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Mercurio: unos juegan con lo que muchos se envenenan

Nada de lo más inverosímil que existe en el mundo suena raro en Bolivia. Algunos se curan del COVID comiendo pasto y creen que las piedras tienen sexo, otros aseguran que por la carne de pollo se vuelven homosexuales, y nada menos que el ministro de Medio Ambiente y Aguas hizo pública la inclinación de su infancia a jugar con mercurio. Amparados en una cosmovisión andina, nos están acostumbrando a que algunas ridículas opiniones y afirmaciones logren en otros tantos cortos de mente una ofuscación de la razón.

La Organización Mundial de la Salud ha establecido que el mercurio es uno de los diez productos o grupos de productos químicos que ocasionan especiales problemas de salud pública; y muy particularmente por su toxicidad para los sistemas nervioso e inmunitario, el aparato digestivo, la piel, los pulmones, los riñones y los ojos. Así, varias son las patologías que ocasiona esta especie de maldición del oro que hace su trabajo principalmente en el departamento de La Paz y parte de la geografía beniana, en el norte. Allá donde es tierra de nadie, donde el Estado hace de la vista gorda para no entorpecer las ingentes ganancias de las empresas chinas que montan inmensas dragas cual letales armas, dando muerte lenta, dolorosa e inhumana a cientos de pobladores ribereños que no sólo están obligados a consumir agua infestada de mercurio, sino a comer el pescado contaminado hasta sus escamas.

Los paradisiacos paisajes de la Amazonia paceña y de Cachuela Esperanza, sus increíbles selvas y la tranquilidad que el canto de las aves y el rugido de alguna que otra fiera matizan, hoy han sido sustituidos por las dragas que socavan los fondos acuáticos y han convertido a aquellos parajes en potenciales panteones de toda forma de vida. Ya vimos en anterior nota la tragedia repetida de los derrumbes y avalanchas de mazamorra provocada por una insensible minería que, a estas alturas, poco o nada importa que sea legal o ilegal, puesto que los daños al ecosistema y a la salud humana no sabe de formalismos… pero sí de la inclemencia del hombre.

Y entonces el peligro, que no es inminente, sino que se ha traducido en una hórrida realidad, se agrava porque estamos en manos de un ministro precisamente de Medio Ambiente y Aguas que ignora completamente las consecuencias del mercurio en el aire y en el agua. A estas alturas, ya nadie puede negar con fundamento que el cauce de los ríos Madre de Dios, Beni y varios otros están contaminados con el letal mineral.

Una de las medidas más efectivas para acabar con esa manera de comprometer la vida de quienes viven de la pesca y, en general, de todos los seres humanos que por circunstancias de la vida se han afincado o han nacido en esas zona auríferas, sería la eliminación del mercurio en la extracción del oro; pero pedirle al gobierno la regulación de aquello, y en caso de prohibirlo, el control efectivo de su cumplimiento, es como pedir peras al olmo, mucho más en esta época en que la primera autoridad que por ley debe preservar la pureza del aire y las aguas hizo saber que de niño él jugaba con mercurio y que, por tanto, su presencia en los ríos no representa ningún peligro.

Como en otros campos, Bolivia en esta materia también va en contrasentido, porque mientras la ciencia va, progresivamente, estudiando y aplicando alternativas al mercurio que se daban en varios usos, como en termómetros, barómetros y productos cosméticos y farmacéuticos, para algunas autoridades este elemento es absolutamente inocuo. Entonces quizás el ministro tiene alguna secuela de su infancia jugando con mercurio o es incapaz de comprender que la tendencia actual en el mundo es la separación de los desechos tóxicos de manera que no tengan ni el más mínimo contacto con cualquier forma de vida, incluso la vegetal.

Dentro de las características del mercurio está la imposibilidad de detectar su ingesta, ya sea en el agua o en los pescados, que por la Amazonia son el alimento por excelencia. Luego, el envenenamiento de los pobladores es lento e irreversible y en algún momento de sus vidas pueden cesar todas sus funciones neurológicas, pues la incidencia que tiene sobre el sistema nervioso central que controla el funcionamiento del cuerpo humano es muy alta.

La poca agua que queda en el mundo —y con los niveles de contaminación en nuestros ríos— parece tácitamente predecir que se avecinan tiempos difíciles. La ausencia de Estado en unos casos y su complacencia en otros, cuando de la irracional explotación minera se trata; la supina opinión del ministro que tiene que ver con el medioambiente, y la desmedida explotación aurífera ante la ausencia de alternativas de crecimiento económico, hacen presagiar nubarrones para la salud pública y la ecología en Bolivia.

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