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Real fantasía y maravillosas mentiras en Marco Polo

Marco Polo sigue sentado frente al Kublai Kan, las maravillas de cuanto se oye narrar es de ondulante belleza, una de cal y una de arena, horizontes mágicos y fanfarronescas situaciones; sigue imaginando lugares fantásticos y viajes funambulescos, las ciudades visitadas son mujeres enigmáticas, son brujas y son encantadoras, son engatusadoras y siempre fatales, ciudades que conducen a las mil y una noche, a un extrañamiento psicodélico, a un viaje caleidoscópico. Son reales fantasías y maravillosas mentiras. Existieron y son ficticias, se inventaron porque algún día estuvieron ahí. Italo Calvino está sentado con el y al lado de ellas, todos estamos oyendo lo narrado, Rustichello da Pisa después de la batalla de Curziola, los venecianos incrédulos y los futuros historiadores. Marco Polo es un napolitano que nació en el norte, es veneciano, arte y parte de nuestra historia.

Un día hablándole desde una ciudad con el nombre exótico de mi hermana, Zaira, y otro día recordando la moneda con la cual iba de prostíbulo en prostíbulo, moneda que llevaba el nombre que hoy es mi apellido. Gary Jennings y las escritoras Gabriela Montes y Ema Wolf, encuentran la necesidad en la memoria de Cristoforo Colombo (Cristóbal Colón en muchas plazas blasfemadas de toda la América hispanohablante), Giovanni Caboto, tal vez hasta Magallanes buscan inspiración y otros viajeros que la encuentren en el mapa donde dieciocho mil islas forman las Anti-illas o Antylas, contadas en torno a Cipango por Marco Polo. “No se inventa nada. Solo pequeñísimas variaciones de lo ya dicho, acontecido y escrito”, se da rueda a Plinio El Viejo y al mapa esférico, a las profecías de todo historiador. Hay siempre una cruz que se transforma en espada, menos en Marco Polo. El Cathay fue irse más allá del desierto de los tártaros, dar y recibir, abrir mercados decía Pegoloti, mercaderes que oyeron las tristes mentiras del Gran Khan, mercaderes que ofrecieron metales baratos y piedras inservibles sin la imaginación y sin la fantasía del astuto vendedor. ¿Habrá vuelto del Cathay con la canela, las berenjenas, el adormecedor opio, el lapislázuli y el limón? Con todo lo bizarro, los recuerdos que conservará para su futura esposa, el viaje que hoy emprendemos desde un aeropuerto que bordea el Mar Adriático.

Al retorno la memoria. A Palazzo Giovannelli se depositará la seda que combinará las camisas rojas de los garibaldinos, y el maíz que “…no conocerás querido Marco”, será siempre y solo polenta de un solo grano, mijo y hierbas sin mas sabor que las especias traídas de tus viajes. No recordarás a la princesa Sheherezade, no mirarán los mapas del gran cosmógrafo florentino Paolo dal Pozzo Toscanelli, olvidarán que “toda autobiografía es apócrifa”, recordará Fra Jacopo d’Acqui. Lo oído por Rustichello da Pisa no será lo mismo que lo oído por el Gengis Khan, el signo será distinto, las embajadas y sus diplomáticos mienten siempre para salvar el pellejo. Maravillas del lenguaje, haber recordado culturas y costumbres desconocidas, el beso de una mujer de la China mas profunda, el recuerdo de una narración que iba tejiendo las figuras femeninas del aquel tiempo: Ban Zhao, la escritora que había leído a Confucio y Wu Zetian, que logró un día ser emperatriz.

El Poeta, hoy, sigue cantando las maravillas de Venecia, el león de San Marco, “el canto de las sirenas, la última oportunidad”, la real fantasía y las maravillosas mentiras de Marco Polo, el veneciano.

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