“Sabina en carne viva, yo también sé jugarme la boca”, es una entrevista llevada a cabo por el periodista Javier Menéndez Flores al cantautor y también escritor, Joaquín Sabina. A lo largo de más de cuatrocientas páginas, se plantean toda una serie de asuntos de lo más variopintos: desde la infancia de Sabina, hasta pasar por el marichalazo, su depresión, las drogas, las prostitutas, la mili, Granada, Londres, Úbeda, sus cenas con la burguesía madrileña y la realeza, sus opiniones sobre Fidel Castro y otros líderes políticos, sus mujeres, sus hijas, sus enemigos, amigos, su opinión sobre temas de actualidad como la telebasura, sus planes presentes y futuros, la Jime, sus miedos etc. En definitiva, un repaso exhaustivo sobre la vida y opiniones del cantautor jienense.
Lo primero que me gustaría decir de este libro, es que he disfrutado mucho. Y eso, es por lo menos para mí, bastante complicado de conseguir en literatura. Al menos, en la actual. Ya que encontrar un libro que atrape y te den ganas de seguir leyéndolo, no es fácil de hallar ¿Por qué me he divertido con este libro?
Una vez, un estudiante de cine me dijo que al final, para hacer una buena película, el ingrediente principal era el artista o los artistas protagonistas. Que sí, que la fotografía, que el montaje, que la luz, que todo eso cuenta, pero que si el artista principal o los protagonistas no dan la talla, la peli se resiente de manera definitiva.
Recordé esta observación porque creo que se puede hacer un símil con este libro sobre Sabina. Sí, la voz del narrador, en este caso del entrevistado, es dinámica, divertida, ingeniosa e interesante. Para mí, esta es la clave de esta “película”: que cuenta con un protagonista genial. Una película al uso, sencilla, sin ningún tipo de complicación y diría que de pretensión y que se “salva” por Joaquín Sabina.
Evidentemente, el mérito de Menéndez Flores es también obvio. Me gusta como están escogidos los asuntos, como se han perfilado las preguntas y en definitiva como se ha estructurado el libro. Y es que, no creo que sea fácil organizar la vida de nadie en un libro. Más cuando el protagonista es un torrente de anécdotas e historietas.
He de decir también, para ir entrando en la fase de la estopa, que hay cosas mejores que otras. Y algunas, son sencillamente, malas. Vamos a ver. Joaquín Sabina es un cantautor, y vale, escritor (perdón por el vale) muy, muy bueno. Pero ahí queda eso. Quiero decir que hay muchísimos aspectos del libro, donde Sabina se manifiesta como se podía haber expresado cualquier transeúnte.
Sabina no es un filósofo, ni un pensador, ni una mente privilegiada. Sabina es un cantautor, y vale, escritor, genial, pero ahí podría quedar la cosa. Por tanto, su opinión por ejemplo sobre asuntos tales como la telebasura, o el Estatuto, podrían ser firmados por el farmacéutico de la esquina. Y así con bastantes temas.
Y es que Sabina no es un extraterrestre. Lo que sí valoro como auténtico “valor añadido” del ubetense son sus anécdotas e historias al calor de su condición de artista internacional. Es esto, básicamente lo que le distingue de la mayoría de las personas y lo que para mí, alimenta más la curiosidad, descubriendo así un mundo desconocido para el lector medio. Eso es, ya lo he dicho, valor añadido.
Por otro lado, hay ciertas partes del libro donde se cae en un fango retórico, bañado de opiniones insulsas o vacuas. Por ejemplo cuando se habla de la telebasura. También se cometen imprecisiones de carácter histórico o documental, cuando se comentan ciertos acontecimientos políticos como la revolución cubana. Una revolución cubana por cierto, de la que Sabina al igual que mucha gente de izquierda, tiene ese pensamiento ambiguo sobre Fidel de “sí, no es una democracia, pero por otro lado…”
Pero sin duda, lo peor del libro, lo que llega a irritar con mayúsculas, son algunos detalles “barrocos” del entrevistador, Javier Menéndez Flores. Ha sido lo que más me ha puesto de los nervios: la cursilería y muchas veces pedantería de Menéndez Flores, que adorna muchas preguntas de fondo y forma sencillas, con una retórica laberíntica sólo hallada en algún diccionario muy gordo.
Además, su forma de adjetivar es inapropiada y ya digo, muy muy cursi. No era necesaria esta asimetría, este cambio de ritmo, más si cabe cuando el entrevistado se expresa con un lenguaje callejero, llano y horizontal. Que el entrevistador quería demostrar que era un tipo culto, pues vale, pero así no. Y es que estas “imprecisiones” de Flores, salpican letalmente la calidad final del libro.
Otro aspecto que no me gustó de la entrevista, fueron los excesivos pie de páginas del mismo. Posiblemente pensando en Latinoamérica o en la posteridad se explican asuntos de sobra conocidos, de manera excesivamente extensa. Dichas explicaciones había que hacerlas con algunos asuntos, pero no con tantos como hace Menéndez Flores, puesto que la gente que no entienda alguna historia, puede buscarse la vida.
Un Menéndez Flores, por otro lado, que cae en una especie de pelotería y adulación hacia Sabina, que también puede llegar a poner nervioso.
Yo creo que Sabina es un genio, sí, pero no en todos los campos, si no, sería un Dios. Y Menéndez Flores cree que Sabina es un Dios, un ser superior que todo lo sabe, dotado de unos poderes especiales. Así que muchas veces se cae en la hagiografía total y absurda.
Además, Sabina por cierto, hace alarde en muchos asuntos de unos claros síntomas de progresía, condimentado con unas gotitas de demagogia.
Salvo estos detalles que acabo de nombrar, además por cierto de la pequeña (o grande, aún no lo sé) decepción que me produjo el hecho de descubrir que a Sabina muchas veces le ayudaban no sólo a componer sus canciones, sino también ¡a escribirlas!, salvo esos detalles que acabo de nombrar, repito, el libro me entretuvo muchísimo.
Posiblemente sean unas páginas y unas letras que pasarán rápidamente al olvido, que difícilmente (salvo algunas partes) resistirán el paso del tiempo, pero que en su momento, hicieron pasar un grato momento al lector que sostenía entre sus manos ese libro de portada blanca, negra y roja.