Con la multitud de crueldades sembradas por doquier rincón del mundo, es preciso activar la reconstrucción de existencias desde la esperanza a un proceder digno, el que todos nos merecemos por el hecho de ser personas. No podemos continuar con esta deshumanización, máxime en un momento en que, según cifras de agencias de la ONU, 1 de cada 113 personas es desplazada o refugiada y cada minuto 24 personas lo dejan todo para huir de la guerra, la persecución o el terror. Si importante es trabajar unidos, a mi juicio es vital rehacernos como seres caritativos. Es una lástima que los países que menos recursos tienen son los que hacen más por los débiles. Para empezar debiéramos aprender a soportarnos, a guardarnos estima, a competir menos y a compartir más, a vivir y a dejar vivir. Ya está bien de injertar tanta ración de tormentos. Realmente me entristece esta aguda psicosis bélica que nos envuelve. Hace falta que la sociedad deje de ser tan fría, dominadora y sumisa a la vez, pues más que un rebaño sin consistencia alguna, hemos de ser corazón y savia, siempre dispuestos a ser familia y a hacer familia, con la altura espiritual que esto supone. Ahora sabemos que una cifra récord de 141 millones de personas en 37 países necesita ayuda humanitaria; mientras, los planes de respuesta de la ONU destinados a ayudar a 101 millones de los más vulnerables, ha recibido solamente una cuarta parte de los fondos requeridos. Estos datos nos indican que tenemos que ser más bondadosos humanitariamente, ya que en un mundo globalizado como el actual es mejor afrontar los retos coordinados y unidos que dispersos y divididos.
Sin duda, la humanidad deberá formar un cuerpo integral para poder avanzar en calidad de fortaleza, y así, poder mejorar de este modo, un espíritu hermanado y no tan revanchista como el momento presente. Por ello, tenemos que recuperar la racionalidad de lo humano frente a tanta inhumanidad, lo que impone una fuerte vinculación honesta responsable y profundamente solidaria. De ahí, la importancia de los diálogos entre las generaciones, entre familias y pueblo, porque todos somos pueblo, con la capacidad de dar y recibir. Lo que es alarmante es que siga imperante el sufrimiento en tantas poblaciones del mundo, donde el vivir diario es peligroso y desesperante, a pesar de que las expectativas de vida vayan en aumento. En vista de la situación tan nefasta, nos alegra que Uganda lleve a cabo una cumbre solidaria con el apoyo de Naciones Unidas para hacer frente a la creciente crisis de refugiados. Ojalá este tipo de actuaciones, que desempeñan un papel fecundo de levadura en la relación social y de animación humana, nos injerte a todas las culturas un cambio más allá del poderío tecnológico, ya que los valores genuinos deberían impregnar nuestras andanzas, así como el recogimiento por la creación. Por tanto, bajo esta acción de mezclarnos, de apoyarnos, de ayudarnos a caminar unos en otros, es como nos podemos rehacer humanamente, permitiendo que la economía y las finanzas se pongan al servicio de todos y no al interés de unos pocos privilegiados, que han puesto al dinero como fin y razón de toda actividad e iniciativa.
No podemos permitir que se haga todo por dinero como se suele hacer. Sea como fuere, no es de recibo continuar destruyéndonos como unos genuinos irresponsables. Bien es verdad que para rehacerse, a mi juicio lo prioritario es impulsar una verdadera globalización de la solidaridad. En ocasiones, olvidamos que detrás de las muchas tragedias familiares hay una desesperada soledad, un grito de incomprensión que nadie ha sabido comprender. Es trascendental, por ende, volver al auténtico sentido de la familia, a propiciar vínculos y no divorcios. Si uno de los riesgos más graves de nuestro linaje, es la permanente separación entre economía y moral, entre política y ética, entre análogos y su poética, pues para volver a la poesía de la que formamos parte, o sea de la vida, hace falta un estilo muy distinto al actual, de donación y cercanía, de proximidad con el prójimo, para que todo ciudadano se sienta escuchado, acogido y acompañado. Quizás si hiciésemos más reflexión entre nosotros nos podríamos reconducir antes. El ser humano hay que volverlo al centro de todo, al centro de las ideas, y también de los sueños. O como han apuntado los promotores del Día Internacional del Yoga, liderados por el gobierno de la India, al considerar que el enfoque de la salud y el bienestar a través de esta disciplina puede ayudar a avanzar hacia estilos de movimiento armónicos con la naturaleza. Esa concordia, tan necesaria, es lo que hoy nos falta en el planeta, en todo el mundo, en parte por una aglomeración de estupideces y de discordancias, hasta el extremo de que se ha perdido ese respeto inherente y natural de los unos hacia los otros.