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Melancolía

Márcia Batista Ramos

“Cualquier gran hombre que haya destacado en un arte ha sido melancólico, ya sea porque nació así, ya sea porque una meditación asidua le ha hecho volverse así” 
Marsilio Ficino

El cielo es antiguo e infinito desde una perspectiva mustia y el tiempo es abierto independiente de nuestra percepción limitada. Aun así, jamás se consume la melancolía, eso no es culpa de Adán y de Eva, el Dios quiso que sea así: – “¡Aprendan seres de barro! Y no se olviden que, en su interior, cada uno lleva el germen de la melancolía”. Ya nada mejora el alma o tal vez sea todo lo contrario.

Las páginas del libro de la vida se hacen cada vez más delgadas y monocromáticas, anunciando un final próximo y frágil. Mientras los nudos en la garganta cuentan los días desperdiciados en lugares lúgubres, en situaciones desdichadas, con gente degenerada. Fueron muchas maneras de perder el tiempo y es grande la nostalgia que quisiera rescatar las horas perdidas. La melancolía también se viste de nostalgia del amor disoluto, la melancolía de la vida que se va y se recuerda a menudo. Ahora, a ésta edad, ya sabemos que tiempo es vida. Igualmente, a ésta edad, aprendimos que la vida es corta y que, a todo instante, hay ojos que se cierran para no volverse a abrir en este mundo; porque siempre alguien se muere.

Pero siempre existen sorpresas en eso que llamamos vida. Por eso, a veces, tengo miedo que, aquellos que son muy cercanos, prácticamente entrañables, usen máscaras y se las quiten, en un momento menos pensado. Ya pasó algunas veces, y tuve que encontrarme con monstruos. Prefiero no recordar… Nunca somos tan viejos para decepcionarnos y para perder. Siempre existe la posibilidad de la sorpresa, porque no sabemos, a ciencia cierta, qué pasa con el otro. La verdad, es que cada uno palpita en su propia locura. Recuerdo ahora que Marguerite Yourcenar fue quien dijo que: “El amor y la locura son los motores que hacen andar la vida”. Y yo añadiría la melancolía, porque está impregnada en todo. Hasta en las cosas simples y delicadas, porque siempre albergan la melancolía en su naturaleza, como la flor y la mariposa que son bellas y efímeras. O algunos gestos suaves, en que convergen la dulzura de un momento.

Lo cierto, es que traigo la melancolía no solo en mi alma, también la traigo petrificada en mi memoria por tantos combates vanos y por todos los días que se quedaron marchitos.

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