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Sitios a los que no quieres ir. Pongamos que hablo de Mount Hagen

Carlos Battaglini

A veces caen temporadas en las que a uno le toca visitar un sitio más de la cuenta, sin realmente quererlo. Uno de esos imperativos indeseados que te asaltan a diario. Parece que es lo que me ocurre a mí con Mount Hagen, la capital de Western Highlands en Papúa Nueva Guinea (PNG). Digamos que Mount Hagen es una “ciudad” enclavada en pleno Highlands, o tierra altas, el área con más altitud de todo el país llegando a abarcar montañas que superan los cuatro mil metros como Mt. Wilhem. Y lo voy a decir ya: siempre estoy en Mount Hagen, siempre estoy en los Highlands.

Es esta zona de los Highlands la que posee además el “honor” de haber sido el último rincón descubierto por el “hombre blanco”, concretamente por los australianos, en la década de los treinta del siglo pasado. O lo que es lo mismo: antes de esas fechas no se sabía que en los interiores de estas zona montañosas, muchas veces impenetrables, respiraban centenares de miles de personas que sólo se habían visto entre ellos y por ende, pensaban que el mundo empezaba y finalizaba ahí.

El clásico documental First Contact, refleja de manera fiel este brutal choque cultural que produjo el encuentro entre dos mundos diametralmente opuestos. El español Pedro Saura también ha estudiado estas tierras en profundidad y sus documentales son un buen reflejo de las peculiaridades de la misma.

Lo que ocurrió es que al ver los rostros del hombre blanco por primera vez, los nativos de los Highlands sintieron una sensación similar al que puede experimentar un occidental que ve de pronto un hombre azul.

Así es como varios locales me han descrito el impacto que este encuentro produjo en los locales la incursión de los extraños invasores. Una incursión que determinó una guerra donde se impuso con comodidad la tecnología blanca frente a las espartanas lanzas locales.

Hoy en día los Highlands es una tierra bien conocida, aunque siguen sobreviviendo millones de secretos en estas tierras. Pareciera que persiste también una resistencia al de fuera, como si no quisieran del todo ser redescubiertos, visitados. Así, para acceder a esta tierra desde la capital Port Moresby, uno debe subirse a un caro avión Fokker 100 que lo dejará después de cuarenta y cinco minutos en Mount Hagen, cuyo germánico nombre rememora un pasado colonial alemán en la región. Muchas veces son los highlanders los que toman este avión, pero para dejar Hagen y buscarse la vida en algún punto de PNG donde haya suficientes wantoks (es decir, gente de una misma tribu que habla la misma lengua y les echará una mano).

No obstante, the Highlands y los highlanders, aún no acaban de estar completamente integrados en la población de PNG, donde una gran parte siguen viéndolos como extranjeros y por qué no decirlo, como salvajes. Y eso que los highlanders son mayoría en un país eminentemente rural. El mismo primer ministro de PNG, Peter O’Neill es mitad highlander. Pero ninguno de estos factores ha contribuido a la integración de los highlanders, ya que aún siguen siendo vistos con recelo por parte del resto del país.

De modo que los highlanders se han esparcido por PNG de manera inarmónica. Hordas de highlanders se han desplazado a ciudades como Lae y también la capital Port Moresby, donde tratan de salir adelante. Sin embargo, cada vez que hay un problema (que bien puede acabar en asesinato o violación) en la ciudad relacionado con los highlanders, todos ellos sin excepción son señalados como delincuentes cuando no asesinos.

Y ahora heme aquí en Mount Hagen, casi más de ochenta años después de que esta tierra haya sido descubierta por el hombre blanco. Estoy en Mount Hagen. ¿Sabes? Siempre estoy en Mount Hagen, siempre me mandan a Mount Hagen. ¿Y cómo es Mount Hagen? Pues, al principio se parece a Suiza, o Austria. Es así: uno desciende del avión Fokker 100, y al salir a la pista se encuentra rodeado por un paisaje de pinos ordenados, cubiertos por un intenso verde oscuro amamantado por una sensación de oxígeno, de aire puro.

Las discrepancias comienzan cuando a uno lo recogen en un Nissan Pathfinder e inicia la incursión en la “ciudad”. Mount Hagen es una ciudad que obedece a un tipo de arquitectura que a mí me gusta denominar de polígono industrial o si quieres, también la podemos llamar “arquitectura logística” e incluso “arquitectura de almacén”. Es decir, un espacio cubierto de conteiners, verjas, polvo, carteles desvaídos, latas achatadas de refrescos apiñadas, cáscaras de frutas haciendo montones negros aquí y allá. A veces además llueve y cuando llueve es el momento en el que uno junta las rodillas y mete un poco la cabeza entre los hombros en son de retiro espiritual. Y uno, espera.

¿Pero no quedamos en que nos atraía la nada?  Me pregunta una voz dentro mí, tal vez saliendo del intestino grueso. ¿Pero no quedamos en que el sol, la playa y el confort nos acababa por aburrir? Dice otra voz, una voz que esta vez proviene del fémur.

Efectivamente, eso creo que era así, pero Mount Hagen no parece muy interesada en esos amores. Mount Hagen, es su caos, sus highlanders de miradas rotundas deambulando, Mount Hagen son sus ropas oscuras manchadas por el día a día de la calle. “No es bueno pasear por aquí”, “no es apropiado caminar por estas calles”, nos avisan los responsables de seguridad, los extranjeros. De acuerdo.

Y así, mientras penetramos con el Nissan Pathfinder por un Mount Hagen repleto de un caos que sólo tiene por testigos unas solemnes montañas oscuras, unos altísimos pinos, me digo que no sé si me gusta este sitio, que no sé si me gustaría pasar aquí más de un día, una semana, catorce segundos… Me digo esto ya en frente del Highlander Hotel donde pasaré al menos un día. A esta hora del día, tan solo acarreo una certeza entre las líneas de las manos: volveré a Mount Hagen, no sé cuándo será ese día, pero sé que volveré a Mount Hagen.

¿Y tú lector? ¿Alguna vez te ha pasado que debes ir a menudo a un sitio que no acaba de convencerte pero con el que desarrollas un sentimiento especial?

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