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Microrrelatos – Colección de literatura breve CLXXIV

Refrán alarmista

Laura Nicastro – Argentina

Advierten que si el cántaro va a la fuente muchas veces, termina por romperse. No es tan grave porque podríamos reemplazarlo por otro. Sería mucho peor que la fuente se secara.

Señales

Manuela Vicente Fernández – España

Primero cayeron los pájaros y todo fueron lamentos y exasperación. Que si el aire intoxicado, el campo electromagnético, la radiación ambiental… Después cayeron las cabras, que llegaban a las carreteras despedidas en saltos cuánticos desde el monte, los lobeznos, las últimas ovejas… Los niños salían con cacerolas en sus cabezas a modo de cascos y las madres les lanzaban con tirachinas el pan duro del día anterior para merendar. Pronto se impuso el nuevo desorden y el mundo siguió así, por un tiempo, mientras hubo sartenes y pucheros hasta que los últimos seres humanos echaron a volar. 

Cartas de amor

Nélida Cañas – Argentina

En la casa de la soledad y la escritura, Marguerite se emborracha y escribe. Él la lee y le escribe cartas. Cientos de cartas que ella no lee. Un día ella abre una de sus cartas al azar y le escribe: “Venga a verme”. Él se convierte en su amante, su enfermero, su escriba y el personaje de su escritura. Ella lo llama Jean Andrea. Él podría ser su hijo. Viven un amor desmesurado y triste durante dieciséis años. Ella muere tomada de su mano.

Zapatos grandes

Estéfani Huiza – Bolivia

Recuerdo tus zapatos grandes, también tus ojos que eran como dos estrellas y entre un centenar de esas luces que salen producto de la noche, sólo puedo recordar tus zapatos. Eran enormes, cada pie parecía medirse con el otro cuando caminabas encorvado, como quien se empeña en mirar al pasado. Y mientras el día avanza, sigo pensando en tus zapatos grandes, entonces imagino tus dedos largos oprimidos, tus callos, ampollas y digo, pobres pies atrapados en esos zapatos.

Relicarios

Carmen Nani –  Argentina

 Si veo una mosca, dejo lo que estoy haciendo y me dedico a perseguirla. Pero cuando la atrapo no la mato. La coloco en una cajita de plástico. Lo mismo si veo una araña en la pared o una hormiga en el zócalo. Lo hago desde siempre. Por eso, cuando mi mujer me dio a elegir entre mi colección de bichos o ella no lo dudé y la guardé en la caja más grande.

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