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Sombras nocturnas

Sagrario García Sanz

Cuentan las leyendas de los niños que, al caer la noche, las sombras cobran vida en sus dormitorios. Cada sombra nocturna pugna por apresar a un pequeño si este incumple la norma básica de supervivencia: mantener todas las zonas de su cuerpo dentro del interior de la cama, no asomando ni una mínima parte de sus cuerpecitos fuera del colchón.

Pero cuando el sueño invade por completo a los infantes y estos se mueven sin saberlo en su camita, alguna mano, algún brazo o algún pie puede asomar por encima de la zona de seguridad, quedando peligrosamente expuestos a la terrible voluntad de las sombras. Ellas están ahí, siempre al acecho, impacientes por ver asomar unos deditos o un mechón de pelo al que aferrarse para apoderarse de los cuerpos de los niños.

Carolina era conocedora de esa leyenda desde muy pequeña y por eso había adoptado la costumbre de irse a dormir a la cama de sus padres y colocarse entre ambos. Una cama de dos metros flanqueada por dos adultos suponía un inmejorable lugar donde dormir con gran tranquilidad. Sin embargo, los papás de Carolina ya le habían dicho en diversas ocasiones que tendría que volver a su cama y, aunque ella no les había hecho caso, había llegado el día en el que tendría que dormir sola en su habitación.

La pequeña estaba muy nerviosa, sus papás no hacían caso de sus temores, decían que esa leyenda era solo eso, una leyenda sin fundamento alguno, y que tendría que aprender a dormir sola y, desde luego, con la luz apagada.

La primera noche, tras un buen rato sin poder conciliar el sueño, Carolina consiguió dormir hecha un ovillo. Al fin y al cabo su cama era grande y ella pequeñita y, además, estaba pegada a la pared por uno de los laterales. A ello se sumaba que tenía un cabecero y un piecero por el que no podría asomar nada, pero quedaba un lateral completamente expuesto al peligro de las sombras.

Tras varias noches de temor y de estar muy pendiente de su posición, Carolina empezó a sentirse algo más tranquila, había superado satisfactoriamente varias noches y sus papás estaban muy orgullosos de ella. Sin embargo, con la llegada del calor, las noches empezaron a ser más agitadas y se percató de que se movía una vez dormida, lo que reavivó sus temores. De hecho, una noche de mucho calor, uno de sus bracitos asomó por el lateral descubierto de la cama cuando ella se encontraba profundamente dormida.

Una de las sombras enseguida se dio cuenta de ello e inmediatamente ascendió por el lateral de la cama para aferrarse al brazo de Carolina, tiró de ella con todas sus fuerzas pero sus intentos fueron infructuosos, la pequeña no se movió ni un ápice de su sitio.

Hacía mucho tiempo que las sombras habían perdido su capacidad de arrastrar consigo a los niños, lo seguían intentando porque formaba parte de su naturaleza oscura, pero ya no sucedía nada. Ese poder arcaico de las sombras nocturnas era el que, tiempo atrás, había dado lugar a la leyenda, pero, en la actualidad, a pesar de los esfuerzos de las sombras, ya no tenía ningún efecto real.

No obstante, la sombra lo intentó nuevamente, mientras alguna parte del cuerpo de la niña asomara fuera de la cama, ella seguiría perseverando. Cuando volvió a agarrar la mano de Carolina, esta de repente se despertó y vio con horror cómo su mano asomaba fuera de la zona de seguridad de su cama, y también pudo ver por la débil claridad que entraba por la ventana cómo una sombra rodeaba su muñeca.

La pequeña tenía tanto miedo que no era capaz de reaccionar como para replegar su mano y ello le permitió darse cuenta de que solo veía una sombra rodeando su muñeca, pero no sucedía nada más. Entonces logró mover su brazo muy levemente y, mientras lo traía hacía sí, pudo observar cómo la sombra se desprendía de ella con una facilidad sorprendente, liberando por completo su muñeca y dejándola totalmente intacta.

La niña no daba crédito, el pánico inicial había dado paso a un estupor aún mayor mientras observaba su muñeca con los ojos como platos y, entonces, invadida por un ataque de coraje, probó a asomar su bracito de nuevo. Inmediatamente vio cómo la sombra volvía a ascender para aferrarse a ella pero sin provocar efecto ninguno, la sombra simplemente estaba allí en contacto con ella. Entonces Carolina sacudió su mano y la sombra se desprendió como había ocurrido antes. Incluso hizo un tercer intento sacando esta vez un pie por fuera de la cama y el resultado fue exactamente el mismo.

Esa noche Carolina hizo un descubrimiento asombroso, tras tanto tiempo de temor a las sombras, fue conocedora de que, efectivamente, estas existían pero eran incapaces de ocasionarle daño alguno. Fue en ese momento cuando la tranquilidad hizo su acto de presencia y se asentó en la pequeña para hacerla compañía durante todas las noches. Las sombras estaban ahí, sí, albergando sus arcaicas y malvadas intenciones, pero, a efectos prácticos, sin poder ocasionar mal ninguno.

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