Cierta izquierda de esta época (esa que se inclina más por las poses), se ve con frecuencia prisionera de sus propios dogmas. Se ha adueñado de algunos principios y se los ha autoimpuesto. Debe sujetarse entonces, a un manual de buenos modales que no siempre es fácil obedecer. Y es que las consignas de este benévolo progresismo -siempre vinculadas a causas moralmente rentables como los derechos humanos, el anticapitalismo, el ambientalismo o el feminismo- obligan a sus adalides a ser piadosos en todo momento y sobre todo, a no incurrir en ningún exceso de esos que comete la derecha, como el uso de la fuerza pública; la hostilidad hacia los inmigrantes; las prácticas religiosas que entorpecen políticas sociales; u otros actos un tanto despreciables para esta nueva corriente.
La derecha, más libre en sus movimientos, ejerce sin complejos sus mandatos, cuyas consecuencias no parecen inquietarla. Las palabras “orden” y “seguridad”, por ejemplo -tan repelidas por esta izquierda más sensible-, forman parte de los eslóganes de sus campañas y luego de su agenda. Es como si tuviera menos que calcular. Aunque se trate de un extremo, ahí tenemos a un derechista Nayib Bukele, cuyo sello ha sido desde su aparición presidencial, la mano firme. Los salvadoreños pueden acusarlo de autoritario (las cárceles están ahora llenas de “maras” y de otro tanto que jamás robó su merienda a algún compañero de curso), pero no pueden señalarlo de falsario. No hablaré de sus dotes dictatoriales, ni de su cooptación de todos los poderes estatales, ni menos de sus deseos de prolongar inconstitucionalmente su mandato, pues siéndole estos extravíos tan próximos a gran parte de la izquierda, al menos esta no podría tacharlos o achacárselos a la derecha. Así que esto último no nos sirve aquí.
Los chilenos, en cambio, andan algo contrariados y recuerdan -unos con sorna, otros con indignación- aquella promesa de no invocar la Ley de Seguridad del Estado en el control del conflicto en La Araucanía y de desmilitarizar la zona, que sirvió a la administración progresista de Gabriel Boric para llegar al poder. Pues hace unas semanas, bajo el amparo de ese desdeñable utensilio legal, fue arrestado el líder de una de las principales organizaciones mapuches que operan en esa región. Una zona que sigue militarizada…
A ese mismo infierno descendió el presidente del Gobierno español, el socialista Pedro Sánchez, quien alegando que las ciudades españolas Ceuta y Melilla tenían derecho a contar con fronteras seguras sin estar al albur de ataques violentos, se congratuló por el buen trabajo que las fuerzas de seguridad de su país habían hecho matando e hiriendo a decenas de marroquíes que intentaban saltar la valla del enclave español de Melilla en la localidad marroquí de Nador. Sánchez salió luego a declarar que no había visto las imágenes de los migrantes muertos y que su gobierno tenía una “política progresista en materia migratoria” y… un brete más en su conciencia.
Un aprieto que no mueve a la derecha en general. Frontal como es, la parte más dura de esa derecha llega al cinismo. Sobre ese hecho migratorio, un diputado y portavoz del conservador VOX, invitó al Papa Francisco a acoger en el Vaticano a los miles de inmigrantes que quiera, luego de que este reclamara que “recoger inmigrantes es un derecho bíblico”. La derecha ahí no titubea y expresa, sin reservas, que ella resuelve cuántos y cuáles migrantes recibe.
El asunto es que el manual de buen comportamiento moral no siempre resiste. Y puede convertirse en un autosabotaje para sus creadores. No se puede ser buenos todo el tiempo.
Cuando uno googlea a Victoria Donda, aparece un perfil que exuda empatía con los más desfavorecidos: Abogada y activista de derechos humanos, la kirchnerista Donda, es presidenta del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo de Argentina. ¡Check al cumplimiento del Manual! Lástima que se haya hecho pública la denuncia laboral con pruebas, que le metió su empleada doméstica, por tenerla “en negro” durante 10 años; por no pagarle varios meses de sueldo en plena cuarentena; y por otro tanto de infracciones que la buena mujer -defensora de derechos humanos- habría cometido.
Se dice que el hijo del izquierdista presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador partió a estudiar al Reino Unido. Que Jesús Ernesto López -que calza zapatillas de ochocientos dólares, equivalentes al ingreso mensual de una familia de clase baja en México- curse estudios en Europa y no en la UNAM o en algún instituto en La Habana, no debería ser noticia -seguro los hijos del exmandatario Enrique Peña Nieto dejaron el país con un mismo rumbo- si no fuera porque el anticapitalista AMLO, que promueve a diario la “austeridad republicana”, esgrimió que “a esos que estudian en el extranjero los mandan a aprender a robar”.
Mientras la derecha puede llegar a ser brutalmente honesta en la consecución de sus fines, la reciente izquierda no halla cómo vestir de bonhomía los suyos, cuando estos fines (o sus medios) se parecen a los de esa derecha aborrecible.
Esta izquierda, romántica y preocupada por las formas, haría bien en elegir aquellos vicios de la derecha que jamás la quemarían (si los hubiere). Y recién darle con todo. Un buen inicio sería no referirse a ella como neoliberal, represora o retrógrada. Pasa que cuando le toca contratar con transnacionales para construir en medio de una reserva forestal; reprimir a opositores; o callar sobre los abusos recurrentes a las mujeres en Irán, esta izquierda no solo termina siendo tan canalla como la derecha que repele, sino que además se convierte en impostora.