Rolando Revagliatti / Entrevista
Michou Pourtalé nació el 14 de mayo de 1934 en la ciudad de Azul, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en la ciudad de Buenos Aires. Fue incluida en las antologías “Veinte voces de Buenos Aires”, “Antología del Grupo Zahir”, “Poesía argentina de fin de siglo”, “Libro sin dueño”, “Mar azul, cielo azul, vela blanca”, “Antología de poetas, narradores y ensayistas”, “Summa poética 2004”, “Doce poetas argentinos del siglo XXI”,con selección y prólogo de NinaThürler, “Poetas en Botella al Mar (Antología 1946-2006, Sesenta años)”, “Poesía argentina contemporánea”, “Poesía en tránsito”, etc. Es asociada de CADRA Centro de Administración de Derechos Reprográficos, así como vocal titular de la Subcomisión de Cultura y Sociales de la AFAB Asociación Franco Argentina de Bearneses. Publicó los poemarios “Milenaria caminante” (1997), “Hombres en sepia” (2000), “Signos tardíos” (2003), “Damero para un cuerpo” (2006), “La misma que soy” (2010; Primera Mención de Honor en Género Poesía de la Faja de Honor 2011 otorgada por la Sociedad Argentina de Escritores), “La mujer sin espalda” (2014). Como articulista ha incursionado con “Lo simple en la poesía”, sobre el poeta francés Francis Ponge (1899-1988); “El satori de Néstor Perlongher”, sobre el citado poeta argentino (1949-1992); y ha leído como ponencia en el Cuarto Encuentro del 2012 del Grupo A. L. E. G. R. I. A. el titulado “Sophia de Mello Breyner Andresen [1919-2004]: Poeta en la fina penumbra de Lisboa”.
1 — Nombre —o apodo, no sé— y apellido francés, en un país al que los franceses no acudieron para radicarse en el alto número en que lo hicieron los italianos y los españoles. ¿Nos introducimos en las circunstancias de tus antecesores y, de paso, en tu familia actual?
MP — Contesto a tu pregunta desde la casa —en la que estoy pasando unos días de descanso— donde en parte transcurrió mi infancia, en un campo lindero al partido de Tapalqué o Tapalquén, antiguo fortín situado en la línea de fortines en las épocas de la Campaña del Desierto; nunca fue una casa solariega sino un rancho “de lujo” que tuvo techo de paja, y aún conserva paredes de adobe con su molino y rueda de aspas señalando el viento sur o el del oeste, o vaya a saber cuál porque en el campo estamos sometidos a los cambios climáticos que la naturaleza impone; el lugar estuvo y está resguardado por cúpulas de eucaliptus, árboles que más se adaptan al suelo de barro blanco; otros ejemplares vinieron más tarde para afincarse en el agreste suelo pampa, con pajonales que cubrían al jinete con su montado por entero: este paisaje de horizonte limpio, claro en su inmensidad, albergó mis primeros sueños. Fue el escenario donde crecí mientras aprendía a leer; tanto es así que comencé la escuela en segundo grado, cuando la familia se trasladó a Buenos Aires, en 1943. Matizábamos con repentinos viajes a Azul y allí nos instalábamos en la antigua casa paterna de la calle 9 de Julio 371. Mi infancia no tuvo tropiezos, continué y terminé mis estudios secundarios en un colegio de monjas y egresé de la Alianza Francesa. Recibida, comencé con traducciones y dando clases: tenía mis alumnos en preparación. Intenté cursar en la Facultad de Farmacia y Bioquímica. Ante la decepción de mi padre proseguí enfermería en la Cruz Roja Internacional, de donde obtuve el título de Enfermera con especialidad como instrumentadora. Trabajé unos años hasta que me casé. Luego prioricé el mantener nuestra casa y criar a los hijos, un varón y dos mujeres.
