Maurizio Bagatin
Se puede extraer el estado de ánimo de una mujer que vende tomate en un cualquier mercado de un cualquier barrio, se puede ponerle en las manos arrugadas las papas que ella misma cosechó, se puede, después de haber picado zanahoria y repollo, calabacines y el cebollín, agarrar con las mismas manos un pincel y por un instante detener el tiempo. La acuarela es fijar el tiempo en un momento, un carpe diem inviolable.
¡Que viva la vida! Me ha dicho saludándome, con la mirada hacia su “mamita”, los cuadros entre los cajones de las verduras, un niño mocoso apoyado a una caja de vainitas, el indio con su quena y a su lado, el Cerro, con sus violentos reflejos del sol invernal, y la cholita, abrazando su soledad. Encima de la única caja vacía, La caserita, cuadro del cual me enamoré y que ya estaba en los ojos de todos, en la esquina, detrás de los gangochos con cebollas, las llamas mirando el Tunari o una cordillera imaginaria.
Gonzalo pinta con pasión y por pasión…uno no ve sino aquello que uno mira. Esa es la simplicidad en la poesía pictórica de Gonzalo Mamani Mamani. Nada fácil.
Imagen: Gonzalo, su mamita, el mercado y sus acuarelas