ilusiones de niña reaparecieron.
Valentina se esforzó mucho y estudió ingeniería,
dejó a un lado su vértigo y hasta se tiró en paracaídas.
Tras todos sus esfuerzos, se vio bien recompensada
y se convirtió en la primera mujer cosmonauta.
La rusa Valentina Tereshkova
fue la primera mujer astronauta de la historia.
No pudo tocar el sol ni ninguna estrella,
pero los pudo contemplar mucho más cerca.