En cuanto a la primera parte de tu inquietud te cuento que provengo de padre argentino y madre francesa. Es ella quien me dio el apodo de Michou, algo como Bijou o Chou: mi nombre es Jorgelina. En mi familia se hablaba francés, aunque no por obligación. Aprendí ese idioma a la par que un español acriollado, por decir así. Mi padre admiraba todo lo que se refería a nuestra historia, a las costumbres del criollo, del hombre de a caballo y pial. Tanto él como mi madre eran consecuentes lectores de libros, y ambos redactaban cartas dirigidas a parientes y amigos con una meticulosidad asombrosa. El apellido Pourtalé viene del Béarn, región apuntalada por los Pirineos franceses, prima hermana del país vasco-francés; por lo que presumo que debo tener raíces celtas. Los bearneses eran labriegos, pastores de ovejas, de allí que aún festejan todos los años con las Pastorales que se realizan en distintas ciudades y laderas de los montes. Su lengua es ahora la “langue de l´Occitaine” del Languedoc original; antes se la llamaba “patois”; en las escuelas Calandrelles se les enseña a los niños y jóvenes exclusivamente un hablar propio de toda esa región. El significado de mi apellido es “puerta estrecha”. Los primeros Pourtalé bearneses en llegar a nuestra patria lo hicieron en la época de Juan Manuel de Rosas, según lo atestiguan viejísimos papeles que conservo. En mi educación tuvo gran influencia el aporte de una cultura que vino consustanciada en un viaje por mar, que primero recalaba en el puerto de Montevideo, para luego cruzar un ancho río llamado de la Plata, hasta el Hotel de Inmigrantes, predio que ahora forma parte del Museo Nacional de la Inmigración. Los lazos familiares no son los de antes, el tiempo diversifica, e incluso borra, sin anular raíces de las que estoy orgullosa. He perdido contacto con parientes bearneses. Sin embargo, pude visitar Oleron, Orthez, Sallies de Béarn, le Fort de Pourtalet a pleno Pirineo lindando con España y disfrutar la belleza de Pau, capital del Béarn.
2 — Aparecés en una primera antología poco después de tus cincuenta años. Casi se impone que nos cuentes sobre tu quehacer en la vida cotidiana tanto como en la escritura hasta 1996. ¿Habías concurrido a talleres literarios? ¿Sólo la poesía te convocaba?
MP — En mi adolescencia escribir era una confabulación secreta conmigo misma; no lo decía, escondía mis papeles. Alrededor de mis cincuenta y pico asomé la nariz con timidez a través de diarios y revistas barriales, con textos que tenían la pretensión de ser poéticos; me sentía ufana, alegre, era mi propia creación, no me importaba qué público los leyera. Hasta que me abstuve de esas colaboraciones. Te aclaro que no soy el tipo de persona que escribe desde los siete u ocho años, tal vez estimulados por una madre o una tía docente. En mi caso, el acto real de escritura comenzó tarde y mi elección por la poesía surgió con naturalidad. Necesitaba expresarme a través de la palabra escrita. Nunca tuve inclinación por el dibujo o la pintura o la escultura. En la vida se zigzaguea por la infinitud de los caminos posibles, siempre a riesgo de una u otra elección; hay senderos recónditos con sombras, claroscuros engañosos, escarpados o lineales. Después de un lapso prolongado de psicoanálisis (no en diván), llegué a descubrir en mí esta vocación que se fue transformando mediante oficio y más oficio, en un verdadero derrotero; así la hoja en blanco (y hasta alguna servilleta de papel) nunca perdió su encanto. Mi analista me guió y alentó y, por supuesto, le estoy agradecida. Concurrí a talleres que me estimularon, pero de todos casi huía. Hubo en mi entorno amigos que influyeron. Mi amiga Nannina Rivarola, Licenciada en Letras y Filosofía, certera y firme, me impulsó. Ella ya no está, pero su carisma me cubre por completo. Sólo la poesía me atraía: Pedro Salinas, Neruda, saltaba a Garcilaso de la Vega y de ahí a Giuseppe Ungaretti, Umberto Saba, Salvatore Quasimodo, me detenía en los franceses Paul Verlaine, François Villon y en la, para mí tierna, estadounidense Emily Dickinson, y me adentraba en el checo Rainer Maria Rilke o Fernando Pessoa o Juan de la Cruz y Teresa de Ávila. No paraba de visitar cafés literarios y puntos de reunión donde escuchaba poesía argentina contemporánea. Conocí a Olga Orozco y más de una vez Amelia Biagioni fue mi consejera, lo mismo que Joaquín Giannuzzi. Fui logrando cuidar la forma, la estética del poema, con la divisa “sete fiel a ti misma”. Será por eso que hasta aquí llegué con seis poemarios y un puñado florido de antologías.
3 — Pertenencias. Formaste parte del Grupo Zahir; fuiste vicepresidenta del Grupo Gente de Letras; integrás el Grupo Travesías Poéticas. ¿Otros?
