Márcia Batista Ramos
“De un momento a otro, la memoria retrocede para redescubrir el pasado.” Munia Khan
Tres o cuatro días después de que Nadia se instaló en la casa de a lado, nos hicimos las mejores amigas y jugábamos todo el tiempo, como viejas conocidas. Teníamos la certeza de que nos conocíamos desde antes y compartíamos recuerdos que no correspondían a nuestros tiernos siete años.
Ella tocó la puerta, se presentó a mi madre y pidió permiso para entrar a nuestra casa y jugar conmigo. Entró directo a mi dormitorio me saludó y dijo:
-Talvez no recuerdes, me llamo Nadia. Fuimos las mejores amigas hace mucho tiempo cuando tú no eras tú y yo no me llamaba Nadia.
-Había olvidado ésa época, pero ahora que estás aquí, me recuerdo de todo a la perfección… Hasta detalles como la carta que recibiste de tú hermano. O los largos collares de perlas, las medias de seda y las plumas de marabú. ¿Cómo estás, Nadia? No te esperaba. Me tomaste por sorpresa.
– Probablemente, te olvidaste de todo lo que pasó y pensabas que todo empezó hace siete años. Te olvidaste de nuestra rebeldía.
– Si. ¡Claro que sí! Hasta mi léxico estaba más reducido y ahora que apareciste, tengo mayor entendimiento de todo… Hasta del universo y sus incomprensibles misterios. ¡Me alegra mucho volver a verte!
– ¡A mí también! Es una alegría grande volver a encontrarte. Podemos vestir tus muñecas, mientras recordamos nuestros años de Flappers.
– Me parece buena idea lo de vestir muñecas y ordenarlas. Éramos bastante impetuosas por llevar un maquillaje, beber alcohol en público, hablar sobre temas que no eran corrientes…
– La rebeldía que no me enorgullece era la de fumar, pero conducir automóvil y sobretodo reír. ¡Oh! Reír era lo máximo. Reír era abrir la puerta del salón de la felicidad para otras mujeres que solamente conocían los pasillos de la abnegación.
–Recuerdo la lluvia de primavera que cayó la primera vez que me llevaste al café París y tomamos champan y comimos “éclair”, hecho con pasta choux, relleno con crema pastelero, mientras las damas presentes, acompañaban sus milhojas, vacherins, saboyanas, profiteroles o incluso éclairs y religiosas, con té.
–Yo también recuerdo ese gran día, conmemorábamos nuestros cortes de pelo estilo “bob cut”. Definitivamente éramos un desafío a todo lo que en aquél tiempo era considerado socialmente correcto. Nuestros broches, bolsos, guantes, estolas, las plumas…
-Nuestros vestidos con lentejuelas, lazos, flores, gasas, diademas y los largos collares. ¡Realmente escandalizábamos!
De repente, mi madre interrumpió nuestra primera conversación al hacer una aparición en la puerta del dormitorio que estaba abierta y dijo:
– ¡Niñas, vengan a tomar el té!
Después de tomar el té retomamos nuestros juegos y por muchos meses, mientras vestíamos y peinábamos, maquinalmente, a las muñecas hablábamos de recuerdos que no correspondían a nuestros escasos siete años. Seguramente, correspondían a otra vida. Estas reuniones diarias duraron hasta que un día el padre de Nadia fue cambiado de destino y su familia se cambió de ciudad. Encerrando un episódio muy particular en mi vida.
Hoy, estoy segura de que nuestra amistad era un reencuentro de una vida pasada, no muy lejana. Lamento, nunca haber preguntado el apellido de Nadia para buscarla en las redes sociales y estoy segura de que ella desconoce mi apellido y por lo mismo no me contacta.
La alegría de recordar juntas el pasado, correspondía a la magia inexplicable de la vida, que algunas veces está impregnada de misterio; otras veces está impregnada de cotidianidad o de locura.