En nuestro lenguaje muy boliviano, la expresión “mi chola”, “tu chola” o similares designan a la amante. Cuántas mujeres dentro de esas discusiones maritales tan comunes, entre ajos y carajos, no dejan de estar manifestaciones como “yo no soy tu chola”, “esa tu chola, pues”, “la puta de tu chola”. Y claro no es raro que un gran porcentaje de los hombres en Bolivia sea en el Estado liberal o Plurinacional tengan su (s) chola (s). En un filme muy conocido, Mi socio, la imagen del chofer como prototipo del amante que tiene una mujer (chola) en cada parada es evidente y las canciones del acervo popular están plagadas de esta idea: “Siete cholas tengo yo”.
Por otro lado, se usó durante mucho tiempo el término para designar la condición de la mujer de pollera, para denotar un cierto grado de incultura o falta de educación; hoy, ese mito se ha derrumbado por sí solo porque no existe individuo en el mundo que no tenga cultura. Ahora bien, el 95% de la población de este país tiene una mujer de pollera en su árbol genealógico, por un lado u otro. Mi abuela en el sur del país fue una mujer de pollera. Recia mujer, que a punta de carajos o “hijo de la gran puta” puso orden en la casa y a quien se presentara en frente, incluido el abuelo. Por tanto, el cholaje en nuestra identidad ha dejado su impronta se vea por donde se vea; la idea de discriminación a partir de esta categoría, ha sido un invento y mito de un discurso ideológico cuyo fin no fue sino hacerse con el poder. Recientemente, entre los jóvenes he escuchado una frase muy buena: “Uno las quiere, las adora, las ama como ninguno, pero cuando menos lo esperas, te cambian con el primer cholo que aparece”. Y el cochabambino, no ha dejado de ser un cholo visceral.
Las mujeres de pollera, las cholas, aquí y allá constituyen una fuerza productiva inquebrantable, en una sociedad que no ha dejado de ser machista. Y las amantes en el imaginario del macho boliviano están muy presentes, como la fuerza telúrica de la tierra. Aunque no estoy de acuerdo con esa práctica, pero es un hecho objetivo. Posiblemente, si bien es un esquema mental muy arraigado en el machismo boliviano, no está al margen de la venia de las mujeres. Pero, más allá de lo dicho hasta aquí, yo quiero hablar un poco de mi chola, la Sebastiana, pero fuera del margen de las dos concepciones arriba mencionadas.
La Sebastiana es alegre, muy inquieta, pero sobre todo amable a su modo. Pregunta a los comensales que llegan al mercado de la 25, “¿qué te servirás caballero?” y les nombra como una máquina repetidora todos los platos del día. Desde hace un año y medio voy asiduamente a comer allí. La primera vez que fui, me ofreció todo el menú; me quedé con una sopa de zapallo y segundo de lentejas. Recuerdo que me preguntó, si quería un plato pequeño o grande. Por alguna razón, la Sebastiana empezó a tenerme cariño. Después de ustearme un tiempo poco a poco comenzó a tutearme. Así que cada vez que llego, le digo, “hola sebastiana”, “sentate pues”, “qué cosita va a comer” me responde en medio del ajetreo del medio día. Su atención es muy maternal, hasta debe ser menor que yo en años, pero siempre dice, “una sopa para el joven, “su segundo para el joven”. Y cuando uno se va quedando tan solo como un perro y no sabe qué vendrá mañana, aparecen estas sebastianas; ella es mi ángel guardián. Aunque llevo arrastrando una pena tan inmensa como la cola de un cometa, los ojos y la sonrisa amable de la Sebastiana me abren caminos de esperanza.
Esta mi chola, la Sebastiana es diferente a todas las que tuve en mi vida. Para ella soy un hijo prodigo que regresa a la hora del almuerzo en busca del tiempo perdido y de haber andado extraviado. La Sebastiana no es mi amante, ni la mujer de pollera a quien por mucho tiempo se trataba de esconder bajo la alfombra. No, la Sebastiana es la chola que me alegra la vida de perro que llevo; su cariño es incondicional, a veces me da un plato grande de sopa y me cobra como si fuera un pequeño.
Por eso cuando mis amigos me preguntan dónde comeré, siempre les digo, a lo de mi chola, la Sebastiana; y sonríen con una picaresca muy cochala, pensando seguramente que traigo una vida libidinosa como muchos machos cochalos y bolivianos. Pues no, mi vida se debate entre la teología, la literatura y la filosofía.
Iván Jesús Castro Aruzamen es Filósofo, teólogo, poeta y escritor