MP — Comencé a frecuentar el café donde se reunía el Grupo Zahir y me incluí en 1994; gracias a su alma mater, la escritora Liliana Díaz Mindurry, quien me apoyó, quedé entusiasmada; lo integré hasta su disolución, años más tarde; antes de esto, en 1996, había sido invitada a formar parte de una antología del grupo, junto a los poetas José Martínez- Bargiela, Marta Russo, Gloria Ghisalberti, Ernestina Fernández Simón, Adalberto Polti, entre otros. No puedo dejar de destacar a una poeta querida por todos: Florencia Durán, quien efectuó la selección y el prólogo de otra antología editada por el Grupo Zahir, titulada “Veinte voces de Buenos Aires”, volumen II (también de 1996), con textos de María Naim, Silvia Ovejero, Tomás José Riva, Norma Pérez Martín, Ángela Peyceré, María Lydia Torti, Eduardo Rubén Colman…
Por aquellos tiempos me integré al Grupo Presencias (Carolina Rodríguez, Ernesto Vázquez Rivera, Ilda Delgado, Tomás Sir), responsables del café literario que presentaron en diversos espacios públicos del barrio de Belgrano.
En 1998 Jorge Sichero fue quien me invitó a asociarme a Gente de Letras, primero como simple socia, más tarde como vocal durante dos períodos; tuve el cargo de secretaria de actas y terminé como vicepresidenta, siendo Zoraida González Arrili la presidenta de la entidad. Concluido ese mandato fui invitada, por la actual presidenta de Gente de Letras, Carmen Escalada, a proseguir, pero consideré que era preferible dar paso a otros y así renovar la institución; en la actualidad, como socia visito Gente de Letras con el permanente cariño que le tengo.
Formé parte, con Zoraida González Arrili, el recientemente fallecido Enrique Roberto Bossero, Sara Dassat y Jorge Sichero, del Grupo Follaje para el Duende: nos reuníamos en mi casa una vez por mes, al principio, y más tarde cada dos meses, hasta que la frecuencia llegó a ser azarosa. Invitábamos cada vez a no más de cinco poetas y con ellos departíamos sobre estéticas y otros asuntos. Concurrieron Nina Thürler, Antonio Requeni, Ruth Fernández, Máximo Simpson, Graciela Maturo, Alberto Luis Ponzo, Emilce Cárrega, Héctor Miguel Ángeli, Susana Botto, Juan García Gayo, María Adela Renard, Emma de Cartosio, Susana Fernández Sachaos, Ernesto Goldar, Susana Carnevale… No faltaban el vino y las empanadas, y algo dulce para el final: nos esmerábamos y cada encuentro tenía su sello.
Hoy sólo integro el Grupo Travesías Poéticas, junto a José Muchnik, Marion Berguenfeld, José Emilio Tallarico, Luis Raúl Calvo y Ramón Fanelli. Hace unos ocho años me citó este último en la confitería “La Opera” para tratar el tema de la traducción poética; muy sencillo: necesitaban una traductora y acepté; el grupo fue premiado por la Fundación Ferlabó, presidida por Olga Fernández Latour de Botas, en 2013, en reconocimiento a su labor estrechando lazos poéticos —océano de por medio (de allí “travesía”)— entre Francia y Argentina.
Cada grupo con su impronta, inolvidables los que no subsisten y todos enriquecedores.
4 — ¿A qué apuntan los tres artículos con que hasta la fecha te has animado? ¿Ya fueron publicados los tres en algún medio? ¿Estás encarando la redacción de otro?
MP — Los tres artículos nacieron en mí de forma espontánea; no los elegí, fueron ellos quienes me eligieron, y digo esto con una sonrisa, aunque no me lo crea; conmovida por las respectivas poéticas, me atreví a ofrecer mi óptica, un otro ángulo de análisis.
Ponge me atrapó con su “Méthodes”, Editorial Gallimard, 1971 (“Métodos”, traducción de Silvio Mattoni, Adriana Hidalgo Editora), en el que desarrolla “la práctica de la literatura”, además de un maravilloso ensayo poético sobre “El vaso de agua”, y ni qué hablar sobre sus consideraciones sobre “El jabón” —escrito con una notable sencillez, que produce envidia—, donde el poeta entrega palabras, comparaciones, juicios, etc.; hay que leerlo despacio, disfrutando el paso a paso en cada hoja del volumen.
Perlongher, ese sociólogo combativo y homosexual comprometido con una poética singular, llamó mi atención. Muchacho de barrio nacido en la ciudad de Avellaneda, que luego de una azarosa vida muere de sida. A través de “Aguas aéreas” se perfila un cambio, su escritura toma vuelo, ya no es tanto el barroco-barroso empedernido hasta la obsesión, el que probó el ayahuasca en la selva durante su casi auto destierro en Brasil; asoman neologismos, extravagancias que lo hacían comparativamente distinto a otros poetas de su generación. Consciente de su enfermedad, recurre al carismático curador Padre Mario; el poeta pone una fe insospechada y la manifiesta en el poema titulado “Alabanza y exaltación al Padre Mario”, cuyos versos, de notable lirismo, incluyo al final del artículo.
