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Microrrelatos – Colección de literatura breve CXXVII

El jardín de las lavandas

Nélida Cañas – Argentina

La penumbra oscilaba a la luz de la lámpara cuando Angélica se le acercó y le dijo algo al oído. Salieron sin hacer ruido. Las seguí hasta el jardín de las lavandas. Se veían oscuras las espigas a la luz de la luna. No sé de qué hablaban Angélica y la tía Amelia. Pero pude ver como una sombra se desplazaba hasta los galpones. Y ellas la siguieron.

La sombra

Luis Ignacio Muñoz – Colombia

La mujer lanzaba gritos terribles mientras corría en la noche lluviosa sobre el andén iluminado por las bombillas. Desde el auto detenido pude distinguir en la semipenumbra que la perseguía una sombra negra, que iba casi pegada a la pared. Solo vi que unos metros más allá la alcanzó y penetró dentro de ella y desapareció tragada por el asfalto mojado.

El reino de las risas perpetuas

María Elena Lorenzin – Argentina

 En el reino de Jauja, la risa es el motor del poder. La reina sabe que para mantener su reinado, necesita hacer reír a sus súbditos. Los sabios de la corte han inventado un extraño mecanismo que provoca la risa sin razón aparente. Así es Jauja, una tierra donde la felicidad es obligatoria y la risa no es opcional.

La llave

Norah Scarpa Filsinger – Argentina

Cierro la puerta y comienzan los rumores. Ya estoy acostumbrada a ellos. Al principio me detenía a escuchar ese bisbiseo creciente de palabras truncas, sobrepuestas, siempre en el mismo tono de voz. A veces alcanzaba a desbrozar algunas voces: Romeo reclamando amores a Julieta, Antígona airada, Paolo y Francesca amándose en el infierno. 

         Ahora, giro la llave de la biblioteca y vuelvo a mí. 

Caricias

Juan Martínez Reyes – Perú

– Deja mi cabello, hijo. Quiero descansar – musitó la madre. Sin embargo, él la ignoró y siguió jugando con su cabellera.

–Hijo, por favor, déjame dormir – volvió a decirle. Pero no la obedeció.

–¡Que sueltes mi cabello! Ahorita me levantó y te doy una cachetada – sentenció la mujer. Entonces, se volvió. A lo lejos distinguió entre la penumbra y el sueño una figura diminuta y oscura corriendo raudamente. El pavor la invadió, ella supo que ese no era su hijo.

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