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Mi nueva agenda de notas

Heberto Arduz Ruiz

El cielo paceño tiene a sus pies a una montaña, de tres picos elevados, cubiertos de alba divinidad y extraños sortilegios. Pocos saben que súbditos extranjeros extraen minerales de sus entrañas; quiera Dios que los moradores de la ciudad, que conturbados viven sus días, sin paz ni misericordia, encuentren feliz rumbo lejos de su agónica existencia.

Me llamo José Soledad, nací el siglo pasado en el distrito minero de Corocoro, La Paz, donde según decían desde antiguo los rayos del sol estallaban en oro y cobre; jirón patrio en el que tengo como paisano a Juan Lechín Oquendo, entre otros personajes.

Ya de mayor en otras latitudes morí y renací entre cenizas mil y una veces. Quizás exagero, sin embargo, en toda existencia humana se alternan las situaciones positivas y negativas que marcan nuestro paso por el planeta. Y lo hacemos tan rápido que asombra, de un día a la noche de los tiempos envejecemos en un suspiro.

Temí estrenar una impoluta agenda de bolsillo, Chanel confidences, que me regaló mi nieta Lunita en París hace cinco meses; miedo por los malos pensamientos, a sabiendas de que siempre me propongo publicar sólo lo que me parece satisfactoriamente bueno, luego de prolija revisión. Hoy estreno para escribir poesía, que aunque sea mala, encierra buenos sentimientos. Eso es lo que, al final, cuenta.

De joven no hablaba mucho, casi nada en reuniones familiares, o sociales. De viejo estoy compensando esos lapsos de mutismo con la escritura; aunque a estas horas condenso un poco en la poesía que sale a borbotones.

La poesía primero discurre en el sentimiento y lo desborda; luego pasa “al piso” de arriba, parafraseando a Antonio Machado, y se intelectualiza al tomar forma definitiva cuando se publica.

 Amo la poesía, habita mi ser. Otro tiempo habitó el amor y, antes, en la lejana juventud la práctica de ejercicios en aparatos. Tres vicios en mi dilatada existencia.

Ando solo –no tanto–, ando con mi otro yo. Vivo penas y alegrías, yo sufro las tristezas y él disfruta las buenas noticias que, luego, se esconden en mi sombra. O sea, vista bien la cosa, ya somos tres.

Cuando me levanto de un banco de la plaza, en el que me siento a descansar, cuido al irme de ver a mi sombra para llevármela. No vaya a ser que la deje olvidada en el asiento público.

Pude dejar a una mujer, pero cómo a mi sombra que sólo se escabulle en días sin sol; ¿qué de bueno encontrará, verdad?  ¡Nada!

Y cuando al caminar me asalta un pensamiento y me dice ¡alto! freno en seco a fin de tomar mi libreta y bolígrafo; instante en que temo que alguien me reconozca y piense estar ante “el loco del parque”. Santo Dios, son los riesgos que uno corre en el intento de escribir y que, sobre todo, no vuelen las ideas, mariposas aladas.  

En mi caminata diaria acabo de pasar con mucho miedo por el Instituto de la Ceguera, Dios me libre de ingresar como paciente. Estoy con deficiencias visuales en un ojo, pero el otro, íntegro, me salva. A pesar de ello, leo y escribo con afán; mis dos pasiones. Cómo dejar de hacer, o cultivar, lo que anhela  la mente y el corazón…?

También manda amar a una mujer, ¡qué va! Yo amo a todas, al decir del genial Julio Iglesias. Gracias al internet el mundo es un pañuelo y tengo amigas en todas partes, a diestra y siniestra. Las personas necesitan comunicación, y eso hago, hablar de mis cosas, principalmente las bellas letras, tema que también interesa a gente confinada en otra latitud. Y en la época actual las redes sociales constituyen un valioso medio para ello. Los terráqueos somos hoy, a las claras, ciudadanos del mundo, según aspiraban serlo varios personajes de otro tiempo. Todo gracias a los avances tecnológicos.

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