Sophia de Mello Breyner Andresen me sedujo por su poesía tan femenina, y a la vez militante a favor de los desposeídos y en contra de una política que no compartía. Dúctil y clara, su poética pone en evidencia la personalidad de una mujer excepcional para su tiempo, perteneciente a una clase alta, culta.
A mi parecer, más allá de diferentes estéticas, formas y estilo, la poesía del otro está recibida en lo profundo de mi corazón sin diferencias y sin discriminación alguna. Por lógica, un soneto de Borges es Borges; un poema de Leopoldo Castilla, Leonardo Martínez, Julio Salgado o Celia Fischer, los valoro por el conocimiento indiscutible que brinda nuestra tierra del noroeste argentino.
Sólo el artículo sobre Ponge se difundió: en una antología de Gente de Letras. “El Satori de Néstor Perlongher” debió haberse socializado en una revista —“Aquí Allá”, que dirigiera Julio Bepré— que dejó de aparecer.
Ideas como para incursionar en otros temas, Rolando, no me faltan.
5 — Hallo citas, versos de Oliverio Girondo y Carlos Mastronardi en “Signos tardíos”; de Horacio Núñez West y Georg Trakl en “Hombre en sepia”; de Octavio Paz, André Maurois, Santiago Kovadloff y Liliana Lukin en “Milenaria caminante”; de Roland Barthes y Marcelo Pichon Rivière en “Damero para un cuerpo”; de Henri Michaux en “La mujer sin espalda”. ¿Querrías referirte a ellos?
MP — Sí, algunos poemas van con epígrafes debido a una suerte de sugerencia interna; no te lo sabría explicar, será tal vez cuando suena esa campanita delicada que, escondida vayamos a saber dónde, llevamos al escribir algún texto; a veces no es imprescindible, lo cierto es que en mi caso ocurrió y ocurre con naturalidad. Las palabras de André Maurois surgieron al recordarlo cuando lo leí siendo yo muy joven; aún conservo ese ejemplar de uno de sus libros, amarillento, sujeto con una cinta liviana, suave, para impedir que sus hojas se derramen entre mis manos como un buen vino. Si nombro a Santiago Kovadloff se presenta ante mí un maestro del pensamiento; al escucharlo hablar o al leerlo acopio parte de su sabiduría, de su prudencia. En cuanto a Marcelo Pichon Rivière, me atrevo a aseverar que se hizo presente como anillo al dedo al tratar sobre nuestro niño interior, ese niño que todos acunamos en nuestro inconsciente y al que tantas veces dejamos en olvido. Georg Trakl es el poeta que induce a ser revelado en su capacidad como filósofo a través de una alta poesía. Ni qué hablar de Oliverio Girondo; parecería que su apellido apela al “giro” necesario que la poesía argentina dio para las nuevas generaciones. La lectura de Roland Barthes me alimentó por su introspección creativa: es para disfrutarlo con la seriedad de un especial silencio. Don Carlos Mastronardi, al igual que Horacio Núñez West, son ejemplos vivos que supieron poner y dar al campo de nuestro país una auténtica notoriedad a través de sus respectivas poéticas. Y la América entera se trasluce y subyace en los textos y poesías de Octavio Paz. Escasas ideas las mías para justificar la pregunta que siempre me he formulado: ¿es necesario instalarle un epígrafe a nuestro poema?: mi repuesta es que no lo es. Lo mismo ocurre con las dedicatorias, pero eso es harina de otro costal. Fui y soy curiosa empedernida, rodeada de poemarios de cuatro o más autores al mismo tiempo; me fascina lo que llamo “picotear” de aquí, de allá. Cuando algún verso se imponía ante mi asombro, anotaba el número de la página donde figuraba dicho verso en la última del ejemplar. Y así se me impuso la cita de Liliana Lukin, que tomé para un poema de “Milenaria caminante”. Esa constelación de citas, rica, extraña, movediza, fue aterrizando en mi imaginación y en mi sensibilidad y allí está.
6 — En “El Satori de Néstor Perlongher” contás que dicho poeta reconoció en una entrevista las influencias de Góngora, José Lezama Lima, Rubén Darío y Severo Sarduy. ¿Qué influencias reconocés en tu poética?
