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Poemas de Claudia Campanini

Llueves

Me llueve dentro porque es invierno,
me llueve dentro porque estoy triste.
me llueve fuerte desde tu cielo.
Sobre mi techo ¡cuánto lloviste!

El frío inmenso el agua y lodo,
y los cristales que tu rompiste,
son testimonios de tu abandono
de tu tormenta que siempre embiste.

Qué fuerza enorme la de tu paso,
brutal el saldo de lo que fuiste.
Como un chiquillo desesperado
lloro la historia que concluiste.

Tu viaje rápido como tus vientos,
por cada hora sus cien kilómetros,
de mí te alejan, te llevan lejos…
cierran la historia de lo que somos.

Juegos

Hoy he visto una escena y me ha dolido:
una niña que mece a tres muñecos, 
los mete a colechar junto a su cama
y vela el sueño de sus tres pequeños.

La gente se enternece aplaude y ama 
el gesto amoroso o hilarante. 
¿Acaso solo a mí me parte el alma 
mirarla delirar con ser ya madre?

La miro y me llegan enseguida 
mis más viejos recuerdos de niñez, 
aún con la carencia de muñecas 
jugaba a ser mamá, hasta de seis.

Pero esa escena que contemplo ahora 
pertenece mucho más a mi adultez,
cuando tuve tres hijos pequeñitos 
y sufrí cada dolor de la preñez.

Así como esa niña emplaza en cunas
sus sueños más remotos y lejanos,
yo emplazó cada noche a mis pequeños 
que ya no son juguetes, son humanos.

¡Cuántas cosas soñamos desde niñas!
Y soñamos también con ser mamás. 
Se divierten los adultos con los juegos 
y ninguno te dice la verdad

Que la maternidad nos duele ¡tanto! 
Que duele parir y amamantar, 
que se parte el alma en el posparto 
o ¡cuánto duele alguna enfermedad!

Hoy he visto esa escena y me ha dolido, 
pero me duele mucho más imaginar
cuándo sea esa niña mi pequeña…
y yo sea la mamá de la mamá.

Miedo

No tengo ningún pacto con la vida, 
pero exijo vivirla por más años.
Al menos hasta ver a mis pequeños 
adultos, afianzados y formados.

Yo sé muy bien… lo vi de cerca.
el terrible dolor de la orfandad,
que no hay herida más tremenda 
como esa que no cura y no se va.

Mi madre que parece de la suya
recordar solo su mano con dos joyas,
parece que adorara a un espectro 
que dejo solo inocencias rotas.

Y yo que miro a mis pequeños, 
aún débiles, hostiles y hasta huraños,
le ruego a la vida que no quiera
robarme la ternura de sus años.

Mis dos caballeros y mi niña: 
la vida quiso hacerlos hermanos,
que nunca permita esa vida 
tener que mirarlos separados.

Recuerden muy bien, ángeles míos,
a su madre que apresura el paso lento 
para traer a toda prisa y cada hora
la leche, los pañales, o el ungüento.

Le exijo a la vida muchos años
para ver cómo extienden sus alas.
Jamás les diré que duele dentro 
cuando ese viejo nido se desarma.

No quiera la vida separarnos,
pero si acaso aquello sucediera, 
recuerden muy bien que son amados 
con la fuerza del mar y de la tierra.

Todo a ella

«Ven, mi niña, que te cuento una historia de la vida»,
y me leyó cada fragmento de «Garrik», una poesía.
Yo con casi cinco años, ella quizá con treinta y dos, 
le entregaba a mi alma de las artes la mejor.

¿Es cierta aquella historia? —Le pregunté como mil veces— 
«Quizá es sólo un poema», respondió muy tiernamente.
Aquel día quedaría, y desde entonces para siempre,
pensando en los autores, en sus musas, en sus fuentes.

Ella ni lo sospechaba que me sembraba dulcemente 
amor por las palabras, por las letras, por la gente.
El boleto me dio ella para huir, cuando se puede, 
con otras cien mil vidas… cruzar a otros dinteles.

Madre mía, manos santas, pocas veces te lo he dicho,

te debo a ti mi arte, cada verso, cada escrito. 
Tal vez quisiste darme de la vida sus riquezas;

me entregaste algo más grande… de la vida sus poetas.

Puede ser que me mentiste, y sí era cierta aquella historia,
como es cierto cada verso que se queda en la memoria.
Y a pesar que lo negarás, lo escondías tiernamente, 
hoy comprendo a los poetas, sus tormentos y sus muertes.

Nostalgia

Tengo nostalgia del viaje que nunca hicimos,

de la maleta que nunca hice, y quiero hacer,

de cuando no fuimos juntos a bañarnos al río.

Tengo tanta nostalgia de lo que nunca fue.

Tengo noches que sueño aquel sábado juntos,

desayuno el domingo, luego horas de amor.

Tengo tanto deseo de haber hecho contigo

ese viaje que a solas hice para los dos.

Era un viaje pequeño, ese que he imaginado,

tal vez en la montaña, en el río o el lago.

Sí, en un lago muy grande, en un pueblo lejano,

aunque no sé si existe ese pueblo añorado.

¿Y si acaso existiera? No podemos ya verlo,

en tu barco y el mío han soplado otros vientos.

Y allí está la nostalgia, mi querido viajero,

«Nunca más» tiene escrito nuestro andén en el tiempo.   

Breve biografía

Claudia Priscila Campanini Camacho nació en La Paz, Bolivia el 19 de septiembre de 1985. Ejerció periodismo durante diez años. Tiene formación en Comunicación Social y Psicología, aunque no concluyó sus estudios. Migró a Italia el 2016 donde fue mamá de tres hijos. Claudia se dedica hoy a escribir poemas, microcuentos y relatos. También administra un blog sobre temas literarios.

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