La compleja evolución de la humanidad se plasmó en el horizonte de la modernidad en Estados unitarios dentro de los cuales las ideas nacionalistas tomaron cuerpo desdibujando las diferencias étnicas, raciales y tribales que a lo largo de la historia habían ensangrentado gran parte del mundo conocido, finalmente todos se reconocían como parte de una nación más allá de sus diferencias culturales. De alguna manera, lograr la convivencia entre diferentes fue el mayor logro social y político de la modernidad cuya fortaleza reside en el reconocimiento del hombre libre como la entidad primera de la historia, sus diferencias pasaban así a un segundo plano que se resolvería en parte bajo los parámetros de la democracia representativa. El resultado fue que difícilmente encontramos hoy en día países que no sean multiculturales, exceptuando obviamente Estados como el Vaticano, o Mónaco en los que su pequeñez geográfica y su herencia feudal los definirían como sociedades prácticamente homogéneas.
Es difícil encontrar un país que no albergue varias (y a veces decenas) de culturas diferentes, Papua Nueva Guinea por ejemplo está constituido de 852 culturas diferentes, cada una con su propia lengua. Los Estados Unidos de Norteamérica se compone de culturas provenientes casi de todo el planeta, y para no ir muy lejos, Colombia alberga 80 culturas diferentes, Bolivia, teóricamente 36. Es fácil derivar de la realidad palpable que la modernidad es por definición multicultural. Sin embargo, para los grupos indigenistas en general, y para los grupos bolivianos en particular, la modernidad goza de muy mala reputación. El vicepresidente Choquehuanca aseveró en un acto público que: “Para que exista progreso y modernidad tiene que haber dominación, explotación, división y una sola verdad, que es la verdad del occidente” (La Razón 2/12/2022) y occidente en los textos clásicos del indianismo y del indigenismo era de tal manera negativo que “la humanidad nada ya puede esperar de Occidente, como no sea su muerte” (La Revolución India, Fausto Reinaga p.77)
Sobre estos conceptos y esa lectura del mundo moderno se concibe en el gobierno del MAS el Estado Plurinacional, una refundación inocua en tanto de hecho siempre fuimos pluriculturales y multiétnicos. En virtud de esto la refundación está más imbuida de la urgente necesidad de borrar la historia republicana que plasmar una realidad diversa. No fue un acto que reivindicara la multiplicidad y la diferencia, fue un intento de negar lo que la Revolución Nacional del 52 había proyectado y reescribir la historia para marcar diferencias con su antecesor histórico, el MNR; por eso, resulta legítimo aseverar que el gobierno de Evo Morales fue la fase final del Estado del 52, no contenía ningún proyecto de sociedad que no estuviera profundamente arraigado en el esfuerzo movimientista de crear una nación moderna en el concierto del capitalismo victorioso. El intento de refundar lo que ya se había fundado, empero, terminó como un experimento fallido porque confundió la convivencia pacífica y complementaria de las diferentes culturas, con la hegemonía cultural de una (la aimara) sobre las otras, y el resultado plurinacional quedó resumido en un “racismo a la inversa” que nada tenía que ver con las rimbombantes declaraciones oficiales, que pregonaban una sociedad de iguales bajo el artificio de un socialismo siglo XXI, que era algo así como un socialismo fracasado con el atuendo de un racismo postmoderno.
El error garrafal pasó por confundir pluralidad con racismo, e indianización del Estado (teoría formulada por el entonces vicepresidente García Linera) con una complementariedad de los diferentes hecha a la talla de la nueva hegemonía racial. El resultado lo conocemos todos, una sociedad racializada, una política racializada, una justicia racializada y un contingente mayoritario de clases medias urbanas que hoy constituyen los nuevos discriminados.
Nada de esto niega que al menos hasta 1952, la sociedad boliviana fue inmensamente racista, excluyente, discriminadora y despiadada con los indígenas, y que incluirlos en lo real y no meramente formal en la estructura de representación y Poder de la nación, era una tarea urgente que el MNR no se animó a concluir. Precisamente por haber hecho lo que la Revolución del 52 no hizo, puede aseverarse sin temor a equivocación que lo mejor que hizo el MAS (con inventario de errores) en casi tres lustros de gestión fue la inclusión de los históricamente excluidos. Lo hizo, pero lo hizo mal en la medida en que la inclusión y la indianización del Estado se recubrió de un manto de vendetta, de un ajuste de cuentas que, al final del día, nos dejó la desagradable certeza de que el Estado Plurinacional fue, para una gran parte de los bolivianos, un intento fallido.