MP — Francis Ponge figura en primer plano, Amelia Biagioni con su “niña de mil años”, muy cerca de Olga Orozco quien, una tarde en la S. A. D. E., me regaló una piedrecita para la buena suerte en la dedicatoria escrita por ella en uno de sus libros; influencias ganadas con mucha lectura y anotaciones al margen de las páginas fueron las que sutilmente me nutrieron. ¿Cómo no nombrar a las uruguayas Delmira Agustini, la trágica, y a Marosa di Giorgio, extravagante imaginativa? Me arriesgué con Cavafis y Pessoa sin llegar a profundizar las distintas posturas e ideas como poetas. En cambio, Juan L. Ortiz y Francisco Madariaga me transportaron por sus ríos. He leído a Quevedo y a Góngora con cierta obligación; no así me pasó con José Lezama Lima y Pedro Salinas. De François Villon tomé versos como epígrafe.
Considero que el resultado de mi poesía es ante todo genuino y simple con un grado “normal” de originalidad, lo cual permite al lector acercarse a textos comprensibles, sin afectación; supongo que se debe al hecho de estar mostrando lo vivido: un intento de compartir lo que llanamente escribo. No exagero en la búsqueda de palabras, ellas vienen solitas sin que las llame, furtivas amigas ellas modelan, dan luz al poema y me desmadro en verso. Es lo vigente, el mundo actual lo que me interesa: un resto de fresco aroma en el aire, la risa de una niña o la pena de un amigo, una noche en el campo junto al grillo y la luciérnaga. Quizá sean estos gestos propios de la maravilla y el asombro los que más influyen en mi creación.
7 — En una presentación de un poemario tuyo agradeciste a Norma Ferreyra por haberte “iniciado en el sendero de la Cábala hacia un camino sobre el Árbol de la Vida y la lectura del Tarot Cabalístico”.
MP — Mi interés por la Cábala o Kábala se produjo tras haber conocido y escuchado, en una de sus conferencias sobre el tema, a Mario Satz, nacido en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires, en el seno de una familia hebrea; es filólogo, poeta, ensayista, traductor y novelista; estudió Cábala y Biblia en Jerusalén entre 1970 y 1973 y reside en Barcelona. La Cábala, se afirma, lleva casi al infinito, y los cabalistas la perfeccionan con renovados conocimientos. A Norma Ferreyra la conocí por una amiga que concurría al taller de Félix Della Paolera, cuando también yo concurría. Esta profesional del Tarot, experta en numerología, astrología y en el Árbol de la Vida y Kábala, me recibió primero como consultante, luego como alumna a lo largo de casi seis años. Durante la consulta me atrajo su intuición, seriedad y la delicadeza con la que, al abrir la lectura del Cuadrado Mágico, me fue suministrando información, con total exactitud. En el taller grupal trabajamos con las cartas del esotérico masón Aleister Crowley. Las setenta y ocho cartas se clasifican en veintidós Arcanos mayores (del 0 al XXI), cuarenta Arcanos menores y dieciséis Personajes de la Corte o figuras. La simbología del Tarot está muy bien detallada en el libro “Jung y el Tarot” de Sallie Nichols (Editorial Kairos). Por otro lado, Z´Ben Shimon Halevi en su libro “Kábala y psicología” (Editorial Kairos), con prólogo de Mario Satz, ofrece un excelente estudio. Un buen número de cabalistas, en otros libros, aportan lo suyo. Lo que más internalicé fueron los apuntes redactados por Norma Ferreyra, que aún conservo. Fue la etapa de mi vida en la que me asomé al esoterismo: un camino inesperado por el que transito hacia una espiritualidad elevada y ferviente. Dice Gerd B. Ziegler en “El Tarot, espejo del alma” (Editorial Arkano Books): “De la misma manera que utilizamos un espejo para observar nuestro aspecto externo, podemos utilizar las imágenes del Tarot para reflejar nuestro estado interior. El Tarot es un viaje de aventura y descubrimiento. Sus imágenes son las imágenes del alma. Un espejo refleja la realidad visible sin evaluarla. Nos enseña lo bello y lo feo, las cosas agradables y las desagradables. No tiene otra alternativa. El espejo puede guardarse o romperse en pedazos, pero la realidad no cambia. Muchas personas tienen miedo a la realidad interior. Nunca podremos aceptarnos a nosotros mismos si huimos de nuestra realidad interior. El verdadero amor por uno mismo implica el deseo de conocerse más a fondo”. A través del Tarot he logrado vencer mucho de mi propia negatividad para acceder a otra plenitud. El Árbol de la Vida dibuja mediante senderos que corren entre los dos pilares de la Misericordia y la Severidad y el Pilar del Medio, la manera de dejar Malkut, la tierra, o sea el mundo que habitamos para llegar a Ketter que es lo Divino, lo Supremo, y, en definitiva, Dios.
