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Microrrelatos – Colección de literatura breve CLXII

Onírico

Nélida Cañas – Argentina

He despertado, pero aún no he salido de la casona donde sopla el viento. Recibo a un recién llegado, que me recuerda a un tío de mi padre a quien vi una sola vez cuando niña. No lejos de casa hay una boda y el hombre me pide que lo ayude a preparar regalos. Enseguida caemos en cuenta de que el que se casará es él. Vendrán a vivir a la casona de al lado. Abrimos las puertas.  En la casa todo es desmesurado: el pórtico, la sala, los ventanales. A él se lo ve feliz. No me dice su nombre ni si conoce al tío de mi padre. Deja mi pregunta flotando detrás de su sonrisa, que no supe entonces ni sé ahora si es de asentimiento o estupor. Vuelvo a casa con algunos papeles de regalo y abro la puerta. Está vacía, como si para llenar aquella hubiéramos tenido que desmantelar esta. Sopla el viento. Es incesante su aullido en el vacío de los cuartos.

Testigo proverbial

Karla I. Herrera – Honduras

Sujha padecía una encefalomacia bifrontal con predominio en el lado izquierdo que se reflejaba en el hemisferio derecho con una parálisis total. No hablaba ni caminaba, empero era capaz de leer y de entender las miradas de sus congéneres, los signos lingüísticos que emitían los demás. El día que expiró su madre solamente ella pudo despedirse de la mujer que la cuidó por más de cuarenta años, sólo ella supo lo que había sucedido aquel vendimiario, previo al derrame cerebral que sufrió su progenitora. Esa tarde aciaga ambas dialogaron telepática o verbalmente, como nunca antes lo habían hecho.

Transmigración

Nana Rodríguez Romero – Colombia

Un antiguo texto hindú dice: Todos los que abandonan la tierra van a la luna que se engrosa en la primera mitad de cada mes con sus alientos. Posteriormente, en el Medioevo, una secta retomó estas creencias y además explicaban que la luna empieza a menguar cuando ha llevado las almas luminosas hacia el sol.

En efecto, cuando el primer astronauta pudo pisar el suelo de la luna, al no encontrar ni una sola alma, empezó a buscar la forma de conquistar al sol, para encontrarse con las almas de los seres que un día se marcharon de la tierra.

Hasta hoy pocos hombres han podido mirar el rostro de la luz.

Jardines

Manuela Vicente Fernández – España

Faustino se duerme con la tele puesta todas las tardes a las ocho en punto y sueña con una mujer que trajina en la cocina, que riega las plantas y sirve a las nueve un exquisito guiso en el jardín. Atraído por el olor, Faustino se despierta, se ducha y se pone guapo para la ocasión. Solo al salir al patio recuerda que no tiene jardín, que tiene alergia al compromiso y que el olor del estofado de su vecina le ha abducido en su sueño, otra vez.

El otro

Gabriel Ramos – México

Me encuentro en un páramo, donde lo único que puedo ver son los matorrales, siento las intensas y fuertes ráfagas de viento que penetran en mis ropas y me provocan un frío insoportable. Llega un hombre montado en un caballo negro con un mechón blanco en su cabeza. No puedo distinguir quién es, aunque tiene un ligero parecido a mí en la forma de la cara y el pelo canoso. Cuando se aproxima un poco más, me doy cuenta que ambos tenemos los mismos ojos: uno azul, en tanto que el otro mitad azul y mitad verde.

    Se acerca aún más y por su gesto puedo entender que está pidiendo ayuda, extiendo mi mano, la toma fuertemente, me tira hasta subirme al caballo y de manera casi instantánea yo quedo arriba, mientras él se baja.  

    Ahora soy yo quién queda perdido en el tiempo.

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