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Páginas de vida de Carlos Medinaceli

Christian Jiménez Kanahuaty

El libro de Carlos Medinaceli publicado en 1955 en la Colección de la Cultura Boliviana dirigida por Armando Alba (quien además hace el prólogo del libro) y publicado en Potosí es un libro que puede servir de entrada a una trayectoria intelectual poco explorada de un escritor que a la par de un sistema literario propio, creó un programa crítico capaz de organizar un canon político y simbólico de la literatura boliviana.

Es importante notar que el trabajo de Medinaceli es también una forma de establecer un nudo problemático frente a las relaciones que la crítica literaria se establecía desde la prensa en la primera mitad del siglo XX. Se hace crítica de la crítica a través de objetos específicos. Esos objetos son, las obras de arte de los artistas en Bolivia. La pintura, la narrativa, la poesía, sobre todo y son vistos estos productos tantos como autónomos de un orden social, pero también están pensados como resultado de una valoración del medio social y cultural resultante en Bolivia de las confrontaciones estéticas y bélicas que sufre Bolivia con sus vecinos.

Medinaceli no escatima en este libro su apreciación sobre la obra de autores de Ecuador, México, Colombia, Nicaragua y Chile. Y los pone, al parecer no para hacer notar su capacidad letrada. Sino más bien, para colocarlos como ejemplos de los lugares comunes de la discusión estética y narrativa que prefigura un ansia de identidad.

Lejos está Medinaceli de creer en un proyecto letrada como tal, en el sentido que se lo entiende desde Ángel Rama, por ejemplo, porque en nuestro autor, lo que hay es más bien el intento de justificar y colocar al centro de la realidad social y política del país a la literatura y al gesto estético radicalmente porque hay un espíritu histórico que se debe entender. Este deber ser, muy sociológico impregna buena parte de la literatura nacional, no es casual que haya resaltado en Carlos Medinaceli, siendo éste un crítico que releyó a los clásicos bolivianos que lo antecedieron en relación a los autores clásicos de América Latina. Pongamos por caso que tanto Franz Tamayo como Alcides Arguedas tienen programas estéticos, posturas políticas, y representaciones narrativas, ensayísticas, historiográficas y poéticas contrarias, pero, en este país, los contrarios se suelen encontrar y en ese sentido, hay una línea de pensamiento que los une y esa es la del deber ser: un ser no sólo para el mundo, sino para uno mismo. Una imposición moral y política, que implica reconocimiento y autonomía de pensamiento y acción. Un deber ser enmarcado en el desarrollo de la conciencia nacional y en el progreso tanto espiritual como material del hombre nacido en este territorio.

Esa idea, que aparece esbozada en los libros de los dos autores más visitados y pensados por Medinaceli también está en Gabriel René Moreno, que ocupa en este libro, Páginas de vida, un lugar primordial cuando Medinaceli se da a la tarea de pensar cómo y para qué público debe ir dirigida la obra de Moreno toda vez que su obra está presta a publicarse.

También Gabriel René Moreno plantea un deber ser nacional, pero éste a diferencia de Tamayo y Arguedas está pensando en un deber ser histórico. Un hombre que sea capaz de reconocer su fondo histórico y dejar huella de presencia en el mundo por medio de la escritura y por, sobre todo, de la construcción del archivo de la memoria de la época que le tocó vivir.

De ese modo, lo que pasa en Carlos Medinaceli no es sino el síntoma del agotamiento de la fragmentación. Es más bien el precursor de un nacionalismo que tendrá años después su explosión en autores como Augusto Céspedes, Carlos Montenegro, Sergio Almaraz y René Zavaleta Mercado y en cierto modo Fernando Diez de Medina. Pero hay que dejar en claro que el proyecto de crítica literaria como eje sustancial y sustantivo para pensar el país es expuesto por Medinaceli de forma sistemática, porque para él, hacer crítica era hacer historia y el ejercicio histórico era un ejercicio de voluntad creadora de la identidad nacional.

Unificar al país por medio de la literatura, del arte, en general es el resultado de una vida dispuesta al trabajo de reconocimiento de lo propio, tal como en su momento lo hicieron Rigoberto Paredes y Antonio Paredes Candia.

Reconocer que hay una unidad de sentido es quizá el logro de la obra ensayística, crítica y narrativa de Carlos Medinaceli, y es quizá por ello que se dedicó tanto a pensar el ensayo y la biografía como géneros capaces de establecer y esclarecer el verdadero sentido ya no de estar en el mundo, sino de ser en el mundo. La sustancia ontológica manifiesta en lo estético, fue quizá la intuición mayor que motivó las páginas más reflexivas de La Chaskañawi.

Y en ese sentido, nos coloca frente a una manera no tan desconocida de pensar nuestra tradición literaria desde el foco de la sociología de la literatura y es como si en Bolivia, literatura y sociología, al menos, para la primera mitad del siglo xx y buena parte de su segunda mitad, éstas dos ramas del conocimiento fueran realmente indisociables. Se hacía literatura en la sociología y se hacía sociología a través de la literatura. Y es no sólo un afán de ejercicio del lenguaje, sino del mismo hecho de la fabulación, del aparato imaginario con el que se piensa la nación, las regiones y las identidades sociales tanto urbanas como rurales.