8 — Entre las “Notas” para su poemario “Comer y comer” (Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1974), Noe Jitrik asienta: “…después de todo llegar a un poema, hacerlo, es menos importante que haberlo sentido crecer, suponerle un sentido, no al poema (eso es pretensión) sino al gesto de dibujarlo.” ¿Con qué reflexión acompañarías la de Jitrik?
MP — Me animaría a opinar que más que dibujar al poema con un gesto, se trataría de la implementación de un sutil delineado en dirección a esa metamorfosis indispensable al poema, igual a ese cambio al que está sometida una mariposa cuya belleza se oculta entre palabras, de algún modo inaudibles para el poeta en el goce de su creación.
9 — Adapto una pregunta que suelen formular en reportajes para el blog de la librería porteña “Clásica y Moderna”: ¿cuál es tu libro “más” pendiente de lectura?
MP — Sin vacilar confieso: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”.
10 — ¿Escritores (o escrituras) que no te interesen y escritores (o escrituras) que te desagraden?
MP — Cuando la lectura de un determinado escritor deja de interesarme, cierro el libro, lo dejo de costado; quizás en otro momento lo retome, nunca se sabe. En poesía reconozco que Vicente Huidobro no me conmueve, nunca pude llegar al meollo de alguno de sus textos; lo mismo me ocurre con Gérard de Nerval —seudónimo de Gérard Labrunie—, y lo cito: “Mi estrella ha muerto y mi laúd lleva el sol negro de la melancolía”; “estrella muerta, sol negro, melancolía”: me apabullan, desaniman, siento en mí una firme sensación de angustia. Con Pablo Neruda es diferente: sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” o sus “Odas” me atrapan, y no así otros de sus libros, aunque los juzgue valiosos (no me resultan plausibles ciertas actitudes de él, aunque razono que debería separar la persona de la obra). Resisto a los autores que trasuntan un afán omnipotente y mesiánico. Prefiero a aquellos cuyo lenguaje sea comprensible, discreto y elocuente con mesura, como Octavio Paz, Silvio Mattoni, Yvonne Bordelois. De alguien de la trascendencia de Rimbaud, atino apenas a dejarme cautivar por “Mauvais sang” —“Mala sangre”— de su “Una temporada en el infierno”. A William Carlos Williams (1883-1963), por tedio dejé de leerlo por un buen tiempo, casi lo olvidé, y una tarde, poniendo algo de orden en mi biblioteca, retorné al volumen “Cien poemas” y me descubrí disfrutando de variadas “perlitas”. Actualmente me intereso en dos poetas argentinos ya fallecidos: Ricardo Zelarayán (1922-2010), nacido en Paraná, provincia de Entre Ríos, con el volumen que reúne la mayor parte de su obra poética: “Ahora o nunca” (Editorial Argonauta, 2009) y el santafesino Juan Manuel Inchauspe (1940-1991). Sus poemas están editados junto a su prosa y traducciones en el libro que lleva por título “Trabajo nocturno” (Universidad Nacional del Litoral, 2010).
11 — ¿Cómo ha sido tu relación con la novelística, con la narrativa breve? ¿Cómo es ahora?
MP — Prefiero el cuento, y cuanto más breves, mejor. No tengo la paciencia necesaria para las novelas que se me hacen eternas, tipo sagas de familia y se prolongan en tres volúmenes de seiscientas páginas cada uno. Me distraigo, no me concentro: grave error. Te nombro, sin embargo, a novelistas que me complacen: Sylvia Iparraguirre (1947, sus novelas “La tierra del fuego” (1998) y la más reciente “Encuentro con Munch” (Editorial Alfaguara), Guillermo Martínez, Héctor Tizón, Andrés Rivera, Juan José Saer, Sylvia Molloy y su “Varia imaginación” (Beatriz Viterbo Editora, 2004). Y también André Maurois con su “Un art de vivre”; “Las memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar, el Philippe Claudel de “Les ames grises”, Alexandre Postel con “Un homme effacé”, Hélène Lenoir con “Piéce rapportée”; “Nagasaki” de Éric Faye, “Ouragan” de Laurant Gaudé, “La robe bleue” de Michele Desbordes (sobre la vida de Camille Claudel). Y me veo en la infancia, en tardes de calor, leyendo los libros de la colección española Araluce para niños, que habían sido de mi hermana mayor: “La Odisea”, “La Eneida”, “La Canción de Rolando”, “El Cid Campeador”. Mi favorito era y sigue siendo “Ivanhoe” de Sir Walter Scott. No todos los libros me eran permitidos leer —restricción propia de la época—. A mi alcance, los pesados tomos de la colección “El Tesoro de la Juventud”. Me divertían mucho, a mis nueve años y en francés, “Les malheurs de Sophie”, cuya autora es la rusa Sofía Fiódorovna Rostopchina (1799-1874), la Condesa de Ségur —suena arcaico, ¿verdad?—: Sofía era una traviesa divina por sus ocurrencias. Me parece simpático aportar estos recuerdos.
