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Un campo (tribal) de pelea

La vez que ingresé en el edificio de la Asamblea Legislativa, me revisaron como en aeropuerto de país de primer mundo. Sin embargo, si eres miembro de las organizaciones sociales, al parecer puedes ingresar como Pedro por su casa, haciendo bochinche y hasta con cadenas para encerrar a los legisladores. Esto no puede no ser un signo de que la institucionalidad de aquella institución —al igual que la de muchas otras en Bolivia— está muy venida a menos. El encierro con cadenas, los insultos y los golpes han llegado a un nivel de inmoralidad sin precedentes en una institución que, por la carencia debate por parte de la mayor parte de sus integrantes (hay valiosas pero pocas excepciones), ya estaba bastante desprestigiada.

Muchos bolivianos que vimos los videos del bochorno registrado en estos días, nos sentimos indignados y preocupados. Pero temo que también hay muchos que solamente se entretienen, pues lo que quiere gran parte de la sociedad boliviana es trabajar, vivir ajena al sainete político y sentirse bien en su privacidad, ya que lo que hacen (o les sucede a) los políticos en funciones —quienes viven a expensas del contribuyente— les es indiferente porque no se sienten representados por ellos.

Al igual que en otras situaciones, lo que el intelectual debe hacer ahora es lo que aconsejaba Spinoza: no reír, no llorar, sino comprender el fenómeno. ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué la Asamblea se comporta de esta manera? En primer lugar, considero que esta institución es el reflejo de lo que sucede en la sociedad en general, la cual —exceptuando algunos grupos o individuos que comprenden y practican las reglas de una convivencia civilizada y dialógica— es todavía corporativista y reacia a la resolución pacífica y racional de las controversias sociales. Y, en segundo lugar, creo que se está pagando la factura de la poca seriedad con que todos los partidos políticos conformaron sus planchas de candidatos a senadores y diputados (no solo hay que criticar la violencia de los legisladores oficialistas, sino también la conducta antiética y haragán de algunos opositores que, al parecer, pactaron con el oficialismo y votaron en consecuencia).

Rememorando los hechos negros de 2019 y viendo los de la Asamblea actual, se me viene a la mente la frase premonitoria con que, entre escéptico y triste, Simón Bolívar describió algunas de las repúblicas que él mismo había ayudado a libertar: “Estas serán repúblicas aéreas…”. Es decir, repúblicas sin republicanos o democracias sin demócratas. ¿Cómo pensar entonces en una convivencia civilizada cuando en las estructuras mentales o en la cosmovisión de los individuos no existen nociones de lo que es una democracia? Hace unos días, Álvaro García Linera, en el programa Piedra, papel y tinta, aseveró que el “núcleo central de la democracia es el gobierno de la plebe, del populacho”, y que el resto de medidas “liberales” son solo aditamentos de aquel. Y lamentablemente esta idea simplista (el gobierno de las mayorías) es la que muchos tienen por democracia. Pero en realidad democracia es eso y mucho más: una serie de límites al poder que impida que el gobierno “de la plebe, del populacho”, se reproduzca indefinidamente o cometa arbitrariedades contra las minorías, ya que incluso el gobernante más demócrata lleva en sí la semilla del abuso de poder; todo poder aspira a ser abusivo y a durar. Por eso los límites al mismo son características sine qua non de una democracia verdadera.

Desde mi modesta percepción, no pienso que Bolivia se componga de la noche a la mañana con otro gobierno u otra camada de políticos; las cosas no son tan sencillas de resolver. Estamos viviendo un ciclo político, y los ciclos suelen duran lustros o décadas enteras. Se está cerrando una etapa grande iniciada en la Revolución de 1952, cuando las masas indias y obreras, que habían sido relegadas de la actividad pública, ingresaron en la praxis política. Lastimosamente, aquel ingreso no significó necesariamente la modernización de aquellos grupos sociales, pues las camarillas burocráticas, sindicalistas y gregarias (similares a las élites tradicionales), son todavía las que dominan las costumbres y la cultura política en Bolivia.

La modernidad todavía no llegó al país, pues esta, como decía Octavio Paz, no se mide tanto en función de carreteras, industrias o economía, sino de costumbres y formas de resolver las discrepancias. Creo que pasará todavía un buen tiempo antes de que podamos ver una Bolivia menos tribal (menos violenta) y un poco más moderna.

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