Para ello Medinaceli explora un aparato crítico ciertamente positivista, pero es que en realidad parecer ser el más adecuado para remarcar la fisonomía política, social y cultural del país. Como muestra, por ejemplo, tenemos aquellos textos en los que se refiere con agudeza e ironía a la educación y a la formación del profesorado en el país.

Quizá por ello también la existencia de Gesta Bárbara. Porque se trata de un modo de incidir en la realidad, pero desde un conocimiento extenso y profundo de ella. No trabaja sobre supuestos. Hay cierto toque etnográfico en sus apreciaciones y es que lo motiva el afán de entender dinámicas sociales y mayores. El espíritu de generalización impregna sus páginas. Las deducciones son formadas al calor de las deducciones resultante de la confrontación de los materiales culturales que explora y examina y para ello poco importa si provienen del país o de fuera porque en la comparación está la clave.

Aquí, sin embargo, está la diferencia con Tamayo, Arguedas y Moreno; a Medinaceli la comparación le sirve sólo como reflejo, como espejo. No como emulación. Por ello tras la comparación es necesario realizar un último gesto: la ruptura.

Romper con el objeto del deseo, podría decirse. Romper con lo que nos sirve de guía y faro para establecer un nuevo modelo. Un modelo narrativo propio. Un sistema literario autosuficiente y natural. Y aquí natural no atiende al naturalismo, sino a lo decididamente autóctono, y es que por ello se cuida Medinaceli de reclamar lo folclórico como sinécdoque de lo nacional, porque se ha entendido lo folclórico como lo anecdótico cuando es la raíz de lo propio y decididamente nuestro. Aunque esto nos trae el problema de la cultura como algo impermeable o como algo que se deja contaminar por otras experiencias generando así, lo que ahora se conoce como hibridación. Pero en el momento en que Medinaceli está escribiendo lo que tiene frente a sí es una emergencia de pensar lo propio, lo natural, lo nuestro, lo único. Aquello que realmente es nuestro.

Si hubiera podido vivir más tiempo y sus estrecheces económicas no habrían dado cuenta de sus horas de esa manera tan lapidaria y asfixiante quizás él también tendría su opinión sobre la relación entre lo local y lo global, y con ése entendimiento organizaría un modo de entender la cultura y la literatura en el país reuniendo proyectos literarios posiblemente antagónicos. Pero en todo caso, y lejos de la anticipación y la narrativa de las posibilidades, lo cierto es que en Medinaceli no sólo tenemos un precursor de cierto nacionalismo, sino que también tenemos un modo de entender el nacionalismo que no pasa por la recuperación de los medios de producción ni bajo la necesidad de la creación de un nuevo modelo de desarrollo, más bien, hay en él, un esfuerzo por constituir un modo de leer e interpretar nuestras condiciones de posibilidad.

La pregunta por la cultura y la literatura no es casual ni banal. Es sustancial porque interpela a la comunidad imaginaria de la cual al parecer el mestizaje es el resultado tras la revolución nacional. Pero, y esto es algo que el mismo Céspedes propuso en algún momento: el modelo del mestizaje nace mucho antes de la revolución nacional y mucho antes de la Guerra del Chaco. Y si esto fuera cierto, la sociología en Bolivia tiene mucho camino por desandar porque ha fundado sus formas teóricas y conceptuales en la sentencia que afirma que Bolivia se encontró a sí misma en las arenas del Chaco y que por primera vez los hombres se reconocieron en su soledad y en su miseria y abandono como iguales al calor de la contienda con un enemigo que parecía ser un desconocido y su presencia en el paisaje se asemejaba a la de un fantasma.

Medinaceli no lo hace en su momento con todas las palabras del caso, pero la labor crítica emprendida posibilita revisitar viejos tópicos de nuestro nacionalismo en momentos en los que la identidad vuelve a ser un tema de debate porque quizá se realizó un uso político de ella, pero jamás estético.

Si es verdad aquello de que la política es economía concentrada, tal vez deberíamos pensar que la cultura y la literatura son la geografía concentrada. Y no hay forma de generar progreso, desarrollo, y prosperidad ya sea bajo los modelos liberales o conservadores o mixtos que antes no pasen por la resolución de la identidad geográfica del sitio en el que se emprenderá tal desarrollo y los efectos que tendrá sobre sus actores, personas y comunidades en el tiempo.

Cabe dejar para otro momento un último aspecto que en Páginas de vida se despliega sin miedo y con total conciencia: la memoria.

Nada de lo que escribía Medinaceli está hecho por principio de la notoriedad de un nombre. Es, más bien, la necesidad de escribir una solución al problema del olvido. Se precisa en su caso enarbolar un modelo social donde la memoria histórica, política, estética y espiritual sean los organizadores del futuro y al mismo tiempo, la manera en que entendemos por qué hacemos lo que hacemos y en qué medida nuestras acciones tienen resultados inmediatos y a largo plazo. La memoria no es sólo recuerdo, es también un ejercicio político y por ello, la necesidad de disputar el canon literario del país no es solamente un juego propio de escritores o críticos literarios, sino que debe convocar también a otros investigadores porque en la literatura está expuesto con toda su exactitud, el lado B de la historia.     

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