12 — ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
MP — Consistió en un disparate: escribirle a mi sobrina un cuento. Yo tenía alrededor de once años. No se me ocurrió nada mejor que pensar en hormigas dueñas de un gigantesco hormiguero mágico: nada podía tumbarlo, ni pala ni puntapié; ante cualquier amenaza jamás se desmoronaba; la conclusión o moraleja era que, a ejemplo del hormiguero, debíamos, mediante un fabuloso ejercicio entre voluntad y coraje, actuar con actitudes firmes y positivas ante cualquier hecho que pudiera llegar a tumbarnos. Nunca supe si mi sobrina llegó a entender el mensaje, lo cual no impidió que siguieran otros cuentitos, tales como La Bruja Tomate, Juancito el Incendiario, La Señorita Lucrecia, Las Botas de Mil Colores, Un Día en la Playa, Tomasito el Tímido; por supuesto eran todos personajes ejemplares, según mi criterio. Yo no era ordenada, dejaba los cuadernos o papeles rondando como quisieran, producía a rajatabla y pasado un tiempo no volvía a ellos. Lamento haberlos perdido. A veces leo relatos en directo para chicos de escuelas rurales.
13 — ¿Qué diferencias notás entre tu último libro y los anteriores? ¿Cómo considerás tu propia evolución poética?
MP — El más reciente marca el fin de una etapa y el principio de otra. Me inclino hacia la prosa, a un discurso más llano con algo o mucho de poesía; percibo un cimbronazo y me dejo llevar hacia una realidad más refinada. Ligo esto con que a veces me cuesta escuchar la poesía de los jóvenes. Sopeso sus poemas con un montón de comprensión y cierta admiración de mi parte; lo planetario, el mundo intelectual movedizo inquietante al que valoro, influye, desgasta o enriquece, por eso estoy convencida que vivo en acelerehacia una evolución, concretada y concebida entre acción y pensamiento y hacia una poética distinta. No tengo preferencia por alguno de mis libros, hechos con tinta y pliegue, lo declaro con absoluta convicción. Lo enuncio en el último texto de “Damero para un cuerpo”, del cual a modo de despedida capturo algunos versos que aplico a todos, a mi escritura: “No importa, he de brincar desde el blanco / sobre el papel el punto del final que cruje. / Soy la amanuense de tu hechura, materia / maciza codo a codo dos veces en doblete / en un ir y venir crucial adecuamos la línea / del perfil austero, el justo relieve para ese verso / que tendinoso recala en la noche / y la lanzadera del diálogo nos abrió brecha. / No siento desolación, me despido con un beso y al besarte / hay un apuro de lágrima, mi muchacho”.
*
Michou Pourtalé selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
LA GALGA
Galgueando, vieja perra cimarrona,
atravieso los campos del misterio
bajo un conjuro bermellón de sol y luna
y el mordisco a la Cruz del Sur
brillando entre los dientes.
Pampa, paja brava
el cuerpo lacio cortajea,
grito hosco de chajá en su laguna.
No existen alambrados ni tranqueras
ni ranchos que me atajen.
Sí, la llamarada humeante del indio
y de su chusma.
Yanquetruces, Catrieles me acorralan
maloneando destreza en mi combate.
Fortinera plantada
sobre estas leguas de campos tendidos,
herencia de una sangre sin murallas,
en soledad sin agua,
inmenso el techo azul de lo bravío.
(de “Milenaria caminante”)
*
FRUTAL
El pericarpio del fruto palpita
medianamente se lo oye
en su tierno frutal encierro
de pellejo oro.
Dentro de la tarde desvanecemos
mi madre junto a mí las dos
diosas hieráticas hijas de Demeter
jugadas en jugoso juego
de cosechar ciruelas
ritual para buenas mujeres celtas
cuyo conjuro es reír al unísono
y disparar pisadas resbalosas
alrededor de un tronco retorcido.
