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Salamanca y Titivillus

Homero Carvalho Oliva

Al poeta Omar Aramayo, amauta andino.

El poeta peruano Omar Aramayo, escribió una poética crónica sobre Salamanca “Ciudad de cultura y saberes” y el XXVII Encuentro de poetas iberoamericanos; además de hacer un recuento de los poetas que fuimos convocados a las lecturas, así como de los conciertos, de las sesiones fotográficas, de las conversaciones, de los encuentros y reencuentros, en fin…, de la cita poética para a “sitiar el asombro” en la ciudad del Tormes, esta renombrada ciudad que para Omar es una “hermosa y alta ciudad romana, limpia arquitectura, resuenan todavía los pasos y las quejas del huerfanillo trágico, que le cupo ser lázaro de un ciego, verdadero profesor de astucias y “vericuentos” perversos, de vida real”.

Entre las actividades, de la mano de Alfredo Pérez Alencart, visitamos la mítica, antigua e histórica, Biblioteca de la Universidad fundada por el rey Alfonso X ‘El Sabio’ en 1254, Omar recordó, en su texto, que le pregunté a Eduardo Hernández, nuestro anfitrión responsable oficial de darnos la bienvenida y las explicaciones respectivas, acerca de un demonio llamado Titivillus, Hernández, sorprendido me pidió que le aclare de dónde tenía noticias de tan singular personaje, según él “solamente conocido por los expertos en libros antiguos”. Omar lo cuenta en su crónica: “Homero Carvalho en la gran biblioteca habla del Titivillus, demonio medieval que induce a los errores de imprenta y a los ortográficos, al yerro, y que no respeta ni a los textos más sagrados. De las erratas nadie es culpable, amigos, es el maldito Titivillus, que hociquea, que mete su peluda mano donde no cabe. Veo a Homero después de tantos años, una suerte. Los siento míos, hermanos del mismo habla, de la misma montaña”.

En esa inolvidable ocasión, Hernández, después de mostrarnos tres joyas bibliográficas, nos leyó un fragmento elegido para la audiencia, del Proemio y carta, de Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, de un precioso manuscrito, que decía: “¿Y qué cosa es la poesía, que en el nuestro vulgar ‘gaya ciencia’ llamamos, sino un fingimiento de cosas útiles, cubiertas o veladas con muy hermosa cobertura, compuestas, distinguidas y escandidas por cierto cuento, peso y medida?”. Al escuchar esta definición con ese ritmo de las palabras antiguas, la cantante y poeta colombiana, cantó el fragmento mientras los poetas aún no podíamos creer que estábamos entre miles de libros arcaicos, escritos a mano y encuadernados con tapas de cuero, con Carmen, nos miramos satisfechos de cumplir el sueño de estar allí y se nos vino a mente una cita de René Descartes: «Leer buenos libros es como conversar con las mejores mentes del pasado.»

Al salir, asombrados de tanto libro antiguo y de la atmósfera especial que se respiraba en la sala magna de la Biblioteca, varios poetas me pidieron más información sobre el diablillo travieso. Para ellos va aquí un texto que escribí hace algún tiempo:

Hace algunos años, durante la presentación del poemario de Jackeline Rojas Heredia, el editor Alejandro Ibáñez, de Gente de Blanco, nos obsequió separadores de páginas en los que se destacaba la figura de un demonio cargando unos libros y nos explicó que se trataba de Titivillus (también conocido como Tutivillus), un pequeño y travieso diablillo que, en la edad media, era el causante de los errores ortográficos que cometían los monjes escribas y copistas. Al escucharlo tuve la explicación a la excusa del duendecillo de la computadora, al que acusamos cuando alguna palabra aparece mal escrita en unos de nuestros documentos Word, el diablillo se ha modernizado y se ha colado al software y es frecuente ver las travesuras del demonio en los textos de las redes sociales.

Me interesó tanto el enviado de Lucifer que investigué en la Web y encontré referencias de él, la más antigua se la encuentra en el Tratado de la penitencia, escrito por Juan de Gales, en el año del señor de 1285. En El Mercurio salmantino, Blog de la Biblioteca Histórica de la Universidad de Salamanca, se da cuenta de una publicación denominada “Titivillus: Revista internacional sobre libro antiguo, revista interdisciplinar que se edita en la Universidad de Zaragoza, de periodicidad anual, dedicada a la publicación de trabajos de investigación sobre el libro antiguo desde todos sus aspectos: históricos, materiales, formales, artísticos, bibliográficos, de gestión bibliotecaria, como objeto de colección y patrimonial, tipográficos…” en esta nota se inserta la siguiente descripción:  “Titivillus in culpa est o “la culpa es de Titivillus” era la excusa que sistemáticamente aducían los monjes de los scriptoria cuando el revisor advertía cualquier error en la copia de los manuscritos o, más tarde, la que los cajistas esgrimían ante las quejas de los correctores en la imprenta. Titivillus es un demonio que inducía a cometer errores en los scriptoria y, posteriormente, en las imprentas. Los errores inducidos o hallados por Titivillus eran introducidos en el saco que portaba a su espalda. Todas las noches Titivillus llevaba el saco al infierno y allí los errores se anotaban en un libro para ser reclamados, a los monjes escribanos y a los cajistas de las imprentas que los habían cometido, en el Juicio Final”.[1]

