Javier Larraín, uno de los tres autores del libro Ejército de Liberación Nacional (ELN), documentos y escritos (1966-1990), ha tenido la gentileza de redactar una carta pública para matizar algunas afirmaciones mías publicadas en este espacio la semana pasada.
El tema en discusión es el asesinato, el 8 de junio de 1970 en Cochabamba, de los esposos Genny Köller y Elmo Catalán, militantes del ELN. Larraín me cuestiona dos posturas: que haya sido una muerte perpetrada por los mismos guerrilleros y que la única mención mía a la personalidad de Catalán haya versado sobre su coquetería. Acá, mi respuesta.
En relación a la pregunta de quién mató a la pareja, todas las pistas hasta ahora conducen a un individuo: Aníbal Crespo Ross, poeta chaqueño avecindado ahora en Yacuiba. Su alias de guerra era Angelito. Él convivía con su esposa, sus posibles víctimas, mejor conocidas dentro del ELN como Ricardo y Victoria, y con Jesús, cuyo nombre real es Edison Segade Jurado.
Juntos conformaban una célula del ELN cinco semanas antes del planificado reinicio de la lucha armada en la localidad de Teoponte. De los habitantes de aquel departamento, situado en un segundo piso sobre la avenida Barrientos, sólo Jesús pudo ingresar al monte. Tras sobrevivir aquel catastrófico episodio, le contó al documentalista Roberto Alem Rojo que al mediodía de ese 8 de junio, desde la cocina, donde él servía la comida, escuchó tres detonaciones. Los disparos resonaron minutos después de que Angelito había salido de allí, en dirección a las habitaciones, allí donde Genny y Elmo acababan de llegar y donde perdieron la vida. Ella estaba embarazada.
El historiador Gustavo Rodríguez Ostria siguió esa pista hasta conseguir la ratificación verbal del propio Crespo Ross, quien le dijo, tres décadas después del suceso, que fue él quien les disparó. Algo más. Rodríguez obtuvo también la confesión de uno de los cuatro “elenos” que se encargaron de esconder los cadáveres en un túnel, donde fueron encontrados el 12 de junio de 1970.
Descubierto todo, el ELN emitió un primer comunicado reconociendo un altercado entre sus militantes, surgido a partir de la aplicación de “medidas disciplinarias” en contra de Crespo Ross. Éste habría reaccionado a tiros, molesto por las sanciones. No se sabe qué lo habría hecho merecedor de las mismas. Algunas versiones sostienen que quería desertar. Su razón era que, al igual que Catalán, estaba a punto de ser padre y prefería dedicar su tiempo a la construcción familiar. Como se sabe, las deserciones en el umbral de las operaciones suelen ser fuente de duras recriminaciones en el mundo de la violencia política.
A Alem Rojo, Osvaldo Chato Peredo, el entonces máximo comandante del ELN, le dijo que el crimen estuvo motivado por las emociones. Es sólo a partir de esta afirmación, que incluí en mi reseña de la semana anterior, la posibilidad de que entre Catalán y Crespo hubiese habido un altercado sentimental. Por supuesto que era posible hablar de las variadas cualidades de Catalán, pero éstas no correspondían dentro del asunto tratado.
Larraín introduce dudas razonables que, sin duda, deben ser puestas sobre la balanza. La principal de todas es que los cadáveres no habrían tenido orificios de bala. Otros informes hablan de hinchazón y quemaduras, señales de posibles torturas. En su carta, Larraín añade que el cadáver de Catalán no fue entregado a la familia por el gobierno de Ovando, en un probable intento por evitar un esclarecimiento final de aquella muerte.
Si no fue el ELN el que jaló el gatillo, ¿fue entonces la CIA o el ejército boliviano? ¿Si fuera así, por qué Crespo Ross se atribuye la autoría de los balazos?, ¿por qué Peredo habla de motivos emocionales?, ¿por qué el ELN contó una cosa primero y después quiso rectificar?, ¿por qué entonces un grupo de militantes del ELN amarraron y arrojaron los cadáveres de sus propios compañeros en aquel túnel?, ¿para inculpar al imperialismo?
En efecto, ni Larraín, y menos yo, estamos en condiciones de responder a semejantes dudas. Lo que me seguirá sorprendiendo es la impunidad de un delito como éste, que no sólo tiene asesino confeso, sino testigos dispuestos a hablar. Genny Köller fue la última persona que vio vivo al Inti Peredo en La Paz. Elmo Catalán era el tercero dentro de la jerarquía guerrillera. Su muerte a pocas semanas del estallido del foco en Teoponte nos seguirá desconcertando hasta que, como pide Larraín, la Comisión de la Verdad se asome al caso y resuelva.
Rafael Archondo es periodista.