En un gran slam patinamos cesto y ciruelas
¡splash! ¡splash! surge el gorgoteo de la imagen
desde el suelo pusilánimes hormigas
nos ven mientras caminan en fila
con prolijidad de indiecitos sioux
portan su carga de obrera diligente
a merced de nuestras esparteñas
tanto pisoteo desbarajusta la tarea
¡splash! ¡pum! ahora semejan lémures
fuera de sus cuevas trepan unas arriba de otras
el disparatado baile me obsesiona.
Mi madre no se percata de lo que yo veo.
El vestido de rayón de mamá
el mío de tobralco
texturas diferentes de esta foto sin contorno
y el recortado embudo de latón
para alcanzar entre moscas y tábanos felinos
las más gordas y altas ciruelas.
Sabor a ellas en la siesta tarde
de un verano manso la canícula
arrecia entre los fuertes olores
emanación de corral orín y bosta
la tierra se ha tragado huesecillos descarozados
deshechos a puro ciruelo en hojarasca
la tierra me ha de tragar como huesecillo también.
Retorno al compás del presente
de pie el ciruelo huero
aspira el aire de lo lejos y hoy
en el atrape ondulante de su tronco
lo irrecuperable está escrito
como juguete de la naturaleza
implantado de por vida. Pienso
un vuelo de calandria fue regalo para mi madre
ella se ha volado como gorrioncito
y ella se vuela entera entre sus frutales
iluminada con un cesto repleto de luciérnagas
muy plata en la mano su embudo
flechando rayos de mil tormentas
de cala la enagua traslúcida ella vuelve
hacia el espejismo difuso del atardecer campero
y yo la sigo con la métrica de mis ojos
de mi niñez austera cándida
dentro de un tarro de mermelada ácida
el contenido pegotea engolosina
y la ciruela sigue aún goteando
gotitas de un raro almíbar oroazul brillan
en las comisuras de la boca
de mi nieta menor.
(de “Signos tardíos”)
*
Creo que empiezo a darme cuenta del
placer propio de los bosques de pinos.
Francis Ponge
Llueve muy manso ha llovido.
Bajo el pinar van creciendo hongos
blancos se muestran felices
anacoretas fatuos
con redondos penachos
sólo un pie los sostiene.
Algo velado los irá cubriendo
de mortífera herrumbre.
No saben que la constante humedad
es motivo de su existencia
tan frágil ante el más mínimo roce.
Entre las agujas secas del pino
la rutina de la naturaleza
inexorable rotación de rueda
expande naranja una fronda
natural tapiz para ese hongo
espontáneo curioso.
Entre el bálsamo y la pausa
con perfume discreto
todo lleva a la contemplación
y posiblemente a la luz
don de un dios presencia inefable
que a gusto deambula entre los pinos.
(de “Signos tardíos”)
*
Así es mi pájaro familiar,
el pájaro que acude a poblar
el cielo de mi pequeño patio.
Henri Michaux
Invierno gris
manchón amarillento
un benteveo.
Como ayer parece decir:
todo lo que veo está bien.
Puntual al mediodía
inmutable al igual que rey se posa
y la rama agrisada del ciruelo resalta.
En la mañana temprana hubo escarcha,
la hubo y a la noche helará seguramente.
Y el campo taciturno en gélida espera
hace meditar a los ocultos brotes
y el día que no despunta en claridad.
Sobre el final de cada almuerzo,
ideograma oriental el pájaro
ya es un haiku volando en escritura
mientras amarillo el plumaje se cuela
a través del vitral en la repetida visita diaria
su presencia se vuelve necesaria.
Y si la cadencia de un verso de Juanele
se insinuara con el canto del río
en tinta china el fino trazo del poeta
daría al instante el exacto delineado.
Nada percibe el visitante de las doce,
él es luz apenas tornasol y no lo sabe
cuando cristalino se escarcha
en la frágil rama gris del ciruelo.
(de “La mujer sin espalda”)
*
La mujer sin espalda se sostiene
con un solo pelo de la nuca
vive en vilo constante el transmutar
remueve sin pala la tierra de un vacío
que detrás la vuela de su angustia.
A partir de un ojo iluminado
ella apunta adelante hacia la meta
no le importan el pasado o la víspera
del mañana, nada la tumba ni aflige.
Nada con estilo pecho suelta su universo
agudiza el agua de la emoción
trance que la impulsa desde la orilla
cementada del estanque.
Espora de un raro helecho esta mujer
va rasgando las aguas de un infierno
con el arrastre del viento de su boca.
(de “La mujer sin espalda”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Michou Pourtalé y Rolando Revagliatti, febrero 2015.
Michou Pourtalé falleció el 25 de mayo de 2019.