Los escribas, algunos de ellos expertos calígrafos, ya sea por el cansancio, la distracción o la negligencia omitían una letra, la cambiaban o invertían por otra alterando el significado, así como también prescindían de palabras u oraciones enteras. Sin embargo, no solamente era el culpable de las faltas de ortografías, de manchas en los pergaminos o de que se omitieran letras o sílabas en algunas palabras, también lo era de la distracción en los servicios religiosos, de la mala pronunciación, de las charlas sin sentido, de los chismes y de la tartamudez (¡oh, Dios mío!), he aquí mi demonio, me dije, si lo hubiera sabido de niño le hubiera pedido a un párroco que lo exorcizara y así no hubiera sufrido las burlas de los otros niños; ahora que tengo más de sesenta y siete años me he acostumbrado a vivir con él y cuando no tartamudeo siento que no soy yo el que está hablando, que es el otro, ese que vive conmigo y se aprovecha de mi literatura y de mi ingenuidad.

La investigadora Margaret Jennings en su artículo “Tutivillus: The Literary Career of the Recording Demon” (Estudios de Filología 74, no. 5, diciembre de 1977), narra esta indiscreta historia sobre un indisciplinado clérigo: “Un diácono que rompe a reír en la iglesia durante el servicio es reprochado por su sacerdote. El diácono se defiende diciendo que durante el servicio había visto a un demonio escribiendo en un pergamino las palabras ociosas de algunos de los miembros de la congregación. El demonio llenaba rápidamente el pergamino, y para hacer más espacio en él, tiraba de la parte superior con los dientes. Al final el pergamino estaba tan sobrecargado (con tantas palabras ociosas y murmuraciones) que lo arrancó, y el demonio fue lanzado hacia atrás cayendo sobre su espalda y haciendo reír al diácono. El sacerdote, vivamente impresionado por la historia se la transmitió más tarde a la congregación para que se diesen cuenta de que su cháchara durante el servicio sería anotada en contra de ellos para el Día del Juicio Final, porque en algún lugar en medio de ellos está el demonio observando y anotando las oraciones que, por su negligencia, se le roban a Dios”.

“La Biblia malvada”

Sin embargo, Titivillus, no solamente hizo esas tonterías, también hizo cosas muy serias que ocasionaron grandes perjuicios a la Iglesia católica, como la de comerse una palabra de una sílaba en uno de los diez mandamientos. El escritor Héctor Fuentes nos cuenta que “uno de los mayores éxitos del truhan demoníaco se produjo en 1631, cuando los impresores londinenses Robert Barker y Martin Lucas distribuyeron una copia de la Biblia del Rey Jacobo en el que se olvidaron de incluir la palabra “no” en el séptimo mandamiento. Así, en la conocida desde entonces como “Biblia Malvada”, se animaba a los devotos al desenfreno sexual con un “Cometerás adulterio”. El monarca británico condenó a los editores a pagar una multa de 300 libras, ordenando la destrucción de todas las copias». Imagínense nomás un error de esos en la Constitución Política del Estado o en alguno de los códigos, seguramente que los diputados y senadores tendrán que recurrir a Titivillus para explicar su error y tendrán que ir de rodillas hasta la Mamita de Copacabana para pedir perdón por sus pecados, además de hacer penitencia para que nunca más vuelva a ocurrir.

En muchos de mis libros dejó sus huellas el malvado demonio, así que para evitar esos errores es bueno que los escritores, que siempre comentemos deslices gramaticales y ortográficos, tengamos a mano un buen editor que nos corrija lo que Titivillus ocasionó. Corregir un texto: poema, cuento y/o novela es un trabajo que muchos no lo valoran y creen que por ser uno escritor tiene que hacerles el favor de corregir sus textos, a esas personas testarudas que Titivillus los castigue.

Imágenes de la Web:


[1] https://bibliotecahistoricausal.wordpress.com/2017/11/24/titivillus-revista-internacional-sobre-libro-antiguo/

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